Hay que cuidar a Sergio
10 Septiembre 2022

Carlos Fara

Presidente de Fara Veggetti Consultores

Todo el mundo mira a ver qué pasa en Juncal y Uruguay, y hacen bien porque ahí está el poder político más importante de la Argentina, aunque hay otros un poco más dispersos. Pero no es al único lugar de la Capital Federal donde hay que mirar. Convendría ir al Google Maps para focalizarse en el barrio de Saavedra, donde reside el ex ministro de Economía Roberto Lavagna. Quienes conocen el pensamiento profundo de uno de los artífices de la recuperación post 2001, dicen que se nota su mano. No solo por las medidas -con semejantes restricciones políticas, además de económicas- sino también por la secuencia de las mismas: primero lo monetario, luego lo fiscal y después las reservas. Pero claro, a esto no le prestan tanta atención los mercados financieros, sino solo algún sector del mundo productivo. Falta mucho más que algunas medidas para cambiar un clima fuertemente tormentoso.

Allá lejos y hace tiempo se decía que había que cuidar a Alberto Fernández. La semana pasada debido a un enajenado hubo que cuidar a Cristina Fernández de Kirchner. Pero como todo es tan vertiginoso, antes del atentado ya venía creciendo el murmullo en el círculo rojo -y más desembozadamente dentro del peronismo frentetodista- que hay que cuidar a Sergio Massa. Piensan que algunas decisiones corajudas las toma un audaz como Massa o habrá que esperar al resultado de la elección presidencial. Jugados y sin fichas, no les queda otra que creer en los milagros. Como nadie logra imaginarse como se hace para sobrevivir 15 meses hasta que el ministro de economía de un próximo gobierno anuncie algo como un plan, eso incrementa el rezo por la suerte del líder del Frente Renovador. Pueden estar equivocados, pero es lo único que tienen a la vista. Al menos el tigrense, o alguien en su representación, les atiende el teléfono. Un economista reconocido (no oficialista) dice en la intimidad que logró hablar con todos los ministros de economía de las últimas tres décadas, salvo con dos: uno de ellos fue Martín Guzmán.

Las dudas sobre el futuro económico van a persistir hasta el último día del mandato de Alberto. Hasta acá Cristina y La Cámpora no están entorpeciendo a Massa (el primer ministro de Economía de esta gestión, según Andrés Larroque). Le dejaron subir la tasa, poner a Gabriel Rubinstein y hasta el dólar soja, mientras la base monetaria lleva dos meses sin crecer. Pero todo tiene su precio. Sin resultados no hay paraíso. Mucho tiempo con la inflación rozando el 7 % -sin devaluar- puede quitarle la quitarle las esperanzas al más optimista. De modo que por ahora nadie puede decir que entramos en una nueva etapa. El renovador va construyendo un puente semana a semana. Veremos qué balance deja la gira por EEUU.

Pero la semana arrancó atónita por el atentado a la vicepresidenta. Lamentablemente el clima de concordia nacional duró muy poco. Veinticuatro horas después ya se había reanudado la práctica del deporte favorito de muchos dirigentes: la grieta, esa que “odia” (palabra tan de moda en la última semana) al menos el 70% de los votantes. Ya hay varios estudios de colegas prestigiosos que coinciden en que el kirchnerismo se complicó al intentar politizar en exceso el episodio del atentado. Frente a una sociedad con pavor por la escalada inflacionaria, todo el ruido político que se produjo -además de la consternación y la solidaridad inicial- primó el rechazo a una profundización de la grieta y algún desgraciado descreimiento. Más allá de lo que cada cual piense sobre el hecho, salvo alguna declaración aislada de un operador judicial K, la gran mayoría de la dirigencia se ha abstenido de hacer consideraciones públicas sobre el curso de la investigación judicial. La Policía Federal no ayudó mucho. Salvó las papas la Policía de Seguridad Aeronáutica.

Tal como lo proyectamos en nuestra columna de la semana pasada -“Lo peor de nosotros”- era muy difícil que el desgraciado suceso favoreciera a alguien en particular. Sin duda servía para que el núcleo duro K se re activara (porque necesitaban despertarse, otra vez Larroque dixit), así engarzaban lo acontecido en el propio relato, con épica, y porque así se reafirmaba la jefatura indiscutible de Cristina. Pero no es tonta: ella misma no tiró de la cuerda, dejando que algunos de sus perros ladradores probaran el globo de ensayo. Cuando se vio que la opinión pública se iba desafectando del hecho, la propia CGT metió violín en bolsa y regresó a su preocupación primordial: reabrir paritarias para mantener legitimidad ante las bases. Mientras, los gobernadores viraban a ver cómo les va a afectar el ajuste massista. Hay un problema de sincronía, ya que la gran mayoría adelantará elecciones previendo una derrota en la presidencial. Ahora quedaron a mitad de camino porque el nuevo ministro hace cuentas pensando en agosto y/o octubre de 2023, no en marzo a julio próximos.

Mientras el agua vuelve a su cauce natural -la economía- un oficialismo tan complicado no está solo en la escena. La principal oposición de a ratos también está en un programa de “Titanes en el Ring”. Resulta que el vicepresidente del PRO, Federico Angelini, claramente ligado a Mauricio Macri, cuestionó a Patricia Bullrich diciendo que habría que preguntarle a ella (su presidenta de partido) por qué no repudió el atentado a Cristina, y no dudó del hecho. ¿Por qué sucede esto? Porque el ex presidente no quiere inclinar la balanza decisivamente para ninguno de los dos bandos internos, condicionando el debate hasta el final, para imponer a los propios. Algunos creen que esto lo hace para quedarse él con el premio mayor, frente a un desgaste de Patricia y Horacio Rodríguez Larreta. ¿Cómo se llamaría la obra? “Divide y reinarás”.

Todo lo amargo del atentado y las reacciones posteriores desatinadas (el electorado dixit) en segmentos de los dos grandes bandos en pugna, más bolsillos acogotados por la inflación, alejan a la gente cada vez más de la política. De noche todos los gatos son pardos y así puede que paguen justos por pecadores. Pero la sociedad se resiste a creer que el único escenario posible es la radicalización.

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