La violencia no puede pasar inadvertida

07 Octubre 2022

El domingo 25 de septiembre, un grupo de chicos fue agredido salvajemente en plaza Urquiza por una patota de siete jóvenes de entre 19 y 22 años. Uno de ellos sufrió fractura de tibia y peroné, tuvieron que operarlo y hoy se recupera lentamente de las lesiones ocasionadas.

La suerte quiso que dos policías intervengan para frenar la golpiza, porque el desenlace hubiese sido con seguridad, más triste.

Hace algunos días se supo, que los agresores están libres. Pagaron una cuantiosa fianza y se fueron de la comisaría sin culpa y cargo. Eran lesiones graves, estaban imputados, pero el hecho quedó impune.

En apenas dos semanas, un episodio violento que nos escandalizó como sociedad, pasó a ser asunto olvidado. Casi de manera sistemática, estas noticias llegan a las tapas de los diarios, se oyen en los programas de televisión o radio, inundan las redes sociales y se van.

Los detalles escabrosos sirven de comidilla en twitter, para que cientos de miles (políticos y funcionarios incluidos) pronuncien lo que Gabriel Rolón denomina “palabras vacías”.

Esta semana, el psicoanalista y escritor dio una entrevista al programa LA GACETA Central y presentó su obra “La Palabra Plena”, la antítesis de lo que queremos referir en este editorial. El especialista explicó que estamos acostumbrados a llenar conversaciones de “palabras vacías” en cada encuentro con el otro y nos invitó a reflexionar sobre la manera en la que nos comunicamos y ¿nos escuchamos? y claro, en cómo actuamos.

“Estamos acostumbrados a hablar de cosas que no tienen nada que ver con nosotros. Dedicamos horas a conversaciones pero hemos perdido la capacidad de escucharnos”, analiza.

Por eso otros expertos buscan respuestas ante los sucesivos hechos de violencia entre los jóvenes. Es que desde su experiencia, hay cambios notorios y preocupantes. En la edición del 30 de agosto, la licenciada en Psicopedagogía Silvia Bono sostiene que algunos grupos de estudiantes se manejan en banda y con un objetivo claro.

“La meta pasa por dañar a un tercero y las peleas son intencionales y premeditadas. No hablamos de riñas inofensivas porque los agresores apuntan directamente a lastimar o a lo grave”, explica.

Preguntarnos por qué pasan estas cosas, nos lleva a mirar con detenimiento los ejemplos que los chicos reciben (o no) en sus casas y en la sociedad. Sería bueno repensar qué tipo de sanciones deberían aplicarse ante conductas de este tipo o trabajar en contener a estos grupos.

Es necesario que en el seno familiar existan límites claros. Los roles de autoridad, como las instituciones educativas y gubernamentales deberían tomar una postura activa ante esta problemática.

La Policía debería tener estrategias para ocuparse de asegurar la tranquilidad en sectores como la plaza Urquiza, ubicada en el corazón de Barrio Norte, y que en otras ocasiones fue escenario de serios episodios de violencia entre estudiantes, como fue la llamada “Guerra de las gorras” hace pocas semanas.

El archivo de LA GACETA acerca otros casos graves, como el de Matías Albornoz Piccinetti, quien falleció producto de un puntazo en el corazón, también ante un ataque de estudiantes sobre la esquina de Santiago del Estero y 25 de Mayo, a pocas cuadras de la plaza Urquiza, dolorosa historia que generó debates fuertes en su momento. Convendría volver a pensar las estrategias en busca de una sociedad más serena y aventar futuros riesgos.

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