Hace 76 años, el 2 de septiembre de 1945, capituló definitivamente Japón y finalizó con ello la Segunda Guerra Mundial. Antes ya se había rendido la Alemania nazi. Se selló con ello una trágica y dramática etapa de la historia universal que llevó a millones de seres humanos a la muerte en los campos de batalla y en los campos de concentración y de exterminio. Cada ser humano fallecido con su propia historia, siendo esta una de tantas. Fraile, polaco, franciscano, Maximiliano María Kolbe fue detenido y enviado a Auschwitz en 1941. Un día, a causa de la huida de un prisionero, el comandante de la SS Fritsch ordenó, en represalia, la muerte de 10 hombres; entonces, Kolbe (en su lengua paterna alemana) pidió que quería dar su vida y morir en lugar de un compañero de cautiverio llamado Francisco Gajowniczek, este padre de familia, a lo que Fritsch dio su consentimiento. Cumplió Kolbe, así, un acto de caridad sublime para salvar a otro ser humano voluntariamente. Después de dos semanas de tormentos el sacerdote fue asesinado con una inyección de fenol. Gajowniczek sobrevivió, salió de Auschwitz y pasaron los años tal que estuvo presente en las ceremonias de beatificación (1971) invitado por el papa Pablo VI y en la de canonización de 1982 a cargo del papa Juan Pablo II. En esta última, el papa Wojtyla diría: “Kolbe reivindicó el derecho a la vida en un lugar de muerte, el derecho a la vida de un hombre inocente”. El prisionero 16670 de Auschwitz escribiría su última carta a su madre el 15/06/41: “Madre querida: hacia el fin del mes de mayo llegué con un convoy al campo de concentración de Auschwitz. Todo está bien para mí. Quédate tranquila, querida mamá, por mí y por mi salud, pues el buen Dios está en todas partes y piensa con mucho amor en todo y en todos”. Finalmente, el padre Kolbe fue incinerado. Escribe André Frossard: “Así murió el joven sacerdote entusiasta que había escrito en su agenda su resolución de darse a los demás hasta el sacrificio supremo; un mártir y santo del siglo XX”: había nacido en Polonia en 1894. Theodor Reik dice en el prólogo del libro “30 años con Freud”: “El futuro de la humanidad no será forjado por guerras ni conquistas sino por el tranquilo trabajo de la mente. La lámpara que ilumina de noche la mesa de estudio de los hombres de ciencia da una luz más poderosa que el fuego de la artillería”. Junio de 1940. Mirada optimista y antibelicista la de Reik; recién comenzaba el mayor genocidio de la historia de la humanidad. Entre 50 y 60 millones de seres humanos, cada uno con su historia, iban a morir; la de Kolbe iba a ser solo una de ellas.
Juan Leopoldo Marcotullio
Ituzaingó 1.252
Yerba Buena