Miro correr a la gente en la calle, todos llevan paquetes y bolsas, es que llega la Navidad y salen a hacer compras de último momento. Mi memoria me lleva hacia mi infancia, y pienso en mis padres. Usualmente, mi padre trabajaba de sol a sol, pero el 24 de diciembre trabajaba medio día y lo teníamos para nosotros, para conversar y hablar sobre la única y verdadera historia de la Navidad, allá en el Pesebre en Belén, donde Dios se hizo hombre y nació como un bebé en el seno de una bendita familia, la de María y José, rodeado de ángeles, pastores y animalitos. Mientras, mi madre al mejor estilo Doña Petrona, golpeaba ollas y colmaba de colores, aromas y sabores navideños la casa entera. No recuerdo haber escrito cartas pidiendo nada. Siempre había algún regalito, pero era lo que el Niño podía traer, es decir lo que mis padres podían comprar. Éramos felices con ser parte de una gran y bella familia que incluía a papá, mamá, hermanos, abuelos, tíos, primos y hasta amigos solitarios. Sacábamos una gran mesa y la vestíamos de manteles blancos. Mi madre no permitía que jugáramos con cohetes, por lo que mi ingenioso padre nos llevaba a comprar una bolsa gigante con todo tipo de pirotecnia, y ya en casa abría varias hojas de diario viejo y acomodaba cuidadosamente todos nuestros cohetes, los envolvía y sacaba una mechita. Ese era nuestro “paquete”, y lo colocaba lejos de todo, donde no dañe a nadie. Y listo, mamá contenta y todos nosotros también. A las 12 papá corría a encender el paquete y la algarabía era total. Pensando en mis padres, me pregunto si habrán muchos carniceros que regalen carne a los pobres o tantas amas de casa que cocinen un poco más por si alguien necesitaba... esas eran las verdaderas Navidades. Tristemente todo ha cambiado, los padres les hablan a los niños de Papá Noel, quien copó la Navidad con un mundo obeso y abrigado que dista años luz de la nuestra. Cuando éramos jovencitos, no importaba el “outfit” que ibas a llevar, o el boliche al que ibas a ir a la 0.10, dejando a los más viejos sentados a una mesa colmada de comida que no se aprovecha porque “engorda”... y los niños que están rodeados de pantallas y juegos de última generación que los entretienen y enmudecen. ¿Dónde quedaron las largas charlas, los villancicos para el Niño, las bellas guitarreadas con voces improvisadas hasta que el Lucero nos anunciaba que debíamos dormir algo, para seguir el 25 yendo a misa y recibiendo gente y saludando vecinos? Ojalá muchos hayan vivido Navidades como nosotros, que sin saberlo, éramos millonarios de amor y alegría. Levanto los ojos al cielo y agradezco a Dios por habernos dado esos padres que nos enseñaron qué era lo realmente importante en la vida. Que cuando mueras no podrás llevar nada material, sino tus vivencias y todo el amor que hayas dado o recibido. Les deseo una Feliz Navidad, la verdadera, la del Niño Jesús, la de la familia que ama y contiene y la de un corazón lleno de esperanza y alegría.
Sandra Sosa
Italia 382
San Isidro de Lules














