Desde el viernes por la tarde se había corrido la bola que un “intendente” había puesto a disposición la plaza principal de su municipio e invitado a los hinchas argentinos a hacer la previa del partido con Australia. El político, además de su buena voluntad, soltó la caña de pescar con un anzuelo infalible: “habrá comida gratis, bebidas y juegos”. Si daba para desconfiar de tanta amabilidad, no.
Días atrás, previo al cierre de la fase de grupos con Polonia, en el Barwa, el barrio colonizado por banderas celestes y blancas, de la nada apareció un hombre y regaló cantidades industriales de agua. Resulta que había pasado por las canchitas de fútbol 5 del barrio, preguntó qué hacía tanta gente allí y le respondieron, “jugando un mini torneo de fútbol 5”.
De mini no tuvo nada ese evento. En esa calurosa mañana de vigilia de miércoles, 32 equipos participaron del campeonato organizado vía Whatsapp y distribuido por los diferentes grupos de chats de argentinos en Doha.
Dicha “curiosidad” fue un dardo emocional para el misterioso hombre de turbante y túnica blanca. Agradeció, arrancó su auto y al ratito volvió. Uno de sus secretarios abrió el baúl y bajó varios fardos de agua. “Gracias, muchas gracias”... “De nada, ¿Tienen qué comer?”
En épocas mundialistas de vacas flacas, la idea del rejunte era consagrar el mediodía con una hamburgueseada. Cada uno debía aportar algo a la causa. Pero no fue necesario.
El hombre del turbante y túnica blanca volvió a excusarse, a arrancar su camioneta y a volver al rato con 200 burgers de pollo. “Se re copó el hombre”.
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En el Parque Al Rayyan sucedió algo similar, aunque el factor sorpresa iba a impactar entre los fans de otra manera. “Estos nos usaban, jejejeje; nos sacaban fotos, y decían muevanse para acá, para allá; canten un poquito. Estuvo divertido”, le cuenta a LA GACETA Luciano, uno de los primeros en sumarse a la movida que ofreció un “duelo” de batucadas entre la argentina y una local. “Eran varios pibes bailando, moviendo sables, estuvo lindo”, agrega Luciano, de Neuquén para el mundo.
La fisonomía del parque Al Rayyan es simple, mucho césped, pocos árboles (están creciendo) y mucha prolijidad para camuflar lo que quizás ellos no quieren mostrar, por ejemplo los baños, de una paquetería que ni les cuento. Hay dos de mujeres y dos de hombres. Recubierta su estructura con enredaderas, ese verde corta el cuadro fotográfico dándole otro color al panorama general.
Sobre uno de los laterales del parque, el municipio armó una carpa estilo beduina. Un sector estuvo dedicado a quienes deseaban tomar un descanso. Entre alfombras y almohadones, podías regalarte una siesta. El único requisito, entrar descalzon. Ustedes sabrán.
El otro sector quedó para la cocina, dos mujeres de burka prepararon unos panqueques con chocolate tan sabrosos que había que sacar número y hacer fila para poder hacerse con uno de ellos. A mí me tocó el 100, debía ser paciente.
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A media tarde, el efecto inspiración le ganó a los hinchas con un desafío para nada imposible: acertarle a un pequeño arco y llevarte a tu bolsillo nada más y nada menos que 100 riales qataríes, al cambio de hoy, unos 30 dólares. Un botín de oro. Hubo más, pero debo aceptar que me perdí esa parte. Me la contó uno de los pibes que llegó antes que yo. No sabe cómo pero de repente uno de los organizadores le avisó a uno de los presentes que se había ganado una estadía en Qatar, con aéreos incluidos. Que belleza.
Y la belleza también estuvo en los 8 camareros que repartieron sánguches de atún calentitos cuando la noche ya era noche y la prisa comenzaba a comprar todos los boletos de la lotería. “Si no quieren ir a la cancha, a su disposición tendrán una pantalla gigante”, gracias pero continuamos.
Y hubo más belleza aún cuando me animé a sostener al halcón, toda una experiencia. Solo voy a contarles sobre que uno de los “embajadores de la empatía local”, me dijo: “son sagrados y te aseguro que viven y comen mejor que vos y que yo. Ah, y seguro que son más caros que nosotros dos juntos”, sé que estaba bromeando, pero por las dudas le aclaré que “yo no tenía precio”.
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La movida cursaba sus últimos momentos en el parque Al Rayyan. Puede decirse que fue una tarde increíble desde lo sensorial, por los shows que se mandaron los anfitriones. Puede decirse “muy buena onda”, desde la conexión con los dueños de casa y su calidez como anfitriones. Y puede decirse bien divertida, por la curiosidad de ambas banderas de querer conocer uno más del otro. Porque, para ser honestos, la mayoría de los que estuvo en este encuentro difícilmente volverá al parque Al Rayyan después del Mundial.
“Por eso es tan lindo poder compartir con la gente”, dice con razón Luciano. “Quizás nos ven como bichos raros por cómo actuamos. O Quizás es recíproco, porque no entendemos algunas situaciones suyas”.
Tras el apretón de manos final y apuntarnos al siguiente viaje, nos recorre una extraña sensación a los del “norte” sobre todo, haber recibio tanto sin pedir nada a cambio. “Si lo trasladás a mi provincia, seguro te volvés con el bolsón y el voto en la mano, je”, qué decirles, que cada uno interprete como crea, ¿no?
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Poco más de un kilómetro separa al parque de la estación del metro. Nuestra siguiente parada será la del Qatar Mall, la última de la línea verde y antesala de acceso al estadio Ahmad Bin Ali, donde la Selección va por el pase a los cuartos de final.
Por la ventana del metro asoma la increíble fachada del estadio, en un color rojizo que eriza la piell. Quienes tienen los bombos se ponen en modo on y le dan tecla al cancionero. Con la panza llena y el corazón contento, es hora de entrar en clima de partido y calentar motores pensando en el aliento a Leo y compañía. Como sucederá hoy, mañana y siempre.
Vamos Argentina.