El episodio no pasó inadvertido ni quedó en anécdota. La amenaza de la policía qatarí a un equipo de la televisión danesa que transmitía desde una plaza de Doha enciende la alarma. Los guardias de seguridad increparon al cronista Rasmus Tantholdt y se mostraron dispuestos a romper la cámara. Viralizado en cuestión de minutos, el incidente generó un pedido de disculpas del comité organizador. Por un momento, a los ojos del mundo se reveló ese rostro del que tanto se está hablando en la previa del Mundial: el de un país en el que las libertades individuales y el respeto a los derechos humanos no forman parte del núcleo de la agenda.
Son las dudas que genera Qatar, movidas por el pecado de origen implícito en su elección como sede del Mundial. Un procedimiento oscuro y denunciado desde la misma FIFA, cuando Joseph Blatter y Julio Grondona firmaron Rusia 2018 y Qatar 2022 en una misma reunión. De aquella FIFA corrupta y sometida al escrutinio judicial a esta FIFA que intenta lavar culpas con escaso éxito median apenas unos pocos años. Qatar emerge de ese magma con el poderío de sus petrodólares y prometiendo un Mundial modelo e hiperconcentrado en la ciudad de Doha y sus alrededores. Todo montado sobre una infraestructura futurista y de ensueño, pero edificada a costa de la muerte de 6.000 trabajadores, cifra aceptada por los propios organizadores. Lo que lleva a preguntarse… ¿cuántos habrán sido en realidad?
A estas dudas se subieron con claridad numerosas ONG internacionales y, en especial, les presta atención la opinión pública europea. La palabra boicot viene escuchándose de distintas formas y toma diversos caminos. En Alemania, por ejemplo, decidieron que los partidos no se verán en los bares. Si los ideales de libertad, igualdad y fraternidad luchan por mantener su vigencia en la aldea global, en Qatar se ven cercenados por la política de un régimen autocrático que hace a su país menos libre, menos igualitario y menos fraterno. Contra esta imagen la familia real qatarí y su brazo organizador del Mundial contraponen la propaganda que “vende” una Qatar de brazos abiertos. Pero en la realidad de la calle la voluntad de desarmar esa cultura no parece palpable y los periodistas daneses pueden dar cuenta de eso.
Hasta hace unos meses se hablaba de un potencial colapso en Doha debido a la posible falta de alojamiento para los cientos de miles de visitantes que se esperan. Surgió entonces la idea de atracar barcos en el puerto de la capital para instalar allí a los turistas. Nada de esto hizo falta porque hay departamentos y plazas hoteleras de sobra. También hay disponibles entradas para prácticamente todos los partidos (con excepción de los de Argentina, que ya están agotadas), Se da entonces la inversa; la -casi- certeza de que se verán varios estadios semivacíos durante la primera fase. El Comité Organizador negó rotundamente que estén desparramando hinchas falsos por la ciudad. Pero si se vio obligado a emitir un comunicado en ese sentido es porque algo está sucediendo y se puede detectar en las imágenes de TV.
Las recomendaciones a los visitantes orientadas a no chocar con las costumbres qataríes (no beben alcohol y evitan las manifestaciones de afecto en público) son una constante desde hace meses. También los datos concretos sobre cómo son discriminadas las minorías y las medidas que toman las fuerzas de seguridad cuando se vulneran principios ligados a su cultura y a su religión. Nada de esto estaban haciendo los periodistas daneses y aún así fueron amenazados. Tantholdt aceptó las disculpas, pero no se privó de decir lo suyo. “No creo que el mensaje de los altos mandos de Qatar haya llegado a todos los guardias de seguridad -comentó-, pero al mismo tiempo dice mucho sobre cómo es Qatar. Este no es un país libre y democrático. Mi experiencia después de visitar 110 países en el mundo es: cuanto más tienes que esconderte, más difícil es informar desde allí’.
Todas estas dudas que genera y proyecta el organizador del Mundial pueden profundizarse o atemperarse durante los próximos días. Puede que el país decrete una tregua, una suerte de recreo, y exhiba su costado más amable. No obstante, hay cuestiones de fondo que van más allá de una disculpa ocasional. Qatar no va a cambiar una tradición por obra y gracia del Mundial, aunque tal vez durante estas semanas algún sentimiento se genere en su gente. Por lo demás, en la cancha, sólo queda esperar que -como dijo el filósofo por excelencia de la ontología futbolera- la pelota no se manche.