Dinámica, vértigo, energía, precisión, ejecución, son términos recurrentes en el fútbol, que están muy bien asociados con la propuesta que ofrece la Selección de Lionel Scaloni en estos tiempos de bonanza. Tomados en su conjunto, dan una idea de juego aceitado, con intérpretes adecuados que sintonizan una misma onda y que cumplen con un planteo, que nace en la cabeza del entrenador y tiene una puesta en escena en el campo de juego en los pies de los futbolistas.
Argentina ofreció dinámica, vértigo y energía en los primeros (muy buenos) minutos de su juego ante Paraguay. Pero le faltó precisión. También ejecución, es decir, gol. Y todo lo anteriormente destacado se diluyó en un sinfín de pases e intentos, que invariablemente terminaron en el rechazo de la pelota, o en alguna brusquedad del rival. Cuando no, efecto contrario, quedó expuesto a una situación de peligro en contra. Vale la definición: sin gol no hay paraíso. La archiconocida frase de que no hay que merecerlos, hay que hacerlos, encontró una brutal puesta en escena en ese primer tiempo de vaivenes.
El complemento fue casi una copia. Sólo que esta vez Argentina fue perdiendo sus atributos. Y Paraguay, rocoso, entusiasta y orgulloso, fue detrás de lo que su rival no pudo lograr. Pero, nada por aquí y nada por allá. Fue, en definitiva, uno de esos empates que, aunque logrado de visitante, dejan para la Selección el sabor de la insatisfacción.