Entrevista a Pedro Mairal: “siempre la palabra sale”
El gran surubí, publicado por Emecé, apareció originalmente como folletín en el año 2012, a lo largo de seis números de la revista Orsai, que dirigía Hernán Casciari. “Es una novela escrita en sonetos, salvando las distancias como una especie de Martín Fierro. Salió en verso porque no me salió en prosa, y se la mandé a Casciari casi pidiéndole disculpas y me recibió el texto con bombos y platillos”, cuenta el autor.
Por Flavio Mogetta
Para LA GACETA - BUENOS AIRES
“Llámame Ismael”. Con esa emblemática frase, Herman Melville elige comenzar su novela Moby Dick. De manera análoga, Pedro Mairal pudo haber comenzado su novela El gran surubí con la frase: “Llámame Ramón Paz”. Aunque no tanto (o sí) por la atrapante historia de embarcados, que decide contar ambientada en una Argentina distópica, con hambre y sin carne, sino porque ese Ramón Paz es su alter ego cuando el soneto se apodera de él o cuando ese otro que escribe sonetos decide dejar de ser Pedro Mairal. De una u otra manera, ese es el nombre del personaje de esta novela y es también el nombre con el que el escritor decidió firmar sus “Pornosonetos” aparecidos entre los años 2003 y 2008. “Pareciera que el sonetista que hay en mí se llama Ramón Paz, traté de matarlo pero no muere, sigue hablando. Se suele pensar que toda poesía es autobiográfica y eso es un error, uno inventa personajes también en poesía. Ese yo que aparece no soy yo sino que es un personaje que habla y al que me interesó ponerle nombre. Incluso al principio los sonetos los firmaba con seudónimo, con nombre falso: Ramón Paz y nadie sabía que era yo. Después se destapó la olla y se supo. Entonces mantuve ese nombre, me gustaba que el personaje que habla en sonetos, que cuenta en sonetos, que canta en sonetos se llamara Ramón Paz”, completa Mairal.
“En ese momento -cuenta Mairal sobre la publicación original de El gran surubí en la revista Orsai- lo ilustró Jorge González, con unos dibujos increíbles y ahora para hacer el libro pensamos en dibujos más sugestivos, así que buscamos a ese gran dibujante que es Pedro Strukelj e hizo una serie de dibujos de una sola línea. En el texto yo sugiero y el lector completa, lo mismo hace el dibujo, sugiere una línea y el lector en su cabeza completa de alguna manera todo lo que falta”.
Pensarla originalmente en formato de folletín le permitió según entiende “recuperar la oralidad. El gran surubí tiene eso folletinesco a lo Dickens y cada capítulo tiene una especie de gancho final que decís ‘qué va a pasar acá’. Me gustó recuperar eso, la idea de que lo que escribimos suena, que puede ser leído de una manera que se escuche y eso me parece importante porque pareciera que la literatura es solamente el silencio del lector o la lectora con su libro desde un lugar silencioso y no, la literatura también es leída en voz alta, es letra de canción, es poesía leída, es mandar un audio por WhatsApp con un fragmento de un texto que querés leerle a alguien. La palabra no solo aparece en el papel sino también en el sonido”.
-Sin posibilidad de dar con la prosa, ¿qué te permitió el soneto?
-El soneto me salvó porque no me salía en prosa. Lo que me permitió es no tener que explicar nada y también dejar de lado un montón de cosas. Con la prosa, por su falta de límites, parece que podés escribir y dar todo: el trasfondo social y la situación o el trasfondo psicológico de los personajes, y yo en ese momento no estaba para escribir algo así. Entonces el soneto lo que me permitió es “lo que entra en el soneto va y lo que no, queda afuera”, porque encontrar el marco es a veces encontrar el libro.
-Al leer cada capítulo es inevitable pensar en otros grandes peces de la literatura o el cine como Moby Dick de Melville, El viejo y el mar de Hemingway o El gran pez de Tim Burton…
- Totalmente, esas tres están. El gran pez está en el título con El gran surubí, y sin dudas hay un aire medio Moby Dick en ese salir a buscar el gran pez, los mundos de hombres, salir a alta mar, embarcarse en aventuras peligrosas, y de El viejo y el mar tiene eso de quedar enganchado a un pez, casi en diálogo con él, con algo que es un animal pero en realidad también es la naturaleza, es un montón de cosas que se vuelven simbólicas. ¿Qué es ese pez que arrastra al viejo? En el libro de Hemingway se lo terminan comiendo los tiburones, acá lo arrastra, lo lleva para el norte por el río Paraná. ¿Qué quiere decir engancharse a ese pez? Es algo que yo no lo sé bien pero sí entiendo que tiene un plano simbólico fuerte. Ahora cada uno lee ese símbolo como quiere.
-¿Hay grandes historias e historias pequeñas?
-Yo creo que la literatura no es tanto qué se cuenta sino cómo se cuenta. De alguna manera las historias se volvieron medio pequeñas en el siglo XX. El héroe se fue quedando cada vez más quieto y se convirtió en antihéroe. Un tipo al que la historia le pasa más por lo que le sucede en la cabeza, sea un hombre o una mujer, y no tanto por las aventuras exteriores que le puedan suceder.
-¿Una pesadilla que se transforma en realidad o una realidad que se vuelve pesadilla?
-Para mí la realidad se convierte en pesadilla, están muy cerquita. Incluso, como dice Nabokov, a la palabra realidad siempre habría que ponerle comillas. ¿Qué es la realidad? La realidad no existe. Lo que existe es que cada uno mira las cosas de manera distinta. Sentás a dos personas en una misma ventanilla de un mismo ómnibus a que vean el mismo paisaje, el mismo día, y cada uno vio una cosa distinta. Ahora la pesadilla tiene una capacidad para de pronto acelerar las partículas de la realidad, de la vigilia, y llevar todo mucho más lejos. Eso que no terminó de suceder en el mundo diurno en la pesadilla se acelera y sucede. Por eso creo que El gran surubí tiene mucho de pesadilla, todo se vuelve súper oscuro y siniestro. Y eso fue el soneto, el comprimir algo en la forma del verso como que se aceleraron las partículas y como que todo se fue más lejos, más exagerado, más al carajo, más violento. El soneto es como un acelerador de partículas, es el compresor de la pesadilla.
-Imaginás un Pedro Mairal sin palabras, sin escritura…
-Sí, pero de todas maneras si no las escribiera las memorizaría y haría canciones y contaría cosas. Y si me prohibieran escribir, cosa poco probable que suceda, de todas maneras mis ganas de contar aparecerían de alguna forma. Siempre la palabra sale. La gente que no puede hablar lo hace con signos. Encerrás a alguien y termina mandando mensajitos con código morse a través de la pared golpeando una moneda. Siempre la comunicación termina saliendo. No importa lo que suceda siempre hay comunicación, que es una apuesta a conectar con el otro.
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PERFIL
Pedro Mairal nació en Buenos Aires en 1970. Con Una noche con Sabrina Love recibió el Premio Clarín de Novela en 1998 y fue llevada al cine en 2000. También es autor de El año del desierto, Salvatierra, El gran surubí, La uruguaya (novelas), Tigre como los pájaros, Consumidor final (poesía), El equilibrio, Maniobras de evasión (artículos) y los cuentos reunidos en Hoy temprano. Fue traducido y editado en Francia, Italia, España, Portugal, Polonia y Alemania. En 2007 fue incluido, por el jurado de Bogotá39, entre los mejores escritores jóvenes latinoamericanos.