Estuvo al borde de la muerte, su padre lo salvó, y tras una cirugía en la cabeza pudo volver a una cancha de fútbol

Gabriel Ríos habí sufrido un grave accidente durante un partido en la Liga Tucumana; logró volver a jugar y hoy tiene una mirada distinta sobre la vida y el fútbol.

El momento posterior al choque: el padre de Gabriel Ríos lo estabiliza a la espera de la ambulancia. | Captura de video El momento posterior al choque: el padre de Gabriel Ríos lo estabiliza a la espera de la ambulancia. | Captura de video

Gabriel Ríos es zaguero central zurdo, tiene 23 años y juega en Tucumán Central. Es alto, fuerte y agresivo cuando hace falta. “Me gusta salir jugando. Miro mucho a centrales líricos, como (Alessandro) Bastoni. Tengo las dos cosas, raspo y también la piso”, dice, tratando de definirse sin encasillarse del todo. Sin embargo, su carrera sufrió un fuerte giro a finales de septiembre cuando, durante un partido por la Liga Tucumana de Fútbol, tuvo una situación que lo dejó helado.

Promediaba el partido contra Unión del Norte cuando “Gaby” fue a disputar una pelota aérea y recibió un golpe en la cabeza que le provocó un corte sobre el ojo derecho. Segundos después comenzó a convulsionar, generando un momento de máxima tensión y desesperación.

Pero por suerte, en la tribuna estaba su papá, Roberto, cirujano plástico de profesión, que había viajado hasta Burruyacu a verlo. Así, pasó de ser espectador a médico de urgencia.

El fútbol lo acompaña desde siempre. “Juego desde los cuatro años”, cuenta en diálogo con LA GACETA, ya recuperado y listo para volver a las canchas.

Arrancó en las inferiores de Atlético, llevado por un amigo de su papá que lo veía patear en el parque. Más tarde pasó por San Martín, donde en 2019 jugó en Cuarta y también tuvo minutos en Reserva. La posición nunca cambió. “Siempre fui central. Es la que más me gusta”.

Desde muy joven tuvo claro su objetivo. “Siempre quise apuntar a lo más alto. Mi sueño era jugar en Europa”, explica. A los 17 años viajó a Italia y se probó en el Torino. La experiencia fue buena, pero el contexto no lo ayudó. “No tenía la ciudadanía; era extracomunitario. Cuando volví para hacer los trámites, cayó la pandemia y se retrasó todo un año y medio”. Más adelante logró quedarse dos temporadas en la Serie D italiana. “No se dio por un tema de mentalidad. No era el momento”, relata hoy, sin mostrarse afectado.

Estados Unidos fue el siguiente intento. Gracias a la nacionalidad de su madre, tuvo una prueba en el Miami Football Club, de la segunda división. “Compartía plantel con Lucas Melano, Sebastián Blanco, y otros jugadores de renombre. Me llevaba muy bien”, asegura. Pero otra vez, el destino frenó su envión. “Me lesioné y como no tenía contrato, hicieron la más fácil: descartarme. Así, tuve que volver al país”, recuerda.

Estuvo al borde de la muerte, su padre lo salvó, y tras una cirugía en la cabeza pudo volver a una cancha de fútbol

De regreso en la provincia, su llegada a Tucumán Central fue casi accidental. “Estaba recuperándome de la lesión en el Parque Guillermina y ellos se entrenaban ahí”. Se acercó, habló con el técnico Walter Arrieta y recibió una oportunidad. “Me dijeron ‘te queremos conocer’ y así llegué al club”, dice.

El campeonato fue de menos a más. Al principio no jugó por falta de rodaje, pero después llegó la chance e hizo todo lo humanamente posible para no desperdiciarla. “Entré, jugué unos 10 o 12 partidos y me quedé con el puesto”, relata. Y cuando parecía afirmarse, todo se cortó de golpe.

El 26 de septiembre, en Burruyacu, ocurrió el accidente que lo cambió para siempre. “Fue una disputa por arriba. Yo voy de perfil, gano la pelota y el delantero me cabecea a mí”, explica. “No me acuerdo casi de nada”, agrega. Sus compañeros le contaron después lo que había sucedido, pero él intenta mantenerse al margen. “Algunos dijeron que fue mala leche, pero yo no le doy importancia a eso”.

Lo primero que recuerda es cuando despertó. “Uno o dos días después; estaban mi hermano y mi novia”, cuenta. La sensación fue inmediata. “Sentí pánico; miedo de estar en una cama”, resalta. Le explicaron la gravedad del asunto. “Me dijeron que casi me muero y no lo podía creer porque no recordaba nada del accidente”.

Su papá estuvo ese día en la cancha y fue clave en los primeros minutos. “Agradezco que haya estado ahí para acomodarme y para calmarme hasta que llegó la ambulancia”, cuenta casi al borde de las lágrimas.

Cuando pasó el sacudón vino algo más profundo que la recuperación física. “El accidente me cambió la cabeza. No le doy poder al otro, ni gasto mis energías en asuntos que no sean el fútbol. Esto me volvió más espiritual”, explica. Gabriel habla de un antes y un después sin exagerar. “Antes hacía las cosas en automático; hoy soy una persona nueva. Me acerqué mucho a Dios y a la oración. Ahora me entreno con un propósito”.

Volver a empezar fue literal. “La primera semana y media era sólo caminar. Me dolía la espalda, la cadera”, relata. Y cuando quiso tocar una pelota, el cuerpo no le respondía. “Daba un pase y lo daba mal. No podía hacer ni tres pataditas seguidas cuando antes hacía 300”, recuerda. El golpe anímico fue fuerte, pero encontró sostén. “Mi papá me ayudaba a no estresarme; mi novia Sofía, mi hermano, mi amigo Gabriel Jiménez también… Tengo una contención muy grande”.

Para Gabriel, la contención de sus afectos fue clave en su recuperación. Para Gabriel, la contención de sus afectos fue clave en su recuperación.

Se levantaba temprano, incluso sin jugar. “A las seis y media de la mañana miraba partidos y analizaba a mis compañeros”, explica. Todo tenía un objetivo. “Me propuse jugar la final: y cuando decís un objetivo en voz alta, todo tu pensamiento va hacia eso”.

Tucumán Central salió campeón de la Liga. Gabriel no estuvo en la cancha, pero sí en ese proceso. “La gente me abrazaba y me decía ‘esto también es tuyo’”, afirma. Y él lo siente así. “Yo jugué esos primeros 15 partidos”, saca chapa entre risas. Antes de la final, incluso, habló con el plantel. “Les dije que iban a salir campeones”.

Hace una semana volvió a estar convocado para el Regional Federal Amateur. “Juego con casco de rugby por precaución”, advierte mientras el cuerpo técnico lo lleva de a poco. “Walter no me ve al 100%, pero yo me preparo porque sé que en algún momento me va a tocar”, jura.

Pese a no haber podido jugar la final, Ríos fue clave en el título conseguido por Tucumán Central. Pese a no haber podido jugar la final, Ríos fue clave en el título conseguido por Tucumán Central.

Los médicos habían marcado un plazo de tres meses. “Aguantá hasta enero”, le habían dicho. Pero con el acompañamiento de su padre y consultas con especialistas de España y de Estados Unidos, la recuperación fue más rápida.

Sobre la falta de ambulancias en los partidos de la liga, como sucedió en su caso, elige no profundizar. “No quiero entrar en polémica porque me quita energía”, dice y prefiere cerrar con lo que aprendió. “Cuando pasa algo malo, lo primero es ponerse metas a corto plazo para no caer en la depresión”, reflexiona. “Las cosas no te pasan a vos, pasan para vos”, resalta.

Para él, el accidente fue eso. “Me hizo centrarme en lo bueno, en mejorar mis relaciones y en valorar el orgullo por uno mismo”, sentencia.

Gabriel quiere volver a jugar afuera; su deseo sigue intacto. Pero ahora hay algo más. Ya no corre solo detrás de un sueño; corre con un sentido, un objetivo y una espiritualidad que lo vuelven imparable.

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