El periodismo y la ética de la moderación

Podemos hacer un diccionario del insulto si vemos y escuchamos a la patria grietera en los medios. Utilizan una argumentación cada vez menos sofisticada pues además su audiencia es cada vez menos exigente.

12 Septiembre 2021

En la gran biografía de Stefan Zweig sobre una figura estelar de la revolución francesa, Joseph Fouché, quien fue jefe de policía en sucesivas etapas, incluso con Luis XVIII, quien cerró la etapa revolucionaria, Zweig destaca que la clave de la violencia de la revolución fueron las palabras: “no pecó por embriaguez de sangre la revolución francesa, sino por haberse embriagado con palabras sangrientas. Para entusiasmar al pueblo y para justificar el propio radicalismo, se cometió la torpeza de crear un lenguaje cruento; se dio en la manía de hablar constantemente de traidores y de patíbulos. Y después, cuando el pueblo, embriagado, borracho, poseído de estas palabras, brutales y excitantes, pide efectivamente las “medidas enérgicas” anunciadas como necesarias, entonces falta a los caudillos el valor de resistir: tienen que guillotinar para no desmentir sus frases de constante alusión a la guillotina. Los hechos han de seguir finalmente a las palabras frenéticas. Así se inicia la desenfrenada carrera, en la que nadie se atreve a quedar atrás en la persecución de la aureola popular”.

Fouché, aclara Zweig, “llega a ser en Lyon el verdugo de las masas, no por pasión republicana (no conoce él ninguna pasión), sino únicamente por miedo a caer en desgracia como moderado”.

En América Latina hoy tenemos muchos periodistas que temen aparecer como moderados y eso les impide hacer buen periodismo.

Es que el auge de un discurso violento selecciona su propia meritocracia y se infiltran las malas artes.

Antes, durante la mayor parte del siglo veinte, la abrumadora mayoría de los periodistas fueron personajes anónimos. Lo relevante era el medio, la personalidad editorial en la que trabajaban.

En aquellos años se hablaba de objetividad y se entendía que las huellas digitales de un autor podían contaminar la información. Firmaban a veces los corresponsales y algunos columnistas elegidos, a los que se les reconocía que podían tener “su mirada”, frente a los cables de las agencias que eran “objetivos”.

Eso no fue solo en Argentina, sino en el mundo, influido sobre todo por el periodismo anglosajón. El director que hizo grande a The Wall Street Journal, Bernard Kilgore, decía a sus periodistas en la década de 1960 que en su diario encontrarán todo menos fama y dinero.

Ese anonimato se percibía como una usina de credibilidad.

Ahora ya no es así. No tengo claro cuáles fueron las razones de este cambio mundial pero puede ser que, a medida que perdían credibilidad las voces editoriales colectivas, para recuperar la confianza era necesario salir de ese anonimato.

Si antes la credibilidad consistía en reprimir la subjetividad y la firma, cada vez más la credibilidad ahora se busca exhibiendo al máximo la subjetividad. Nos hacemos más transparentes para ser más creíbles.

En la región ese proceso de mayor personalización y subjetividad coincidió con una creciente polarización y se expresó también en batallas entre periodistas. Si antes la mayoría eran personajes anónimos, ahora la escena periodística es un gran star-system que cada tanto riñe entre sí.

Esa polarización llevó a muchos a una etapa de periodismo de gatillo fácil. Podemos hacer un diccionario del insulto si vemos y escuchamos a la patria grietera en los medios.

Utilizan una argumentación cada vez menos sofisticada pues además su audiencia es cada vez menos exigente. El gatillo fácil embrutece a los periodistas pero también a las audiencias.

Por eso, así como durante muchas décadas el anonimato era un atributo de la calidad, ahora creo que lo es la moderación. No se puede ser un buen periodista hoy y al mismo tiempo ser un fogoneador del gatillo fácil.

El periodismo gritón no defiende las libertades. En el último libro del periodista Daniel Santoro, La batalla final de Cristina, está claro. Santoro sostiene que hace dos o tres años había veinte periodistas que recorrían los tribunales de Comodoro Py investigando denuncias, mientras que hoy se cuentan con una mano. Están todos gritando en el micrófono. ¿Qué quiere decir esto? Que el periodismo de gatillo fácil grita mucho, pero tiene menos poder de fuego.

La fuerza del periodismo está en la combinación de la información con la credibilidad. Y ahora estamos en una situación donde hay poco de las dos cosas: tenemos menos periodistas buscando información, y tenemos menos credibilidad y penetración social.

Pero lo más grave no es eso.

Lo más grave es que si estas son las reglas del debate público, va a ganar el más gritón, el más falaz, el más autoritario, el más violento para discutir. Cada medio tendrá que tener sus barrabravas para salir a pelear y ganar su audiencia.

Y eso es el declive hacia el autoritarismo; por lo tanto, como pasó con Fouché en Lyon, el día en que un periodista teme pasar por moderado se está convirtiendo en un activo promotor de un futuro peor para su comunidad.

© LA GACETA

Fernando J. Ruiz - Profesor de Periodismo y Democracia de la Universidad Austral. Su último libro es Imágenes paganas. Periodismo, democracia y pandemia en Argentina y América Latina (Cadal/Adenauer 2021). Es presidente de FOPEA. El próximo sábado estará en Tucumán, participando del Foro Nuevos desafíos del periodismo, organizado por la Fundación Federalismo y Libertad.

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