Esta es la figura argentina del Mundial: el equipo

Esta es la figura argentina del Mundial: el equipo

¿Quién fue la figura de la final? El equipo, lo que es decir también el plantel. En una final se juegan demasiadas cosas y para ganarla lo que se necesita es una descomunal demostración de juego y de convicción colectiva. Es lo merecido entonces; no destacar a uno, sino a todos.

Emiliano Martínez. En algún momento apeló al psicólogo, contrariado por aquellos dos únicos remates árabes que terminaron en la red. Y contra Francia, nada menos que en la final, le había pasado lo mismo: penal de Mbappé y gol, disparo de Mbappé y gol, las dos veces rozando la pelota. Pero “Dibu” está por encima de estas contingencias y lo demostró cuando la Selección más lo necesitaba: aquella tapada providencial contra los australianos; en la tanda de penales frente a Países Bajos. En la noche de Luseil hizo magia dos veces, en ambos casos tras los empates franceses. La última, a los 120’, fue una de las atajadas más extraordinarias de su carrera. Completó la faena metiéndose en el bolsillo a Coman y a Camavinga para alumbrar la vuelta olímpica. “Dibu” Martínez está en el podio del campeón. Merecidísimo. Sería muy chiquito quedarse con la foto de su particular (y reiterado) festejo.

Nahuel Molina/Gonzalo Montiel. Si bien alternaron en el lateral derecho, fue Molina el que se adueñó de la posición y vivió su momento cumbre gracias al golazo contra Países Bajos. Scaloni se acostumbró a exigirle un ida y vuelta absoluto a Molina, que fundía el motor y le daba ingreso entonces a Montiel. El tándem funcionó y Montiel se marcha de Qatar con la satisfacción de haber convertido el penal decisivo.

Nicolás Tagliafico/Marcos Acuña. Por la izquierda se dio una situación similar, parecía que Acuña se ganaba la titularidad… Hasta que la acumulación de amarillas lo sacó de la semifinal contra Croacia y Tagliafico jugó un partidazo. Así se aseguró la presencia desde el primer minuto en la final. Lo llamativo, hablando de la paridad que evidenciaron en la pugna por el puesto, es que terminaron jugando juntos. Como contra los croatas, Tagliafico jugó la gran final en un altísimo nivel.

Cristian Romero. El físico lo tuvo a mal traer durante la fase de grupos. Ya recuperado, fue el “Cuti” de siempre, un tractor cuando sale a cortar juego, impasable por arriba. Siempre al límite, producto de la fiereza con la que encara cada cruce, ratificó su condición de jugador de elite. Y todavía no ha alcanzado su techo, tratándose de un zaguero joven y con mucho camino por delante. Uno de los pilares del equipo.

Nicolás Otamendi. El penal cometido en la final no mancha ni un poquito su extraordinaria foja de servicios mundialista. Jugó un torneo impecable, el punto máximo de su carrera, ya con 34 años pero en plenitud física. Es también la revancha íntima para un jugador que sufrió sinsabores en la Selección; una ejercicio de resiliencia para ganarles a los detractores y marcharse de Qatar como uno de los mejores defensores de la Copa.

Lisandro Martínez. Es el jugador del presente y, mucho más, del futuro. Un tiempista como pocos que también impone el rigor. Le tocó ser el jugador número 12, ingresando sobre todo cuando Scaloni armaba la línea de cinco defensores. Pero si iba al banco se debía, sobre todo, al respeto del DT por la dupla titular, campeona desde la Copa América. Lo cierto es que “Cuti”, Otamendi y Lisandro rankean en el mismo nivel, y esa es una gran noticia para la Selección.

Enzo Fernández/Alexis Mac Allister. Arribaron a Qatar en silencio, como actores de reparto, anhelando que les llegara alguna oportunidad de mostrarse. Y rompieron el molde. Enzo, premio al Mejor Jugador Joven del Mundial (el mismo que había ganado Mbappé en 2018), se adueñó de la media cancha con la seguridad de un veterano. Mac Allister terminó conquistando el puesto que originalmente era de Lo Celso con fútbol y un despliegue notable. Su final fue brillante. La dupla Enzo-Mac Allister le proporcionó a la Argentina esa intensidad “europea” que tanto necesitaba el equipo. Y tienen, fácil, dos Mundiales más por delante.

Rodrigo De Paul. Aquel comienzo colmado de dudas ya es historia. A partir del partido con Países Bajos fue el De Paul conocido, el corazón del equipo, un líder natural que juega y raspa. No estuvo entero en lo físico y por eso no consiguió completar los últimos partidos. Pero estuvo, rindió, transmitió. Brindó lo que se espera de él y más.

Lionel Messi. No hay mucho más que agregar a su condición de Mejor Jugador del Mundial. Los adjetivos que intentan describir su genialidad futbolera están gastados. Sí se puede subrayar otro aspecto, uno más agregado a su naturaleza incomparable, exenta de cualquier clase de vulgaridad: es un capitán con mayúsculas, dentro y fuera de la cancha. Messi líder, Messi campeón.

Julián Álvarez. En la misma ruta que Enzo y que Mac Allister, saltó de la suplencia a una titularidad tan absoluta que hoy resulta impensable que la pierda. Julián es el delantero moderno por excelencia, el primer defensor del equipo -un infierno por lo que corre, muerde, apura; así le hizo un gol a Australia-. Y cuando ataca es un canto a la velocidad con precisión, a la sagacidad para moverse y a la capacidad goleadora. Dice Hristo Stoichkov que será el mejor delantero del mundo; condiciones no le faltan.

Ángel Di María. Parecía que el cuerpo volvía a jugarle una mala pasada, hasta con el riesgo de quedarse afuera de la Copa. Se recuperó en silencio, no se apuró, no se exigió de más, y estuvo a disposición del equipo para jugar una final brillante. Como wing izquierdo clásico enloqueció a Koundé con un show de fintas y gambetas, abrió la defensa francesa como una lata y la noqueó dos veces. Primero fue el penal que le cometieron, una picardía de “Fideo” que le hizo pisar el palito a Dembelé; luego la definición para el 2-0 al cabo de la mejor acción del seleccionado en el partido. El toque para superar a Lloris fue una exquisitez. Salió cuando ya no estaba en condiciones de ofrecer ni un pique más. Como en el Maracaná, Di María ratificó que es el hombre de los goles decisivos. Crack absoluto, ¡cómo lo vamos a extrañar!

Leandro Paredes/Lautaro Martínez/Alejandro Gómez. El caso inverso al del trío Enzo-Mac Allister-Julián. Los dos primeros eran titulares, en principio intocables. Pero el DT, en una muestra de carácter, detectó que no eran los de la Copa América y los mandó al banco. Eso no los desterró de la cancha; tuvieron sus chances. Lautaro quedó cruzado por aquel gol anulado contra Arabia, después dispuso de varias chances y no logró embocar. El penal que cerró la tanda contra Países Bajos le permitió un breve desahogo; en la final tuvo la gloria en el cabezazo y tiró la pelota afuera. Lo de Paredes también estuvo ligado a lo físico, aunque es cierto que no venía con un buen semestre y quedó expuesto en la cancha. Tendrá sus revanchas. ¿Y el “Papu”? Jugó desde el arranque contra los árabes, tal vez Scaloni lo veía como el reemplazante de Lo Celso. No anduvo bien, después se lesionó y quedó fuera de órbita. Una lástima.

Germán Pezzella/Guido Rodríguez/Exequiel Palacios. Alternativamente cumplieron con el rol de rueda de auxilio en distintos lugares de la cancha. Scaloni los utilizó para refrescar al equipo cuando lo veía parado o más bien apurado por el rival. Palacios, el primer tucumano campeón del mundo, tiene mucho que darle todavía a la Selección.

Paulo Dybala. ¿Por qué no juega Dybala?, le preguntaban a Scaloni en las conferencias de prensa. Y la respuesta del DT, entre resignada y algo molesta, era: “porque no se dio la ocasión”. Pues bien, la oportunidad se produjo nada menos que en la semifinal y en la final. El cordobés cerró “su” Copa marcando el penal con un disparo que dejó sin chances a Lloris. Se esperaba que Qatar 2022 fuera, en cierto modo, el Mundial de Dybala. Como señaló Scaloni, por varias razones, “no fue la oportunidad”.

Juan Foyth/Ángel Correa/Thiago Almada/Franco Armani/Gerónimo Rulli. Los tres primeros se dieron con el gusto de sumar algunos minutos; los arqueros respaldaron a “Dibu” con el mejor espíritu de grupo. Fueron los complementos de un plantel sin discutidos, sin jugadores extrañados. Sin fisuras.

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