El deterioro del monumento a Yupanqui en Raco

18 Septiembre 2021

Es una de las figuras fundamentales en el proceso de construcción de la cultura argentina. Su obra musical ha trascendido las fronteras, así como una buena parte de su pensamiento, que tiene que ver con nuestras raíces. Tucumán latió fuerte en su corazón, tanto que a donde iba hablaba con orgullo de su tucumanidad. Entre idas y venidas, vivió varios años en nuestra provincia. Tanto amaba el paisaje y su gente, que tuvo un rancho en Raco, poblado al cual le dedicó una de sus zambas más hermosas y donde nació una de sus hijas.

El 23 de mayo de 1993, a un año de su partida a la eternidad, se inauguró un monumento para honrar la memoria de Atahualpa Yupanqui, realizado por el escultor Guillermo Rodríguez. Ese sábado soleado, se arrimó al lugar del emplazamiento un centenar de personas; en la oportunidad, actuaron los Hermanos Ábalos, Luis Víctor “El Pato” Gentilini, los guitarristas Carlos Labanda y Roberto Páez de la Torre, y un conjunto de cuerdas de la Orquesta Juvenil de la UNT, dirigido por Gustavo Guersman. El entonces delegado comunal anunció que varias calles de Raco serían bautizadas con los nombres de sus zambas más recordadas.

“Ha sido una idea de don Ramón Paz Posse, él me encargó el monumento. Tenía tres partes: una pirca alta que iba creciendo hacia el norte, y a la par tenía una piedra larga clavada que era como una unión entre lo celestial y lo terrenal: la pirca era por el sistema de construcción y después por el corral de pircas que zumba en mi lazo. Y en la punta, había una apacheta con una piedra grande que estaba quebrada, abierta al medio. Jugué con la idea del libro de la naturaleza abierto al medio, puesto como dos planos con un surco que marcaba el rostro de Atahualpa y había un cañito que venía del río que salía por la apacheta; había un morterito que le daba sonido de arroyito de montaña”, contó hace unos días Rodríguez, destacado escultor.

Al poco tiempo de su inauguración, la obra comenzó a deteriorarse con el aporte de circunstanciales visitantes que subían al monumento con sus motocicletas para fotografiarse. En 2013, advertimos en esta columna la necesidad de revalorizarlo, agregándole además la explicación del mismo escultor sobre su obra que escapa al común denominador. Dos años después, recordamos que nada se había hecho al respecto.

Una reciente crónica de LA GACETA dio cuenta del pronunciado deterioro de la obra, habitado por yuyos, con piedras que formaban parte de la pirca, desparramadas, las nomenclaturas de las calles con las piezas de don Ata prácticamente no existen. En estas casi tres décadas, parece que no solo no se valoró el paso del artista por ese lugar, sino que tampoco se lo explotó turísticamente, teniendo en cuenta la proyección internacional del autor de “La raqueña”. Si se reconstruyera su rancho, así como el itinerario de sus cabalgatas a la soledad (Chasquivil, la Hoyada, Anca Juli, Anfama) y se le agregaran otras cosas (publicaciones, videos, artesanías), Raco podría convertirse en uno de los lugares de visita obligada de los admiradores de este cantor de las artes olvidadas, amado en Francia, Alemania, Japón, España, México y en otros países latinoamericanos.

La falta de mantenimiento de alguna cosa está relacionada con la indiferencia, el abandono, con el poco valor que se le da a algo, y Yupanqui parecer ser una víctima de la ingratitud no solo raqueña, también tucumana, porque el museo en Acheral que se inauguró, se cerró, hace tiempo y en mayo pasado, se anunció una vez más su reapertura, sigue siendo una asignatura pendiente. Tal vez si nuestra clase dirigente no estuviera desde siempre preocupada por seguir atornillada al poder, el reconocimiento a los que han honrado y prestigiado a Tucumán con sus creaciones, incluso no habiendo nacido en esta tierra, sería una constante. “Adiós, mi pago querido, mi rancho de Raco, mi lindo sauzal. Cuando te cante en mi zamba, ¿quién sabe, tu gaucho, por dónde andará?”, cantó don Ata.

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