Por José María Posse - Abogado, escritor e historiador.
A principios de 1812 el ejército del rey de España avanzaba desde el norte tomando venganza en las personas de los cabecillas revolucionarios, a quienes juzgaban sumariamente. Fusilaban e incautaban sus bienes, dejando a sus familias en la miseria.
Los tucumanos habían sido los primeros en plegarse a la causa de mayo, en dar a sus mejores hijos al Ejército del Norte al que apoyaron material y financieramente. Si los españoles ingresaban en Tucumán, correrían ríos de sangre. Fue por ello que los patriotas comprometidos como los Aráoz, se negaron a entregar las armas de la ciudad al ejército de Belgrano en retirada. Si debían morir, harían pagar caro sus vidas.
El propio Belgrano relató esto al comentar acerca del envío del comandante de Húsares Juan Ramón Balcarce “para promover la reunión de gente y armas...”. Eligió a Balcarce en razón de las vinculaciones que tenía en la ciudad desde 1806, cuando estuvo en Tucumán como ayudante de milicias.
Destaca Belgrano que Balcarce: “desempeñó esta comisión muy bien, dio sus providencias para la reunión de la gente, así en la ciudad como en la campaña, bien que más tuvo efecto en esta en que intervinieron don Bernabé Aráoz, don Diego Aráoz y el cura Pedro Miguel Aráoz, pues en la ciudad, con vanos pretextos, o sin ellos, no tomaron las armas, siendo los primeros que no asistieron a los capitulares...”.
En casa de Aráoz, se decidió quienes integrarían la embajada para entrevistar al general Belgrano, la que estaría compuesta por el propio Bernabé y Cayetano Aráoz, (que si bien ocupaba un lugar en el cabildo, no fue en su representación), su pariente, el cura Pedro Miguel Aráoz (luego congresal de nuestra independencia, en 1816), y el oficial salteño Rudecindo Alvarado, bravo patriota de la primera hora. Belgrano también recuerda a don Diego Aráoz en aquella reunión.
En el campamento de La Encrucijada (Burruyacu), se encontró con la comisión, encabezada por don Bernabé. Fueron concretos en su pedido: presentar batalla a los realistas en Tucumán, para lo cual la población ofrecía ayuda ilimitada. Belgrano (que secretamente abrigaba esa posibilidad) dio las cifras aproximadas en dinero y en hombres que se necesitarían, a lo que los Aráoz aseguraron que se aportaría el doble, como en efecto ocurrió.
Los tucumanos tuvieron en Manuel Belgrano al hombre providencial, quién a riesgo de su propia vida, decidió que la suerte debía ser echada en Tucumán, apoyado por ese pueblo valeroso que se presentaba ante él por ayuda.
Histórica desobediencia
El general, antes de desobedecer una orden directa, sin duda alguna había reflexionado mucho los días anteriores sus acciones. Sabía que seguir retrocediendo era traicionar a los pueblos que se habían pronunciado por la libertad. Dejarlos a su suerte significaba una derrota política inconmensurable para la Revolución. Conocía y así se lo habían hecho conocer los tucumanos, que abandonarlos en esa hora hubiera significado que los amigos de hoy serían los enemigos del mañana. Nunca otro ejército porteño podría haber requerido el apoyo de los norteños en la guerra contra España y sus súbditos americanos. Por lo tanto, decidió jugarse a la suerte de las armas y triunfar o morir junto a aquellos hombres determinados.
El 12 de septiembre escribió al Triunvirato informándole su decisión de desobedecer las órdenes. Subraya su oficio con éstas palabras “Acaso la suerte de la guerra nos sea favorable, animados como están los soldados. Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos que son obra del cielo, que tal vez empieza a protegernos para humillar la soberbia con que vienen los enemigos. Nada dejaré por hacer; nuestra situación es terrible, y veo que la patria exige de nosotros el último sacrificio para contener los desastres que la amenazan”.
Los preparativos
La tarea de regimentar un ejército de reclutas, darle una mínima instrucción militar, fortificar una ciudad indefensa y levantar el temple a una población que, por primera vez, veía a sus puertas el peligro de una batalla sangrienta, debió ser sin duda tarea de titanes.
Bernabé Aráoz y sus familiares estuvieron a la cabeza de aquellos. Incluso el grueso de la tropa se compuso por las peonadas de las estancias de la familia Aráoz, principalmente de la zona de Monteros, Simoca y Famaillá.
El hombre providencial
El 6 de febrero de 1862, el ya general Rudecindo Alvarado en carta a una de las hijas de Bernabé Aráoz, narraría lo ocurrido en esos días. Alvarado como vimos, estaba en Tucumán cuando se supo de la retirada de Belgrano, por ello evocaba: “…Accidentalmente me encontraba en Tucumán en agosto del año 12, donde se recibió la noticia de la retirada del ejército que mandaba Belgrano después del desastre de Huaqui, derrotados por Tristán. El abandono de Jujuy y Salta y la decisión del General Español de atacar Tucumán… envolvía la convicción de la superioridad de las fuerzas realistas, de la debilidad de las independientes y, lo que era más afligente, se desconocía el punto hasta donde podría ausentarse nuestro pequeño ejército, con lo cual se temía que la retirada fuera hasta la propia Buenos Aires y no hasta Córdoba.
Fue en esos momentos de nerviosismo general, que llegó a Tucumán el teniente coronel Juan Ramón Balcarce, enviado por Belgrano. A poco de arribar dispuso que todos presentaran las armas que tuviesen.
Se le entregaron las escopetas, sables, pistolas y hasta espadines de los cabildantes, de lo que se apoderó el señor Balcarce sin más excepción de mi sable y pistolas, que como oficial me fueron devueltas. La requisa, añade la carta, exaltó a los ánimos de los patriotas tucumanos, y muy notablemente el del señor Bernabé, padre de usted, en cuya casa se practicó una reunión de vecinos y se acordó por unanimidad nombrar una comisión cerca del comandante Balcarce.
Esa comisión formada en casa de Aráoz, debía manifestarle el disgusto del vecindario por el hecho de desarmarlo e inutilizarle así los esfuerzos generosos que ofrecerían, si el ejército se resolvía a ayudarlos en la defensa. Al encontrarse con el general porteño, éste pidió mil hombres montados y una suma de dinero, y el señor don Bernabé contestó que en lugar de mil serían dos mil lo que ofrecía, y en cuanto a la suma de dinero, dijo que sería llenada inmediatamente.
Ello fue en sí, lo que decidió a Belgrano a presentar batalla. Alvarado terminaba su misiva con la siguiente reflexión: “Tucumán, con su pequeño y valiosísimo ejército, superó la marcha directa a Tucumán de los realistas, para darle el triunfo a la patria. El patriotismo tan puro como heroico del padre de usted, su bien merecida influencia y los medios que nunca economizó en defensa de la patria, le dieron títulos de honor que ojala hubieran sabido apreciarse, más la revolución todo lo perturbaba y confunde...”
Una familia histórica
La familia Aráoz formaba parte del núcleo político, económico y social más importante del Tucumán de fines del período colonial.
Llegados en el Siglo XVII, sus miembros eran originarios del pueblo de Oñate, en el País Vasco. El primero en América fue el Capitán don Ascencio de Lizarralde y Aráoz. Eran gente linajuda, emparentados con la familia de San Ignacio de Loyola que en América casaron con descendientes de los primeros conquistadores y colonizadores, tal el caso del capitán español Juan Gregorio de Bazán.
En 1912, se editó en Tucumán un pequeño folleto de 21 páginas, titulado “La familia Aráoz. 1812-1912”. Reproducía el artículo “Una familia histórica”, publicado en el diario “El Orden”, y el discurso que dijo el doctor Luis M. Poviña al colocarse la piedra fundamental del monumento al Ejército del Norte (el que por cierto, aún no fue construido 110 años más tarde).
“El indeferentismo nacional hacia la tradición histórica que es, acaso, una debilidad argentina, ha hecho que olvidemos muy injustamente la heroica y eficiente contribución de una familia de abolengo en la solución de la épica contienda emancipadora. Únicamente los narradores de la titánica empresa que han ilustrado los conocimientos de la generación actual, tienen un recuerdo de justicia y de glorioso tributo para la estirpe, que, llamándola histórica, aparece en Tucumán como la columna más sólida en que pudo fundarse el colosal templo de la patria libre”.
Tiene interés el artículo de “El Orden”, por la lista que ofrece de los patriotas de apellido Aráoz que participaron en la batalla de Tucumán de 1812 y en sus jornadas previas. Destaca en primer lugar, por cierto, al coronel mayor Bernabé Aráoz y al cura rector de la Matriz, doctor Pedro Miguel Aráoz.
Pero agrega una nómina: “el capitán comandante del Tercer Escuadrón de Dragones, don Cayetano Aráoz; el comandante don Miguel Aráoz, del Nº 6; el alférez don Francisco Aráoz; el teniente de Dragones don Gregorio Aráoz de la Madrid y el alférez de la primera compañía del mismo regimiento, don Benedicto Aráoz”. Afirma que “todos estos bien conceptuados vecinos se improvisaron militares y, en pleno campo de batalla, obtuvieron la confirmación del grado por el General en Jefe (Manuel Belgrano), como justo premio al esfuerzo y decisión”.
Añade al cura de Monteros, Diego Miguel Aráoz, que actuó eficazmente en Monteros y Famaillá para obtener reclutas. Lo mismo hizo el párroco de Leales, Luis Antonio Aráoz. Recuerda asimismo al doctor Francisco de Borja Aráoz, quien predicaba “la guerra patriótica”. Y hace notar que debe incluirse en la lista al mayor general Eustaquio Díaz Vélez, por ser hijo de María Petrona Aráoz. Otro Aráoz que se hizo famoso en esa época apoyando la causa emancipadora fue el cura Ildefonso de Las Muñecas y Aráoz.
Apuntaba finalmente que el general José María Paz, en sus memorias, expresó que la decisión de Tucumán por la causa de la patria “era muy pronunciada”, lo que “se debió en gran parte a la influencia de la familia de los Aráoz.
Alma mater
El alma Mater fue por supuesto, don Bernabé a quién el propio General San Martín elogió ante el Directorio al escribir: “Me atrevo a asegurar, que no se encuentran diez en América que reúnan más virtudes”…
Los aceros estaban templados y entre el lógico temor de lo que iba a suceder y la determinación de presentar una desigual batalla, el pueblo de Tucumán esperaba. Pronto los demonios de la guerra serían soltados, el horror se aproximaba, solo quedaba prepararse y rezar.