LA GACETA en Qatar: la visita a esta maravilla justifica el viaje al Mundial

No se trata de fútbol, sino de una experiencia multisensorial que invita a descubrir la raíz de un país: el Museo Nacional de Qatar

LA GACETA en Qatar: la visita a esta maravilla justifica el viaje al Mundial

Entre los mares de dunas qataríes se encuentran rocas de una belleza exquisita. Una de ellas es la rosa del desierto, suerte de flor moldeada por millones de años entre ventiscas que aglutinaron yeso, agua y arena. Dicen que encontrar una rosa del desierto trae mucha suerte, sobre todo en el amor. A partir de esa forma y de ese sentimiento se inspiró al arquitecto francés Jean Nouvel cuando diseño el Museo Nacional de Qatar. Emerge bajo el sol de Doha como una flor -en este caso de granito- con sus curvas y sus pliegues, intrincada y simple a la vez. Una flor que se abre e invita a recorrer su intimidad. Y si el exterior deja boquiabiertos a los visitantes, la propuesta que aguarda puertas adentro no es menos seductora.

LA GACETA en Qatar: la visita a esta maravilla justifica el viaje al Mundial

Acompáñenos en esta visita con forma de crónica. Jamás alcanzará el nivel de una vivencia en directo. Es que los museos virtuales son una valiosa conquista que democratiza la cultura, pero hay experiencias multisensoriales impagables y esta es una de ellas. Qatar propone un viaje interactivo en cada una de las galerías, dispuestas con un guión museográfico excepcional en el que se combinan objetos, información, dioramas, imágenes en 3D, un tiburón volador, atracciones educativas para los chicos, fotos, videos, pantallas gigantes y un derroche tecnológico que no altera la sensación de estar recorriendo una caverna tallada en ia roca. Y con el llamativo agregado, por estos días, de una Babel mundialista hecha de camisetas futboleras de los más diversos colores.

La entrada cuesta 199 riyales. Son unos $ 19.000, cifra que desanima cualquier bolsillo argentino, pero se sabe que en el exterior jamás hay que hacer cálculos en la moneda nacional, de lo contrario cunde la desesperación. De allí se abren dos colecciones. Una se llama “En movimiento” y cuenta sobre tres pueblos hermanados por la vida en el desierto: los qataríes, los mongoles y los saharianos. La otra, titulada “La formación de Qatar”, narra la historia del país desde la prehistoria hasta nuestros días. Ambas apelan a los más sorprendentes recursos para atrapar del principio al fin del recorrido.

El sentido de “En movimiento” es desarmar el estereotipo construido por la mirada, sobre todo occidental, acerca de lo que significa vivir en el desierto. Ese relato suele tener dos vertientes: o la romantización dibujada por oasis, caravanas de beduinos, camellos y guerreros a caballo; o el prejuicio que habla de atraso y analfabetismo. En ambos casos provienen del ojo colonizador que hizo de Asia y de África un campo de extracción de materias primas, carente del mínimo respeto a culturas a las que apenas se brindaba algún dejo de condescendencia. Algo que no cambió demasiado por estos tiempos.

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En las salas se aprecia en detalle cómo convivían los tuaregs africanos, las hordas mongoles y las tribus qataríes, separadas por miles de kilómetros pero unidas por usos y costumbres propias del contacto con la naturaleza. Pueden verse tiendas, trajes, utensilios, toda clase de orfebrería -básicamente en plata-, instrumentos musicales, armas… Impacta la selección de los atuendos utilizados para la fiesta local de Eid Al-Adha, con sus filigranas y riqueza de formas, los sillones portátiles y las camas de campaña hechas en madera y en cuero. Y dos conceptos que sintetizan el espíritu de estos pueblos: “vivir es un arte” y “el agua es vida”. De allí la explicación, con fotos y maquetas, sobre los métodos empleados para encontrar agua y las maneras de almacenerla, en grandes tinajas o en odres forrados en piel.  

“La formación de Qatar” explica que los primeros rastros del país, tal como se lo conoce hoy, datan de hace 700 millones de años. A la huella geológica va sumándose el desarrollo de la geografía, la flora y la fauna. En este caso, a la travesía contribuye un sonido envolvente. Cerrando los ojos da la sensación de estar en el desierto, por momentos envueltos por una tormenta de arena. Y lo propio sucede más adelante, cuando lo que se exhibe es el muestrario de la vida marina en las cercanías de las costas qataríes. En ese caso es el ruido de las olas rompiendo en la playa lo que acompaña al visitante. En vitrinas o con forma de dioramas aparecen las más diversas especies: manadas de mamíferos, avestruces, gatos salvajes, zorritos… Y más allá peces, corales, mantarrayas. También caracoles y, por supuesto, perlas, ese tesoro que Qatar explotó y por el que ganó fama internacional. Lo del tiburón que flota sobre las cabezas no es casual: una de las actividades favoritas por los turistas es nadar entre tiburones, muy cerca de la costa.

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El sector arqueológico remite a los inicios de la civilización en la zona y allí asoman los puntos de contacto con otras culturas, por ejemplos las andinas. Esto se nota en los símbolos en vasijas y recipientes, en el tallado sobre piedras, en los muros similares a los de los pucaras y en los ritos funerarios. La más antigua de estas expresiones data de 13.000 años y se denomina Taqan. En el período Ubaid la región de la actual Qatar dio un salto tecnológico, con la aparición del bronce y del hierro. La instalación del Islam, ya en nuestra era, delineó una forma de vida que cambió muy poco hasta el siglo XX.

Desde una enorme pantalla las mujeres hablan de sus quehaceres y en la sala se despliegan las maravillas de las manufacturas textiles, en las que predominan los tonos rojizos. Sigue la evolución de la arquitectura, con los estilos preponderantes en columnas, puertas y ventanas, una galería colmada de reproducciones de barcos, idénticos a los que construían aquí pescadores y buscadores de perlas, y finalmente un sector destinado a contar en detalle cómo es vivir regidos por los principios del Corán.

El fin del recorrido cumple la misión de exteriorizar todo lo que el Qatar moderno ha conseguido y, en especial, cómo lo hizo. Por eso están las primeras máquinas con las que se extrajo petróleo y los aparatos con los que se realizaban las originales prospecciones. Es un paseo tan interesante como vertiginoso, porque demuestra que en pocos años el país pasó de ser un desierto casi inhabitado a una potencia energética mundial. Hay un mapa interactivo que va descubriendo, década a década, el formidable crecimiento urbano de Doha. De aquellas tiendas que empleaban las tribus nómades al perfil de rascacielos hoy emblemáticos de la capital.

No podía faltar en el epílogo el culto al autócrata. Es el punto más antipático del museo, esa pantalla desde la que el emir habla de cómo brinda felicidad a su pueblo y abre sus brazos a inmigrantes de todo el mundo. Por supuesto: nada se dice allí de la otra cara del país, la cuestionada en foros internacionales por violaciones a las derechos humanos y por la discriminación a las minorías. Una realidad que los propios qataríes no niegan.

LA GACETA en Qatar: la visita a esta maravilla justifica el viaje al Mundial

Si la entrada al fantástico museo no es barata, tampoco lo son los precios  en la tienda de obsequios, ese clásico de todos los museos. La recomendación, más allá de la variedad y el colorido de los regalos que se ofrecen, es prestarles atención a los libros. Hay cinco temas recomendables: arquitectura, cúpulas de mezquitas, perlas, caballos del desierto (uno de la fotógrafa Miona Jancke, llamado “El espíritu del viento”, es asombroso) y el arte de la cetrería, una práctica milenaria en Qatar. Si el visitante, finalmente, se resigna a exprimir el bolsillo por una buena causa, a no dudarlo: tiene que llevarse una rosa del desierto.

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