No usó mensajes encriptados en tuits, ni cartas amenazantes o intermediarios falderos; sino un micrófono en un foro de alcance mundial para decirle a Alberto Fernández, por enésima vez, el poder lo tengo yo. La respuesta del Presidente y de los funcionarios albertistas a tremendo desprecio político de Cristina fue contundente: silencio de radio. Tal vez no reaccionaron sorprendidos por los bastonazos de la ex jefa de Estado a su invento electoral, o a la espera de reponerse y ver para dónde dirigir sus pasos. Tal vez aguarden que el Presidente le devuelva los bastonazos, no el bastón que no tiene el poder, al decir de la presidenta de Senado. Habrá que esperar hasta el lunes para saber qué hará Alberto, según se deslizó; cómo resuelve su dilema. ¿Qué puede hacer? Es evidente que Cristina lo presiona a niveles políticos intolerables y que lo desafía a tomar alguna decisión sobre cómo quiere seguir su gestión, con quiénes y en qué términos. La opción parece ser con ella o sin ella. Renuncia o rebelión. Yo mañana mismo hecho a todos los de La Cámpora del Gobierno y presido; deslizó un referente peronista que sigue el conflicto interno en el Frente de Todos, pero no porque sea un allegado albertista, sino más bien porque no soportaría lo que le aguanta Alberto a Cristina. Lo arrincona y lo debilita a más no poder, cual adversario que lleva a su contrincante a una esquina del ring y le desata una andanada de golpes hasta ponerlo al borde del knock out. La pregunta es si Cristina quiere que Alberto reaccione y avance con un cambio en el gabinete, sacando a los cristinistas, para victimizarse y tener la excusa para dejar el Gobierno. La otra posibilidad es pretender desestabilizar emocionalmente al Presidente para obligarlo a que dimita al cargo y que deje en sus manos la gestión. No hay demasiadas alternativas, porque ya no se puede recomponer lo que se quebró.

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