Este año, la coexistencia de un mismo tiempo sagrado en las tres grandes religiones monoteístas del mundo hace renovar la esperanza y los deseos de que la espiritualidad haga florecer un nuevo sentimiento en los corazones de los creyentes. Estos días exceden los pensamientos de cada uno, se siga o no el ritual de una determinada fe, para pensar en el colectivo y confiar en que un mundo mejor es posible (con sus derivaciones de un país y una provincia también mejores). Es tiempo de cambio desde lo interior hacia afuera.
A principios de abril comenzó el Sagrado Mes de Ramadán para la grey musulmana. Exteriormente, se expresa con el ayuno durante las horas solares, pero (como en todo lo religioso) lo relevante va por dentro: ese acto de abstinencia apunta a la purificación del cuerpo y del alma, que se completa con muestras de piedad y generosidad hacia quienes están más desprotegidos y desamparados.
La colectividad judía celebró el Pesaj, su pascua, donde reivindicó el sentimiento de libertad que significó la salida de Egipto del pueblo esclavo y la llegada a la Tierra Prometida. Esa ceremonia incluye bendiciones, relatos históricos, salmos, canciones y platos típicos que marcan la continuidad de la historia una generación a la otra.
Para los católicos, el martirio de Jesús en la Cruz que se vivió en la reciente Semana Santa es el punto más alto de su convicción en que la vida terrenal es sólo una parte de la existencia eterna. La Resurrección así lo atestigua con la certeza de que para llegar a ella incluso el propio Hijo de Dios tuvo sus dudas y sus quejas. Jesús se presenta ante los ojos de quienes lo miran casi 2.000 años más tarde desde su costado más humano y vulnerable, expuesto al dolor lacerante que lo lleva a titubear cuando le pregunta al Señor por qué lo abandonó, aún sabiendo que la respuesta estaba dentro suyo. Ese paso por el mundo de los hombres era la prueba mayor de un amor incondicional, el mismo que se reclama a cada católico que se tenga por la otra persona, sea quien sea y piense lo que piense.
Quienes profesan el culto de la Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa de Antioquía lo atravesarán con igual pasión el próximo fin de semana (la diferencia entre los calendarios se remonta a la historia de viejas divisiones, pero la devoción es la misma, hermanados en la fe), con el agregado de la especial devoción por San Jorge, el vencedor de los dragones.
Cuando promediaba la pandemia de coronavirus que aún no ha concluido, comenzaron a circular voces que aseguraban que la humanidad iba a salir mejor que como entró. La información que nos alcanza a diario pone en duda esa afirmación, cuando vivimos guerras sangrientas, destrucción incontrolada del ambiente, hambrunas prevenibles y hechos brutales. Es una demostración más que, si no hay un cambio interior, todo lo que llegue desde afuera no modificará nada.
No es casual que, en todas las religiones mencionadas, estos días son de reunión familiar (núcleo clave para la construcción social) y recogimiento. Es deseable que los postulados de bondad, misericordia, comprensión, ayuda al que menos tiene y tolerancia atraviesen los corazones buenos de todo creyente de cualquier fe y nos reconcilien con la esperanza de que la buena vida eterna puede, en parte, conseguirse en la tierra. Para ello, todo depende de cada uno: es tiempo de dejar morir lo que nos impide que nazca lo nuevo, y ayudar entre todos a que crezca sano, fuerte y bendecido.
Es deseable que los postulados de bondad y tolerancia atraviesen los corazones buenos de todo creyente.