El Oscar de la transición

Desde el año pasado se profundiza un cambio de normas dentro de la Academia para garantizarse más aplausos que críticas. El proceso de reformas se agotará en unos seis años, en la centésima entrega.

OPINIÓN. El Oscar de la transición. OPINIÓN. El Oscar de la transición.

Si hace un lustro el hashtag "Oscar so white", motivado por la ausencia casi absoluta de candidatos negros en todos los rubros, dominó la ceremonia de premiación, su edición número 94 de esta noche buscó borrar esa mancha desde antes de empezar la gala.

La presencia racial, femenina y de diversidades sexuales estuvo más sólida que otros años, incluso en el campo de la dirección, un rubro en el que siempre la Academia de Artes y Ciencias cinematográficas de Estados Unidos está siempre en deuda. Que Jane Campion haya sido la mujer excepción entre 10 directores nominados es sólo un ejemplo.

Bien puede afirmarse que es un Oscar de la transición y eso se notó en el imponente escenario del Dolby Theatre de Los Ángeles. Es que desde el año pasado se profundiza el cambio de normas dentro de la Academia para garantizarse más aplausos que críticas, en un proceso de reformas que se agotará en unos seis años más, para cuando se cumpla la centésima entrega de los premios.

Haber duplicado el número de integrantes mujeres y de negros (desde ahora, sumando al Consejo de Dirección una directora de color) del cuerpo que vota a los ganadores los mantiene todavía bastante lejos de la mayoría blanca, pero es un avance. Que sea obligatorio que haya 10 candidatas a mejor película y que quienes la elijan hayan pasado por un curso para evitar prejuicios inconscientes y se comprometan a ver cada candidata hasta el final, son otras reformas.

La selección de tres presentadoras fue un indicador de la estrategia del cambio. En sí misma, la nómina refleja variedad y no sólo de color de piel. Amy Shumer fue la exponente blanca y se presentó como representante de la no corrección social (“contratar a tres mujeres era más barato que tener un solo hombre”, dijo de entrada), mientras que Wanda Sykes (la comediante negra y lesbiana conocida en la pantalla chica por “Las nuevas aventuras de la vieja Cristina”) se instaló en ese campo pero en lo político y sexual (“vamos a tener una noche muy gay”, auguró), mientras que Regina Hill jugó como la exponente moderada, aunque con comentarios ácidos desde un perfil de ingenuidad en referencia a los presentes en la platea, como cuando convocó a deseados solteros un segundo y privado “examen” anticovid-19.

Pero el arranque de las tres juntas apostó a una dinámica divertida que no se dio: se las vio con cierta incomodidad, sin tener intervenciones aceitadas entre ellas; aunque luego tomaron más vuelo en los monólogos individuales. Sin embargo, el humor quedó en deuda en la gala: muchas bromas jugaron hacia adentro del mundo del espectáculo, con complicidades internas y poca apertura hacia afuera, lo que excluye a muchos televidentes, y lentificó lo que se veía en la pantalla. Del contexto social y político de EEUU o internacional, nada a cargo de las presentadoras, que cumplieron con la consigna de la Academia de ser estériles en esos campos.

El juego de las representaciones amplias siguió en muchos otros terrenos, incluyendo la presencia latina y la asiática, dos minorías en la sociedad norteamericana que nunca pueden ser dejadas de lado en términos de mercado. La idea, expuesta como pocas veces antes, fue que la gala funcione como un abanico que contenga a todos, con su apuesta a una generalidad que rompa lo particular de cada uno. Haberle dado el primer Oscar de la noche a Ariana DeBose funcionó de esa forma, con su personaje portorriqueño, su reivindicación como actriz gay y su afirmación de que “en América (léase EEUU) los sueños se hacen realidad”.

El glamour volvió a la noche, aunque con sobriedad. La versión mixta del año pasado entre lo presencial y lo virtual fue desplazada con una alfombra roja por donde desfilaron vestidos elegantes pero sin el brillo despampanante de otros años (salvo algunos que más apuntaron a hacerse notar que a la elegancia en sí). Eso sí: mucho escote profundo y colores fuertes, esto último incluso entre algunos hombres.

El arranque mostró a Beyoncé en el exterior, sobre una cancha de tenis y tanto ella como el cuerpo de baile con vestidos verdes, del color de las pelotas de tenis, cantando el tema principal de “Rey Richard”. Una saturación visual que conspiraba contra el producto pretendidamente innovador. Otro cambio fue hacer entregas previas de algunos rubros técnicos, y más allá del balance final, “Dune” arrasó con sus estatuillas a mejor banda sonora, sonido, fotografía, montaje, diseño de producción y efectos visuales, en la primera hora de ceremonia, donde abundaron los homenajes como los 60 años desde la primera película de James Bond o los 30 de “Los blancos no saben saltar”.

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