“¿A quién querés más? ¿A tu papá o a tu mamá?”, pregunta Alberto Algieri. “Mi mamá me dio la vida, mi papá me hizo hombre”, subraya. Mientras, despliega una bandera gigante y la ata a las vallas que rodean el estadio Ahmad Bin Ali. Pero eso está prohibido, así que de inmediato aparece un policía y le pide que la retire. “Foto, foto”, le implora. “Bueno, pero cinco segundos”, es la respuesta. Los guardias de seguridad son inflexibles en Qatar, pero este aflojó un poco. Entonces, mientras posa con la cancha de fondo, Alberto completa el concepto: “Argentina me dio la vida, Platense me hizo hombre”.
Él pertenece a una cofradía muy especial, distinguida entre los miles de hinchas que llegaron a Medio Oriente para alentar a la Selección. Son los que resignan la celeste y blanca para lucir la camiseta de sus clubes. No es que tengan el corazón partido; el corazón -enfatizan- siempre será argentino (aunque una de estas historias haya tomado un camino impensado, ya veremos de qué se trata). Algunos la usan por cábala, para darle suerte a la Scaloneta. Para otros se trata de una cuestión de pertenencia. Y hay quienes se sienten embajadores de sus equipos en la máxima cita del fútbol. Como si cargaran el barrio durante miles de kilómetros para hacerlo sentir parte del Mundial.
Algo de eso se adivina en Rodrigo Ferretti, fanático de Lanús, lo que es sinónimo de pasión familiar. Y no es cualquier camiseta la que muestra en el playón del estadio, sino la que consiguió un histórico ascenso para el “Granate”.
La misma alegría demuestra Nicolás Boyero con la albinegra de Talleres sobre la piel, peluca y anteojos oscuros, la mejor puesta en escena para gritar por la Selección. “Mi mamá, Nider Noelia, me hizo de la T. ¡Saludos para ella, que está en Córdoba”, exclama.
Siempre hay un retazo de tucumanidad en la previa de los partidos y en este caso lo aportaba Gonzalo Santos. “Me pongo la de Atlético porque tiene los colores de nuestro país. Este es mi primer Mundial, es algo único -relata-. Del “Deca” me hizo mi papá, Daniel. Él fue dirigente y tiene butaca de socio vitalicio”. De Tucumán y de Yerba Buena, apunta Gonzalo en la despedida.
Muy cerca, Damián Descalzo se paseaba luciendo la camiseta de Tigre. Pero no con un modelo nuevo; al contrario. “Tiene como 30 años, es la de la campaña del Nacional B 94/95. La llevo a todas partes, con esta vi la final contra Boca en Córdoba. Es mi tercer Mundial y la primera vez que me acompaña”, destaca.
Norberto Illescas fue un destacado jugador de la época de oro de Colón. Pero toda su familia es de Unión, incluso su hijo Alejandro, quien exhibe los colores del “Tatengue” con orgullo. Cosas que pasan en Santa Fe y en toda ciudad que alberga un clásico “Desde 2014 esta camiseta viaja a todos lados -revela Alejandro-; tiene encima tres Mundiales, la Copa América, la Copa Sudamericana que seguimos con el club…” Matías Zecler, con la de Newell´s estampada en el cuerpo, infla al pecho cuando recuerda que su club albergó a Messi y a Maradona. “Sólo Barcelona puede decir lo mismo, pero no vas a comparar la pasión… La que genera Newell´s es mucho más fuerte”, indica. Para la foto se suman dos “leprosos” más: Franco y César.
De todas las camisetas que van apareciendo, la más veterana en materia mundialista es la que muestra Daniel Doubnier. Ya son cuatro las Copas por las que pasó la verdinegra de Nueva Chicago. “Mi club no ganó muchos títulos, pero es primero en cuanto a pasión”, dice Daniel, que como no podía ser de otro modo, vive en Mataderos. “Fijate que estamos en todos los grandes eventos, como en el polo, con el equipo de Adolfo Cambiaso –agrega-. Estamos acostumbrados a romper el status quo”.
Una de las más llamativas es la camiseta con la que se pasea Tobías Coria. Es la de Independiente de Neuquén. “Te da energía, es algo distinto. Además, soy hincha y juego en el club, ya debuté en la Primera de la Liga. ¿De que juego? De 9”, cuenta Tobías. Sostiene que al primer partido, con Arabia, fue con la camiseta de la Selección, y para sacarse la mufa la cambió por la del Independiente neuquino.
Para el cierre quedó aquella historia particular, cuyo protagonista se llama Gabriel Martínez. “¿Por qué alentás con la camiseta de San Lorenzo, y no con la de la Selección?”, fue la pregunta. “Porque soy uruguayo, la única camiseta nacional que me pongo es la celeste”, aclara Gabriel.
Y relata: “vivo en la Argentina hace 40 años, mi familia es argentina. Me hice del ‘Ciclón’ de chico, vivíamos a cuatro cuadras de la cancha de Atlanta y San Lorenzo hacía de local ahí”. En la despedida invita a un clásico de la cocina porteña, el restaurante El Pasaje, más conocido como “el bodegón de las abuelas”. “Escribime por Instagram y venite”, afirma. Aceptado, por supuesto.