Imágenes preocupantes se observaron el 8 de abril pasado en el estadio José Fierro, mientras se disputaba el partido entre Atlético Tucumán y Gimnasia y Esgrima de La Plata. Luego de que el árbitro Jorge Baliño sancionara un penal a favor de la visita comenzaron a volar todo tipo de elementos contundentes desde las tribunas al campo de juego. Hielos, piedras y rollos de serpentinas. Uno de estos últimos, que son como un cascote cuando no terminan de abrirse, impactó sobre la cabeza del juez de línea José Castelli. Por suerte el árbitro no resultó lastimado y decidió continuar el juego. Los jueces tuvieron buena voluntad, porque bien podrían haber suspendido el partido e incluso la AFA también podría haber clausurado al estadio Monumental, como ya ocurrió en otras ocasiones ante hechos similares.
Estas escenas de violencia volvieron a repetirse el 21 de abril, cuando Atlético recibió a Argentinos Juniors, con quien cayó por 4 a 2. De nuevo, la televisión mostró en primer plano cómo caían peligrosos trozos de hielo sobre el césped, y en gran cantidad. Afortunadamente nadie resultó herido, pero de acertar algún proyectil en la cabeza de alguien las consecuencias podrían ser graves. Otra vez los jueces decidieron continuar con el juego y tampoco quisieron sancionar al estadio.
Ya en mayo 2019 las autoridades de AFA habían advertido que podrían suspender ese estadio, luego de que hirieron en la cabeza con un hielo al asistente Julio Fernández, durante el partido entre Atlético y Tigre.
Estos hechos lamentables no son exclusivos de Atlético. Durante el partido entre San Martín e Independiente Rivadavia, las cámaras de TyC Sport mostraban cómo cada vez que un jugador rival realizaba un lateral le llovían los escupitajos desde las tribunas. Prácticas asquerosas y vergonzosas que desgraciadamente se han ido naturalizando, como parte del “folclore del fútbol”.
La violencia no se circunscribe sólo a los estadios, sino que los desmanes ocurren también afuera de las canchas, tanto en la zona de La Ciudadela como del Monumental. El consumo de alcohol y de otras sustancias alrededor de los estadios está descontrolado y ha sido liberado por las fuerzas de seguridad.
Las barras bravas cortan las calles, molestan a los vecinos, se generan escenas de violencia, vandalismo y robos y se utilizan los frentes de las casas de familia como baño público.
Estas situaciones se desarrollan durante varias horas antes de cada partido y a veces también varias horas después de los encuentros. Cada partido de local es un verdadero calvario para los vecinos que viven en las inmediaciones de estos dos estadios, y las autoridades parecen mirar para el costado.
Desde hace 16 años que no hay público visitante en las canchas argentinas por culpa de los inadaptados y los delincuentes. Iba a ser una medida transitoria pero terminó siendo permanente. Ganaron los violentos y perdió el fútbol. Incluso sin visitas continúan los enfrentamientos entre facciones internas, como ocurrió hace unas semanas en River durante los partidos contra Gimnasia y contra Boca.
Muchas familias y padres con hijos han dejado de ir a la cancha, porque se ha transformado en una salida de alto riesgo, tanto dentro de los estadios como en los alrededores, donde cada aficionado pacífico y de bien queda librado a su suerte.
Las autoridades de los clubes deberían ser más exigentes con los violentos y con el derecho de admisión que no aplica y el Estado también debería involucrarse más para garantizar el orden y la seguridad, tanto dentro como fuera de las canchas.