San Martín: aquella gloriosa noche de "Ramoncito" Díaz

San Martín se consagró campeón absoluto en 1970 ganándole la final a Central Norte con cuatro goles de un juvenil que ese día debutaba en Primera

EN EL “TACHO”. “Antes el fútbol era más ofensivo. ¿Bajar al área propia para cabecear en un córner del rival? Me parecía una falta de respeto a nuestros defensores”. EN EL “TACHO”. “Antes el fútbol era más ofensivo. ¿Bajar al área propia para cabecear en un córner del rival? Me parecía una falta de respeto a nuestros defensores”. LA GACETA / FOTOS DE DIEGO ARÁOZ

Por lo general, el debut en Primera está desprovisto de épica: salvo aquellos cracks que se anuncian largamente desde las inferiores, los jugadores (incluso los que luego llegan a ser estrellas) suelen tener una presentación de poca monta, entrando como suplentes en los últimos minutos de un partido de escasa relevancia y con el resultado ya puesto, simplemente para “romper el hielo” y sacarse los nervios de toda primera vez. Una lógica a la que a la que el debut de Ramón Díaz en San Martín contradijo de la manera más absoluta: fue titular, en una final y marcando cuatro de los cinco goles que le dieron al “Santo” el título de Campeón Absoluto en 1970. Un estreno de película, que le valió el reconocimiento pero a la vez le costó uno de sus grandes placeres: disfrutar de una buena pizza los sábados en el Mercado del Norte con la tranquilidad del anonimato. “Era la época de oro de San Martín. Andaba por el centro y se me pegaban los hinchas. A mí no me gustaba tener que andar saludando a todo el mundo. Pero no lo hacía de soberbio ni de mala onda, es que siempre fui muy retraído, muy tímido. Era un chico muy de la casa, obediente y estudioso”, explica “Ramoncito”.

RECORTES. Díaz lleva en el taxi recortes y fotos de cuando era delantero del “Santo” y compartía vestuario con algunas de las figuras históricas del club. RECORTES. Díaz lleva en el taxi recortes y fotos de cuando era delantero del “Santo” y compartía vestuario con algunas de las figuras históricas del club.

Es que en la casa de los Díaz, en el Barrio Echeverría, las reglas eran claras: primero el estudio, después lo demás. Incluido el fútbol, que por entonces no garantizaba solvencia económica ni era visto como una salida laboral. Mientras su hermano Luis jugaba en Central Norte (”era mejor que yo, estuvo a punto de irse a Vélez”), “Ramoncito” terminaría yendo a San Martín luego de cautivar con su velocidad a un dirigente que se encontraba observando un torneo juvenil en Unión Cerveceros.

“Me dijo que fuera a probarme en las inferiores. Yo era hincha, pero de oído nomás, porque tenía un tío que había jugado en el club. Recuerdo que llegué y me dieron una camiseta a la que le faltaba un pedazo, unas medias y un short duros como recién sacados de la soga y unos botines destruidos. Pero bueno, yo entré y jugué como sabía. Cuando termina el primer tiempo, se me acerca un masajista y me dice que en el segundo tiempo jugara tranquilo nomás, porque ya los había escuchado a los dirigentes que me querían fichar. Igual yo seguí con la misma intensidad, porque así me gustaba jugar. Y después del partido se me acercó un dirigente y me preguntó cuáles eran mis pretensiones para quedarme. Yo les dije que ninguna, que sólo quería jugar. Me ofreció una orden de compra de ropa de cuatro mil pesos en Casa Juri, que quedaba frente a la galería LA GACETA. Le dije que sí, por supuesto, si yo lo único que quería era jugar a la pelota, y eso me venía de arriba”, cuenta.

CRÓNICA. La edición de LA GACETA  del 21 de diciembre de 1970 se hizo eco de la gesta de “Ramoncito” Diaz, el debutante que marcó cuatro goles en el segundo tiempo. CRÓNICA. La edición de LA GACETA del 21 de diciembre de 1970 se hizo eco de la gesta de “Ramoncito” Diaz, el debutante que marcó cuatro goles en el segundo tiempo.

Era 1968. Hasta el año siguiente pasó por Sexta, Quinta y Reserva, haciendo goles a puñados gracias a su explosiva aceleración: “hacía de a tres, de a cuatro. Una vez hice cinco. Es que era rapidísimo. Si he tenido una virtud, es que he sido veloz. No me paraba nadie. Era tipo (Sebastián) Villa, el de Boca, pero más rápido todavía. Algunos me gastaban con que yo agachaba la cabeza, empezaba a correr y no paraba hasta chocar con la tela metálica. Por eso cuando ‘El Tano’ (Luis) Pentrelli me promovió a Primera, les decía a los otros: tiren la pelota a la espalda del marcador de Ramoncito, que Ramoncito va a llegar. Y yo llegaba”.

Pero había un problema: la delantera del “Santo” ya estaba ocupada por los consagrados Miguel Ángel Pérez, Miguel “Pamperito” Toledo y José Miguel “Cucaracha” Sánchez, por lo que en Primera Ramón estaba condenado a la suplencia. “Encima de que eran buenos, no se lesionaban nunca. Un año entero estuve comiendo banco. Pero bueno, para mí, que era un estudiante de la Comercio 1 que se entrenaba con sus ídolos, ya era un montón estar ahí”, rememora.

De titular

Hasta que le llegó la oportunidad, y en el momento menos esperado. San Martín se preparaba para jugar la final por el título de campeón absoluto contra Central Norte, hasta entonces el mejor equipo de la temporada tras ganar los torneos Clasificación y Competencia. Por entonces se concentraban 16 jugadores, pero el DT Pentrelli decidió incluir a Díaz como jugador número 17. “Me dejó en claro que, salvo que se lesionara alguien, yo no iba a jugar. No tenía drama, ya me sentía en la gloria estando ahí. Pero cuando el ‘Tano’ empieza a repartir las camisetas en el vestuario, de repente me da a mí la número 7. De estar afuera pasé a ser titular. No sé qué problema hubo con ‘Cucaracha’, pero me tocó entrar por él”, relata.

Era la noche del 20 de diciembre de 1970. El escenario era nada menos que la cancha de Atlético, que estallaba de público. “Para mí, era algo nuevo todo eso y esa inexperiencia me jugó en contra. Yo jugaba por el costado, y como los hinchas de Central Norte se la pasaron puteándome, a los 40 minutos del primer tiempo no aguanté más y me quise ir. El preparador físico se dio cuenta y me dijo: qué hace pibe, tiresé ya mismo al piso, tiresé. Hizo que me tirara para que entrara el médico y me pusiera algo para el dolor, pero era todo mentira, solo era para convencerme de que aguantara, que ya terminaba el primer tiempo”, cuenta.

El intento de insurrección le costó una buena reprimenda en el vestuario. “Yo no estaba acostumbrado a que me putearan de esa manera, pero Pentrelli me explicó que eso pasa siempre, en todos lados, que no lo tomara personal. Y que mucha gente había pagado una entrada para venir a vernos. Ahí entendí. Lo gracioso es que el masajista ya estaba preparándome unos tapones para los oídos, ja ja, pero le dije que no era necesario, que ya no iba a prestar atención a los que me insultaban”, evoca.

El consejo le vino bien. De haber abandonado el campo, se hubiera perdido lo que fue su mejor noche como futbolista. San Martín ganaba 1-0 con un gol de “Pamperito”, pero nada estaba dicho todavía. Hasta a los nueve minutos del complemento empezó la fiesta de Ramón Díaz. “Toledo tira el centro y yo le entro con todo. Golazo. La hinchada empieza a cantar ‘Dale Santo, dale Santo’. Al ratito meto el segundo. Ya era ‘Dale Santo, dale Ramón Díaz’. Meto el tercero, ya era ‘Dale Ramón Díaz’. Y cuando meto el cuarto, ya era ‘Dale Ramoncito’, toda la tribuna”, reconstruye el héroe de aquella noche que tuvo lugar hace más de 50 años.

La vida sigue

Al final, San Martín ganó 5-3 y se quedó con el título, en base a lo que la crónica de LA GACETA del día siguiente calificó como una “exhibición futbolística” frente a los “Cuervos”. Al juvenil Díaz lo elogió por “brindar una acabada muestra de positivismo con cuatro tantos de buena factura”. La mala: erróneamente se lo rebautizó como Juan Carlos Díaz. “No podía creer cuando leía el diario al otro día. Pero bueno, tampoco le di tanta importancia, porque lo verdaderamente importante para mí es que habíamos ganado, que había jugado bien y que me estaba a punto de recibir de perito mercantil”, asegura.

Tal era la importancia del estudio que antes, cuando estaba en la Sexta, había rechazado la oportunidad de probarse en Estudiantes de La Plata. “Un representante me había visto en un clásico con Atlético y me quiso llevar. Le dije que muchas gracias, pero no. Estaba en tercer año del secundario y tenía pensado estudiar Medicina. Intentó hablando con mi viejo, pero él les dijo lo mismo. Que no podía dejarme ir solo a Buenos Aires, que mejor era quedarme en San Martín. Y la verdad es que yo tampoco me quería ir. Me hubiera costado el desarraigo. Siempre fui muy metódico, tengo mi cama, mi vaso, mi plato. Pero sé que con mis condiciones y la seriedad con la que me entrenaba, hubiera llegado. No salía, no tomaba, no me desvelaba. Igual, no me arrepiento”, asegura.

De lo que sí se arrepiente es de lo que hizo tres años después de aquella final de los cuatro goles: un arrebato que terminó con su carrera futbolística. “Por una discusión con mi cuñado, me fui con mi señora a Buenos Aires con la intención de establecerme allá. No debí haberlo hecho, fue una calentura del momento. No aguanté el desarraigo y al poco tiempo nos volvimos a Tucumán. Y como ya estaba casado, tenía que trabajar. Adiós al estudio y al fútbol”, resume Ramón, que a lo largo de los años hizo un poco de todo, hasta llegar al taxi con el que desde hace dos décadas recorre la ciudad, con recortes y una historia para todo el que lo quiera escuchar.

Ojos que no ven

Cuando ya era estudiante de Medicina, a Ramón Díaz lo convocaron para el equipo de fútbol de Tucumán en las Olimpíadas Inter Universitarias en Buenos Aires. “El 9 nuestro era ‘Lalo’ Lagarrigue, de Argentinos del Norte. Llegamos a la final contra Buenos Aires. Me cansé de desbordar y dejarle pelotas servidas para que la metiera, pero se comió como cinco goles frente al arco. Perdimos 3-1. Después del partido vino ‘Lalo’ y me explicó: “¿sabés qué pasa, Ramoncito? Sin anteojos no veo nada”. ¡Claro, con razón las tiraba a todas afuera!”

La camiseta

¿Que pasó con la camiseta de aquella final soñada? “Cuando estaba por terminar el partido, yo trataba de mantenerme cerca de la entrada al vestuario para salir corriendo apenas sonara el silbato. Y justo a Víctor Pereyra se le da por tirarme una pelota para el otro lado. Cuando llego, termina el partido. No alcancé a darme vuelta y ya estaba invadida la cancha. Me estaban dejando en pelotas hasta que vino uno del club y me abrazó para que no me quitaran la camiseta, porque se la había prometido a mi mamá. Años después me la pidió un cuñado que es fanático de San Martín. Se la di, pero un día le pregunté qué había hecho con la camiseta, y me dijo que se la había regalado a un chiquito de Bella Vista que se la había pedido llorando. Hoy no sé dónde estará”, cuenta Ramón.

Gol olímpico

De todos sus goles, Ramón Díaz no duda en elegir como el mejor uno olímpico que le hizo a Amalia, en la Liga: “parecía que se venía la lluvia, así que le pedí al utilero unos botines con tapones de aluminio, unos Ocelote marroncitos hermosos, para afirmarme bien al patear. Voy a patear un córner y busco el segundo palo, como me había enseñado ‘El Tano’ Pentrelli. La pelota hace una comba en el aire y se clava en el ángulo. Al otro día salió el título en el diario: ‘Gol olímpico de Díaz’. Por suerte esa vez pusieron Ramón y no Juan Carlos, ja ja”.

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