Eduardo Robino: "muchas veces la imaginación puede constituir una limitación para el poema"
El poeta salteño presentó en Tucumán "Hubo un alud nuevamente en el valle", libro con el que ganó el concurso literario de su provincia. En esta entrevista habla de la nostalgia, de sus mutaciones como escritor y de los grupos literarios.
Por Daniel Medina
Miro las fotos antiguas de mi padre, aquellas
en las que aún él no nos imaginaba y el mundo
era una holgura incandescente, y los acantilados,
rampas serenas para sus ojos grises.
Respiro un tiempo ajeno, sin preguntas
ni muescas en la culata de la vida.
Un tiempo sin destino, sin agosto cruel,
enardecido solo por el sol, solo por viento
con el silbo del guaipo entre los cerros.
Me pierdo en la butaca de aquel cine de pueblo
y Mickey Mouse no encuentra
cómo volver atrás, detrás de qué sonido
se ha vuelto discordante
el vibrato invisible de sus días.
Estos versos pertenecen al poema Fantasía, y forma parte del libro "Hubo un alud nuevamente en el valle", libro con el que Eduardo Robino ganó el concurso literario de Salta.
Escritor, docente universitario y psicólogo. Fue becario de la Fundación Antorchas en Talleres de Narración, recibió premios nacionales y provinciales. Es, sobre todo, una de las voces poéticas más importantes de la región, aunque lejos esté de realizar una poesía regionalista. Robino vino a Tucumán, días atrás a presentar su libro, en el marco del Café literario y cultural del Virla, que organiza Guillermo Siles. Esa visita fue la excusa para concretar esta charla.
-Empezaste a escribir poesía a los 14 años. ¿Qué cambios y qué continuidades hay entre ese vate adolescente y el que ha publicado este libro?
Miles de cambios: tiempo, calle, amores, lecturas, desaciertos y aciertos, fallecimientos, hijos: toda una vida, que es aquello de lo que se nutre la poesía. Veo mis primeros poemas con mucho cariño, incluso conservo ese primer cuaderno de tapa azul, pero están lejos de ser buenos. Sin embargo, algunos temas que comencé allí, cierta forma de primar lo visual en lo escrito, aún me acompañan.
-Hay un sentimiento que me invadió como lector: el de la nostalgia. Un alud de nostalgia, que invade todo el libro. ¿Fue inevitable después de escribir sobre tu padre?
Ciertamente. Este libro fue parte del duelo por mi padre, con quien tenía una hermosa y excelente relación, pese a que no hablábamos mucho. O sí, pero de la cotidianidad, pocas veces de algún tema de mutuo interés, muy pocas veces de temas más emocionales o sentimentales. Sin embargo había mucho cariño y afecto entre él, mi hermano y yo, un cariño que prescindía de las palabras. Algunos amigos me hicieron saber que habían percibido esa manera del amor en los poemas.
-¿Cuál es la relación entre cine y poesía? En tu caso, las películas citadas son anticinéfilas, pero que construyen un bagaje cultural
Es cierto. Las películas que componen el libro no son precisamente las consideradas "arte". Son aquellas que mi padre veía por los paisajes, o por el divertimento de una historia entretenida donde había acción. Sin embargo, al pasar el tiempo, algunas de ellas se convirtieron en clásicas, como "Los 10 mandamientos" de Cecil B.DeMille. Nunca me detuve a pensar - por lo menos yo- que llevará a un film a ser considerado arte o a ser un clásico, o en que momento se funden esos conceptos. Una película sencilla, como " Casablanca" , forma parte del bajage cultural del siglo XX con pleno derecho, y hay pocos que no la conozcan, aún sin haberla visto, sin embargo, está lejos de estar a la altura de cualquier película de Bergman, tanto en relación al guión, como a lo visual o a las actuaciones soberbias que podemos ver, por ejemplo, en " Sonata otoñal".
Creo que para hablar de mi padre, de su vida, y también de la mía, he utilizado las imágenes, ya que parece ser que me siento cómodo escribiendo desde ellas. Más que del oído, el olfato, el tacto o el gusto, mis poemas se nutren de lo visto. Pareciera que hubiera una preponderancia de lo visual en mi escritura todo el tiempo.
-Sé que ya te han preguntado sobre la relación entre poesia y psicología. Pero quiero volver a eso un poco: ¿Qué poeta serías de no ser psicólogo?
Seguro uno muy diferente. Pero sería poeta, igualmente. Como te decía antes, la poesía se nutre de la vida, de tu vida, y de todo lo que la constituye, no sólo de la imaginación. Es más, muchas veces la imaginación puede constituir una limitación para el poema: puede desalojar la racionalidad, el necesario proceso ideativo que constituye la columna vertebral del poema, la tensión que se le impone. Sin imaginación, es cierto, tampoco hay nada. A veces juego imaginando que soy otro y escribo desde allí, y lo vivo como enriquecedor. O que viajo y conozco y veo lugares a los que no fuí ni iré, y escribo sobre ellos. La verdad de la poesía no pasa por la crónica de la realidad, sino por lograr, en el mejor de los casos, que algo de quién lee se vea movilizado, requerido, invocado, entendido, que en el asombro se encuentre reflejado, que en lo que lee pueda sentir, de algún modo, también sus propias palabras y pensamientos.
-¿Cómo ves el campo literario salteño en este momento?Qué te interese, qué grupos.
Hay, en Argentina, y quizás también en el mundo, una proliferación de la escritura de poesía. Obviamente, puede escribirse poesía sin que haya Poesía, pero me encanta ese despliegue que veo.
En Salta hay mucha mucha escritura actualmente. Podría nombrarte a algunos poetas nuevos que leí este año y me interesaron mucho: Noelia Gana, May Rivainera o Diego Saravia.
En mi generación, la de los 90 me siento acogido, muy a gusto, y cercano a cierta manera de percibir el mundo, aunque no podría decirte realmente cuál es esa manera. Hay también una corriente generosa de poetas de más edad que comparten, apoyan y enseñan: Santiago Sylvester y el Teuco Castilla, por ejemplo, siempre generosísimos con quienes escriben. El Teuco nos llevó a reunir a los poetas del NOA en un movimiento: " NORTE ENTERO", que busca la integración y la comunicación de todos los poetas de la región.
Mi generación, noto, ha sido más bien reacia a lo grupal, creo que probablemente se deba a nuestra infancia, más ligada a los miedos de la dictadura desde el cuerpo de nuestros padres: lo grupal era para desconfiar, entrañaba peligros. Sin embargo, entre nosotros hubo mucho vínculo, afecto, y fuimos muy amigos casi todos. No somos tantos: Carlos Aldazabal, Geraldine Palavecino, Idangel Betancourt -de Cuba-, Darío Villalba, y yo. Cada vez que los nombro es imposible no relacionarlos íntimamente con mi vida.