Cuando se juegan con ánimo de buscar lo mejor para un espacio político, las compulsas internas son efectivamente valiosas, pero cuando se hace de una elección de 24 distritos totalmente diferentes una cruzada nacional, tal como ocurrirá el próximo domingo, se corre el riesgo de poner un gran dramatismo donde no lo hay y de sumar parálisis a la parálisis. Tal como está planteado, el actual proceso eleccionario se ha tornado centralista (y por lo tanto poco y nada federal) y se lo percibe como una gran cortina de humo, más aún cuando los dolores que acosan a la sociedad giran en otra órbita, son de diverso orden y mucho más graves, como la pobreza, la falta de empleo, el tema sanitario o la inseguridad, todos ellos ligados fatalmente a la mala praxis de los gobernantes.
Pese a que lo único que se dirimirá en estos comicios es el ordenamiento final de las listas para los verdaderos del 14 de noviembre, por la presión de las circunstancias estas PASO han tomado un carácter de plebiscito sobre la gestión del gobierno nacional, aunque por definición no puede serlo. En esa segunda oportunidad y no ahora, entonces sí se va a jugar de verdad el futuro que habrá que calibrar en relación a las bancas que consiga cada fuerza política, ya sea si se convalidan las mayorías del oficialismo en el Congreso o si la sociedad le quita el apoyo al Frente de Todos para que pueda avanzar con su proyecto.
A tal dramatismo discursivo sobre un turno que no define absolutamente nada, hoy concurren por igual todas las fuerzas políticas, algunas porque necesitan tener encendida la llama del internismo para generar mayor mística entre sus seguidores, otras porque se alinean detrás del dedo conductor y otras porque intervenir en este tipo de internas les permite a sus dirigentes acceder a un no despreciable manejo de fondos, aunque finalmente no consigan siquiera el piso mínimo que se necesita para la competición final.
Por todo eso, la clase política en general está tratando de vender las PASO como una gran encuesta cargada de dramatismo, cuando en verdad estas elecciones deberían hacerse únicamente donde no hay una lista única para generar el ordenamiento de los candidatos, a partir de las diferentes corrientes internas de cada expresión partidaria. Lo que debería ser un simple procedimiento de selección ha nacido así con un defecto de origen, ya que al ser Simultáneas permiten pulsar el ánimo de la población un par de meses antes de la compulsa definitiva, aunque eso las devalúa en varios sentidos.
En general, la clase dirigente y la ciudadanía observan las primarias de los Estados Unidos con un poco de envidia. Sienten que la democracia está mejor representada si dentro de cada partido los candidatos se sacan chispas en beneficio de darle a la oferta electoral un mejor envase, aunque finalmente todos juntos vayan luego detrás de Republicanos o Demócratas. Es un juego de poder interno que los años han naturalizado y que juegan en beneficio del fortalecimiento posterior. Pero, en la Argentina no existe esa cultura ya que parece que no se está en condiciones de implementar algo así por los defectos propios de cada fuerza.
Aquí, la ambición combinada con el gataflorismo nacional ha hecho lo suyo. El dedo del líder (o de la lideresa), por ejemplo, determinó que, en nombre de la unidad, el Frente de Todos no debía competir internamente. Sin embargo, hay lugares donde se resistió la indicación y se han armado cruces fenomenales, como en Tucumán o Santa Fe. Para el kirchnerismo, la obsesión es ganar, aunque sea por un voto, la provincia de Buenos Aires y de ese resultado dependerá su discurso. De allí, el chorro de dinero que se le ha inyectado al distrito, sobre todo al Conurbano, el bastión de Cristina Fernández.
En tanto, del otro lado y fogoneado por las ansias de volver que expresó el radicalismo, Juntos por el Cambio ha preferido el más democrático procedimiento de la elección interna, aunque luego muchos de sus dirigentes, ya preocupados por su posicionamiento para 2023, se muestren asustados por el tironeo que se verifica en Buenos Aires, en la CABA y en Córdoba, por ejemplo.
En el fondo, el temor que tienen todos –oficialismo y oposición- es poner arriba de la mesa algo para discutir por miedo a ceder poder y es por eso que están más que preocupados por imaginar no tanto el resultado de la encuesta, sino cómo va a reaccionar la ciudadanía a partir de su voluntad de participación, desde ya condicionada por el COVID, ya sea no concurriendo o votando de modo “no positivo”. Éste será el gran dato a verificar cuando en la noche del domingo se abran las urnas.