“Los adultos deben dejar que los chicos se equivoquen”

Maritchu Seitún, psicóloga especializada en orientación a padres, enseña cómo hacer para que los hijos obedezcan y sean libres a la vez.

27 Septiembre 2022

¿Qué madre o qué padre no persigue el objetivo de que su hijo sea feliz? Que se desenvuelva en la escuela y luego en la vida con fortaleza, confianza y seguridad. Pero, ¿qué determina esas cualidades? ¿Cómo debe ser la educación? ¿Qué debemos hacer? ¿Qué no debemos hacer? “No me canso de insistir en que los adultos deben dejar que los chicos se equivoquen; obviamente, cuando no haya consecuencias serias. ¡Dejen que aprendan a pensar y que pierdan el miedo al error! Este punto es fundamental porque los prepara para el colegio primario y para la adolescencia cuando, todavía inmaduros, andan por el mundo tomando decisiones”, contesta la psicóloga especializada en crianza Maritchu Seitún.

Sólo así -observa la experta- ellos circularán por sus espacios tranquilos y confiados. “Los padres tienen que marcar las líneas de la ruta. Y son los hijos los que tienen que intentar no pasarlas. Se trata de formarlos para más adelante, cuando inevitablemente las circunstancias los frustren y tengan que sostenerse con los recursos que aprendieron en su infancia”, añade, durante una charla con este diario.

- No hay educación posible sin frustración y sin enojo de los hijos.

- Así es. Hasta que no entendamos y aceptemos este concepto, nos será muy difícil poner límites. Ellos se van a enojar con nosotros; no una si no muchas veces. Se saben seres queridos incondicionalmente y, en consecuencia, reclaman y exigen. Además, cuando son chiquitos su egocentrismo infantil, normal y saludable, los hace que se sientan dueños del mundo, de nosotros mismos, de nuestro tiempo y de nuestro dinero. La tarea de decir que ‘no’ es nuestra.

- ¿Cómo se hace para poner límites?

- Tenemos que lograr que los chicos lleguen a la noche a la cama diciendo: mis papás están contentos conmigo; entonces yo estoy contento conmigo mismo. Eso conduce a autoestimas sólidas, a adecuados recursos defensivos y a crecimientos saludables. Le doy algunos ejemplos prácticos para los más chiquitos: pocas cosas prohibidas (las que realmente valgan la pena) y dejar pasar algunas cuestiones menores (lo que no ocurrió justo delante de nosotros, como que le haya quitado el juguete al hermanito).

- Padres e hijos quedan atrapados muchas veces en acusaciones mutuas. ¿Cómo se resuelve?

- Con padres que aprendan a funcionar como profesores de tenis, enderezando los tiros malos de sus alumnos. Y que no se dejen afectar cuando sus hijos se ofuscan porque allí se entra al circuito de culpas. Los chicos no tienen otro camino que hacerse cargo de su propio enojo o mal modo. Al principio, cuando empezamos a cambiar este juego circular, los niños se desesperan y se portan cada vez peor. No obstante, a medida que pasan los días y empiezan a entender la nueva conducta, se alivian. Es un gran alivio para ellos saber que sus padres tienen recursos para calmarlos e impedirles las malas conductas, que varían según la edad.

La psicóloga -una estrella argentina en su profesión y especialización- sugiere asimismo evitar enfrentamientos en situaciones en las que podemos no ganar, como comida, sueño o control de esfínteres. “No es posible obligar a los chicos a comer lo que no quieren comer, ni a quedarse dormidos (sí a acostarse y permanecer en la cama) ni a hacer sus necesidades en el momento y lugar en que nosotros les pedimos. Son temas ideales para establecer luchas por el poder que nos pueden hacer sufrir mucho a todos y que se convierten en síntomas y fuente de problemas de todo tipo”, expresa.

Autora de “Cómo criar hijos confiados, motivados y seguros”, “Latentes” o “Capacitación emocional para la familia”, entre muchos títulos suyos, Seitún advierte también que los grandes no deben estar encima de sus hijos, respirándoles en la nuca y observando cada paso y cada mal paso que dan. “Otro tips necesario es hablarles claro y concreto. Muchas veces, los más chiquitos no hacen caso porque no entienden lo que se les dice”, aclara. +

Y finalmente menciona la importancia de los hábitos. “Sin convertirnos en esclavos, la estructura, la rutina y la anticipación son los tres pilares de la obediencia, porque ellos saben a qué atenerse. Las estructuras y las rutinas les permiten saber cómo se desarrollan los días. Y de ese modo no se resisten tanto al baño, a las tareas, a guardar o a preparar el uniforme”, enseña.

En definitiva, si los padres queremos que nuestros hijos nos obedezcan y al mismo tiempo que se conviertan en personitas pensantes y seguras de sí mismas, el camino pasa por nosotros: por nuestra grandeza para convertirnos en un faro en su vida, en vez de usar la culpa para que nos hagan caso; prohibirles o exigirles cosas absurdas, ser demasiado exigentes con ellos o amenazarlos. Somos humanos y todos alguna vez perdemos la paciencia. Por ello, maternar y paternar sea tal vez el trabajo más difícil.

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