LA GACETA en Qatar: bienvenidos a La Perla, el impactante monumento a la riqueza

A medio camino entre Venecia y la tradición oriental, aquí los millones qataríes explotan en su máxima dimensión.

IMPENSADO. Según los cálculos más amarretes, la construcción de La Perla costó no menos de 20.000 millones de dólares. IMPENSADO. Según los cálculos más amarretes, la construcción de La Perla costó no menos de 20.000 millones de dólares. FOTO DE GUILLERMO MONTI / ENVIADO ESPECIAL

Hace años, cuando la lluvia de petrodólares todavía no había cambiado la historia de la península arábiga, en la costa de Doha los prodigiosos buceadores encontraban perlas manteniendo la respiración durante largos minutos bajo el agua. De allí tomó el nombre La Perla, el monumental emprendimiento inmobiliario que ningún visitante podría dejar de lado. A medio camino entre Venecia y la tradición oriental, aquí la riqueza qatarí explota en su máxima dimensión. Frente al conjunto de islas artificiales -esas tan famosas con forma de palmeras que adornan cualquier folleto turístico- se erige un barrio colmado de hoteles cinco estrellas, restaurantes, cafés y tiendas de las marcas más sofisticadas. Es el Qatar opulento que el emir Tamim bin Hamad Al Thani pretenderle mostrarle al mundo.

“Pueden mirar lo que quieran, pero por favor no toquen nada”. El vendedor, desde su admirable firmeza, advierte a los argentinos que se abalanzan sobre la tienda de Ferrari. Las máquinas están en fila; comenzando por la emblemática Testarossa, también hay azules, blancas y amarills. Y al fondo, brillante, la negra. Esa que quería Maradona y que Cóppola le consiguió tras negociar con el propio Enzo Ferrari (según la anécdota que el manager relató infinidad de veces). Siguen las casas de Maserati, Rolls Royce, Lamborghini… Los amantes de los “fierros” se agarran la cabeza.

Para llegar a este enclave conviene tomar el subte de la línea roja y bajar en la estación Legtaifiya. Desde allí se pasa a un ómnibus. Zigzagueando entre las rotondas y avenidas asoma una mezquita de un blanco apabullante -en refacción por estos días- y a continuación aparecen los complejos de viviendas. Estas son las primeras que se destinaron exclusivamente para comercializar con extranjeros y por eso La Perla es un barrio de inmigrantes. Pero no de la mano de obra empleada en la construcción y el área de servicios, que jamás podría acceder a un lugar como este, sino de la clase acomodada que desarrolla actividades comerciales y profesionales. Es la cara internacional de Doha, suerte de moderna torre de Babel potenciada estos días por el Mundial.

UNA JOYA. La Perla es un archipiélago rodeado por canales y lagunas -de allí la referencia veneciana-. UNA JOYA. La Perla es un archipiélago rodeado por canales y lagunas -de allí la referencia veneciana-. FOTO DE GUILLERMO MONTI / ENVIADO ESPECIAL

La Perla es un archipiélago rodeado por canales y lagunas -de allí la referencia veneciana-. Las islas más chicas se conectan por puentes (uno de ellos es una réplica del Rialto, uno de los más célebres de Venecia); las más grandes, por ferrys que surcan la zona incesantemente. El barrio está dividido en distritos, cada uno con un sello arquitectónico particular. El sector del puerto, donde se abre la bahía, es en realidad un amarradero en el que brillan alineados los yates y las lanchas. Se puede bordearlo paseando por Marina Bay, una costanera que se anima tras la caída del sol. De día conviene mantenerse guarecido por el aire acondicionado. Se nota una indisimulable voluntad de imitar a Montecarlo: ¿en qué ciudad atracarán los yates más poderosos?

El Mundial le agregó color a La Perla. Justo en el punto medio del trayecto de Marina Bay montaron una fiesta permanente en la que suena la música electrónica, paraíso de DJs. Más allá un anfiteatro cubierto y refrigerado invita a ver los partidos en pantalla gigante. Mientras los hinchas croatas y marroquíes compartían el espacio, los mozos circulaban sirviendo jugos y canapés. Al frente, en el Qasr Al Yasmine Palace, los pasajeros VIP seguían el 0 a 0 detrás de unas coquetas e impenetrables cortinas. Se sentía desde afuera el aroma de los narguiles. ¿Foto?, fue la pregunta al macizo encargado de seguridad. Se limitó a sonreír y a mostrar el camino de salida.

Una ostra gigante, con una perla en el interior, remite a los orígenes. Suerte de monumento, rinde tributo a una actividad que tiempo atrás distinguió a los qataríes. Pero no hay mucho más que haga alusión a la historia del país. El perfil de esta gigantesca área de 32 kilómetros cuadrados es moderno, futurista, emparentado con esa Doha de los rascacielos espejados y, cortesía del Mundial, los estadios con forma de estaciones espaciales. Aquellas perlas que conquistaron los mercados internacionales, desde India a China, hasta llegar a Europa, tomaron hoy la forma de imanes que prometen una vida de ensueño a quienes se instalan en el barrio.

¿Cuánto costó este prodigio de la ingeniería y de la arquitectura? No menos de 20.000 millones de dólares, según los cálculos más amarretes. Este presupuesto se traslada a las billeteras de los residentes: el precio por metro cuadrado es proporcional a lo que se paga por una habitación de hotel o por comer en alguno de los numerosos restaurantes. Hablando de pesos argentinos, una cena para dos personas puede superar tranquilamente los $ 50.000. Será por eso que los visitantes miran mucho y compran poco.

El recorrido por una zona como La Perla genera toda clase de sensaciones. Habrá quienes piensen en aquello de “el lujo es vulgaridad”,  frase que los Redondos tomaron de Adolfo Bioy Casares para convertirla en remera. Habrá quienes queden sobrepasados por el escenario y se limiten a atesorarlo en la memoria. Y también aquellos que se imagen, al menos por un momento, a bordo de un yate en alguna noche mágica de Oriente. El Mundial también es un cruce de ideas. De un modo u otro, a quienes lleguen a Qatar La Perla no les pasa inadvertida.

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