Invasión rusa: finalmente cayó la acería Azovstal, última trinchera de Ucrania en Mariúpol

Alrededor de 260 combatientes, algunos con heridas serias, fueron evacuados de la planta sitiada por las tropas rusas. Zelenski anunció un acuerdo de intercambio de prisioneros y subrayó la importancia de conservar la vida de los héroes que luchan contra Putin. Moscú festejó la “liberación total” de la ciudad sureña considerada enclave del controvertido Regimiento Azov

DERROTADOS. La expresión de los soldados ucranianos lo dice todo. DERROTADOS. La expresión de los soldados ucranianos lo dice todo.

Casi un mes después de que el autócrata Vladimir Putin ordenara que “no escape ni una mosca” del complejo industrial Azovstal, el presidente ucraniano Volodimir Zelenski apagó el último foco de resistencia en Mariúpol, ciudad portuaria controlada por las tropas rusas. Con un discurso dirigido a preservar las vidas de los héroes de Ucrania, Zelenski anunció el desarrollo de un plan de evacuación que alcanza a 264 combatientes, 53 de ellos con heridas graves. Sputnik, agencia de propaganda oficial del Kremlin, confirmó la noticia y la presentó como la concreción de la “liberación total” de una urbe que permite conectar en forma directa las repúblicas autoproclamadas del Donbás (Donetsk y Lugansk) con la península de Crimea, todos territorios en poder de Rusia. Mariúpol tiene, además, un valor simbólico puesto que funcionaba como sede del Regimiento Azov, brazo militar sindicado por Putin como promotor de la “nazificación de Ucrania”.

La acería soviética Azovstal había sido inicialmente refugio de los civiles expulsados de sus residencias por el bombardeo incesante que recibieron desde el inicio de la guerra que Rusia denomina “operación especial desnazificadora”. Hacia el 21 de abril, los últimos soldados ucranianos que defendían la línea de Mariúpol ingresaron a la planta célebre por sus pasillos laberínticos y búnkeres subterráneos. En ese momento se calculaba que en la fábrica había alrededor de 2.000 refugiados -entre militares y ciudadanos comunes- con acceso restringido al agua, la comida y los medicamentos. Fue entonces que el ministro de Defensa de la Federación Rusa, Sergei Shoigu, informó a Putin en una conversación televisada sobre su plan de asalto final a las instalaciones industriales: el autócrata descartó el programa por considerarlo “innecesario”, y, en su lugar, dispuso un bloqueo exhaustivo para que nadie pudiera escapar.

La batalla continuó en el perímetro de Azovstal. Con los días, la fábrica se convirtió en un emblema del coraje ucraniano y en una obsesión rusa, pero, también, en un motivo de aflicción creciente para los familiares de quienes se ocultaban allí. Hubo pedidos de ayuda a Turquía y a El Vaticano, y en la negociación a cargo de la viceprimera ministra Iryna Vereshchuk se involucraron la Organización de las Naciones Unidas y la Cruz Roja. Los acuerdos entre los ejércitos posibilitaron primero la salida de civiles, quienes llegaron al territorio ucraniano a comienzos de este mes.

Una trampa

Los sobrevivientes compararon a Azovstal con el infierno, según el sitio de comunicación oficial Ukrinform. Una de las publicaciones indica que algunos refugiados, incluidos niños, pasaron dos meses sin ver el sol en condiciones deplorables con el convencimiento de que aquel era el lugar más seguro durante el asedio a Mariúpol y de que pronto iban a regresar a sus viviendas. Un testimonio refiere que, con el tiempo, la planta se había convertido en una trampa, y que muchos habían muerto en ella ya sea por las bombas, las balas y los misiles, o por enfermedades y hambre.

En 2014 y luego de que el Kremlin anexionara Crimea, los enfrentamientos armados de grupos separatistas del Donbás apoyados por Rusia llegaron hasta las afueras de Mariúpol. Allí se encontraron con el Batallón Azov, una fuerza paramilitar formada por nacionalistas ucranianos reclutados de barrabravas de fútbol y de sectores de extrema derecha. Estas milicias defendieron la ciudad y expulsaron a los independentistas. Después de la victoria, el Batallón se integró a la Guardia Nacional de Ucrania, pero ello no borró sus orígenes identificados con consignas y símbolos del nazismo. Y Putin levantó el dedo contra el Regimiento y lo acusó de ser el brazo ejecutor de un “genocidio” de rusohablantes orquestado desde Kiev. Por eso la “liberación” de Mariúpol puede ser considerada el mayor triunfo de las fuerzas armadas rusas desde que abrieron fuego contra Ucrania el 24 de febrero.

La rendición del Batallón Azov no fue un trámite fácil. El líder de esa unidad, Denis Prokopenko, anunció en el canal oficial de Telegram que se limitaba a cumplir una orden de Zelenski, sin especificar en qué consistía aquella ni expresar que se entregaban al enemigo. Es que la pérdida de Mariúpol resulta un golpe en el corazón de Azov: la pérdida del bastión en el que había fundado su leyenda.

DE acuerdo con la agencia Sputnik, los soldados desarmados de Azovstal estaban a merced de Rusia: habían partido hacia una de las repúblicas autoproclamadas del Donbás, Donetsk, para recibir asistencia médica de acuerdo con el derecho internacional humanitario. Zelenski manifestó el lunes por la noche que esperaba que los evacuados retornaran “a casa” sanos y salvos. Según The New York Times, no había certezas sobre si aún quedaban ucranianos alojados en la fábrica.

Finaliza así uno de los capítulos más dramáticos y épicos de la guerra. Es un desenlace mejor que el que, según pasaban las jornadas, se insinuaba. El atrincheramiento pasará a la historia como un acontecimiento bélico transmitido en directo por las redes sociales. Todo sucedió en un establecimiento fabril gigantesco -ocupa un predio de alrededor de 11 kilómetros cuadrados- fundado en los años 30 para aprovechar las ventajas logísticas que proporciona el Mar de Azov. Durante cuatro semanas, esta fortaleza de naves, túneles y vías férreas mantuvo la promesa del Batallón de morir antes que abandonar Mariúpol.

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