Talentoso, innovador y extremadamente curioso, Timoteo Eduardo Navarro es hoy uno de los íconos del arte clásico argentino. Por eso, la Municipalidad de San Miguel de Tucumán decidió homenajearlo con una muestra que no sólo rinde tributo a su obra pictórica, sino también a su vida asombrosa y a sus eternas repercusiones en la cultura de nuestra provincia.
La exhibición, que tendrá lugar entre el jueves 13 de octubre y el sábado 15 de noviembre en la Casa Museo de la Ciudad (ex casa Sucar, Salta 532), incluye pinturas que no pertenecen al patrimonio del Museo Provincial de Bellas Artes y, además, aquellos objetos que el artista atesoró durante su vida y que están en posesión de la familia Navarro.
La curaduría está a cargo del artista plástico Rubén Kempa.
Entre las obras pictóricas seleccionadas se encuentran óleos (esos paisajes tan característicos realizados con espátula), dibujos y bocetos que forman parte del patrimonio de la familia del artista y que fueron cedidos a la municipalidad por su hija Cristina Navarro y su nieto Mariano Puga para la realización de esta muestra.
También se exhiben fotografías de Navarro tomadas en distintos momentos de su vida: desde su infancia y juventud en Santa Fe, hasta sus incursiones en las márgenes del río Salí y en la exuberancia de El Corte, donde concurría para pintar sus ya emblemáticos paisajes.
Entre los objetos más preciados, se encuentran varios instrumentos musicales que solía tocar Timoteo (un acordeón a piano, un bombo legüero y una guitarra), cajas con sus famosas espátulas y compases que utilizaba para la confección de los paisajes usando la divina proporción que tanto obsesionó a Leonardo Da Vinci.
Asimismo, se exhibirán objetos que el artista construyó con sus propias manos, ya sea por afición o para complementar su actividad artística. Entre ellos figuran una vitrola en forma de mueble que Timoteo fabricó para escuchar sus discos de pasta de música clásica, tango y folclore y también un aparato de su propia invención que le permitía construir los marcos de sus cuadros según sus propios criterios y estándares pictóricos.
Los objetos y cuadros se dispondrán en distintos ambientes de la ex Casa Sucar y también en el patio. Para ello se montará una carpa especial que permitirá albergar buena parte de las obras y objetos, además de una sala en la que se podrá disfrutar de una experiencia de “inmersión intimista” con pinturas del artista.
Además de la exhibición de las obras y objetos, durante la muestra se realizarán distintas actividades, entre ellas, el ciclo de conferencias “Timoteo, vida y obra del Da Vinci tucumano”, a cargo Cristina Navarro y del editor Daniel Ferullo y de reconocidos artistas de nuestro medio como el mismo Kempa, el artista Aníbal Fernández y la restauradora Cecilia Barrionuevo.
Está pensado también que las escuelas y colegios de nuestra ciudad realicen visitas guiadas para conocer más de la obra y la vida de este tucumano ilustre.
La muestra se anticipa como uno de los grandes eventos culturales del año, ya que es la primera vez que se monta una exhibición que abarca no solo las obras plásticas de Timoteo, sino también fotos y objetos que atesoró durante su vida y que lo pintan como un artista integral.
La importancia de la obra de Timoteo Navarro
Timoteo Eduardo Navarro fue uno de los máximos exponentes de la plástica de nuestro país. Perteneció a la generación conocida como “Los paisajistas del 30”. Sin embargo, supo llevar el arte del paisaje a otras dimensiones: con sus espátulas y pinceles inventó texturas y formas que, incluso, llegaron hasta la abstracción.
Nacido en San Miguel de Tucumán el 18 de diciembre de 1909, hijo de un inmigrante español y una criolla argentina. Su nombre real era Eduardo Navarro, pero en su juventud adoptó el nombre Timoteo.
Con el tiempo ese nombre proclamado se convertiría en un símbolo del arte nacional. Fue el primero de seis hermanos: cuatro varones y dos mujeres. A causa del trabajo de su padre, que era empleado ferroviario, la familia debió trasladarse por distintas provincias hasta que se instaló definitivamente en Santa Fe; de ahí la confusión de algunos biógrafos que consideran al artista como nativo de esa provincia.
En Santa Fe, desde muy joven, aprendió el oficio de fotógrafo, transmitido por su padre, a quien ayudaba con el retoque de las fotografías. Timoteo realizaba el coloreado de las imágenes a mano, una costumbre muy arraigada en aquella época.
Su firme vocación artística lo llevó a realizar estudios sistemáticos de dibujo y pintura en la Academia Dante Alighieri de Santa Fe, bajo la dirección de Giovanni Cingolani. Tuvo una formación netamente clásica, ya que este maestro italiano era famoso por sus trabajos de restauración en el Vaticano, principalmente de las obras de Rafael que se encuentran en la Capilla Sixtina. Timoteo obtuvo su diploma en 1930 y, un año después, en octubre de 1931, ganó el Primer Premio de Pintura en el Salón Provincial de Bellas Artes de Santa Fe.
A mediados de 1937, tras adoptar el nombre Timoteo, decidió radicarse en Tucumán, donde comenzó a trabajar como profesor en la Escuela Infantil de Artes Plásticas de la Universidad Nacional de Tucumán, que funcionaba en el parque 9 de Julio. Posteriormente, fue profesor en el entonces Instituto Superior de Artes Plásticas de la Universidad Nacional de Tucumán y luego profesor de plástica de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Antes, para poder subsistir, se había desempeñado como profesor de natación y como bañero. Le encantaba practicar este deporte. Fue campeón provincial de saltos ornamentales e integrante del equipo de “water-polo” de Tucumán.
Tal vez le hubiera quedado muy bien el sobrenombre “el Da Vinci tucumano” ya que además del arte y los deportes, Timoteo sentía también pasión por la mecánica y la electrónica. Le gustaba desarmar su moto “Francis Barnett” (a la que llamaba “Francisca”) y su auto “Hillman” modelo inglés (con el volante a la derecha) de 1935 e improvisaba un soplete manual para pintar cada una de sus piezas.
También construía radios y tocadiscos, ya que había realizado un curso por correspondencia sobre electrónica. De hecho, confeccionó él mismo una vitrola a la que le incorporó potentes parlantes y una bandeja para escuchar los discos de pasta que poseía.
Otra de sus grandes aficiones fue la música. Aprendió a tocar diferentes instrumentos: piano, bombo, acordeón a piano, guitarra, charango y quena. Solía interpretar música popular argentina (tango y folclore) y tenía un acordeón italiano, un bombo legüero (que decoró él mismo con dibujos indígenas), un charango, una guitarra y una quena.
También acostumbraba a construir con sus propias manos los marcos de sus cuadros. Había inventado una mesa especial para elaborar las estructuras según su propio criterio. Tenía una particular técnica a la hora de preparar los soportes de sus obras: les daba una imprimación de tiza y cola, lo que no sólo protegía el cuadro del paso del tiempo, sino que también servía de complemento para el uso de la espátula. Lo obsesionaba la idea de aplicar, en cada una de sus obras, la llamada “proporción áurea” (también conocida como “la divina proporción” o “el número de oro”) que usaba, sobre todo, para construir la perspectiva en sus famosos paisajes.
En 1960 Navarro tuvo una trombosis coronaria. Su médico le recomendó reposo absoluto, pero el artista no hizo caso de las medidas de prevención y pronto retomó sus actividades normales. “Quiero vivir y no durar”, les decía a sus familiares y amigos. Murió el 14 de marzo de 1965, en los brazos de su hija adolescente, cuando regresaba de votar en las elecciones de aquel año.
Desde 1985 el Museo Provincial de Bellas Artes de Tucumán lleva su nombre. Allí se expone una parte de su vasta obra, que también se encuentra en museos de Santa Fe, Entre Ríos, Catamarca, Santiago del Estero, Córdoba y La Rioja.
A través de su arte, Navarro realizó aportes a la reconstrucción de una historia común; al reencuentro con el paisaje local con temáticas como el Río Salí, el parque 9 de Julio y los cerros tucumanos. Es considerado uno de los mejores paisajistas del país tanto en su época como en la actualidad. En sus obras, la evocación del paisaje funciona como apelación a una memoria tanto íntima como colectiva.
En “Navarro”, el crítico R. A. Pérez afirma: “el paisaje plástico no es una verdadera geografía; ni siquiera es un hecho objetivo o una realidad plástica para ser pintada. Es una conjunción de árboles, montañas, caminos, calles y casas con el entristecido hombre que los habita. Y también del alma sensible de un artista que asiste al espectáculo de
realidades trascendentes”.