Un genio, un conductor, un equipo, un pueblo

Un genio, un conductor, un equipo, un pueblo
25 Diciembre 2022

La Selección argentina de fútbol, nuestra selección, es otra vez campeón del mundo y la alegría desborda nuestros corazones. Argentina se vistió de celeste y blanco en cada pueblo, en cada ciudad, en toda plaza, en las casas, pletórica de amigos y familias reunidas. Más de 5 millones de personas recibían a esos gloriosos muchachos que llegaron del lejano Qatar trayendo la copa ecuménica. Pasada la euforia de los festejos, superado el sufrimiento del último tramo del partido y la infartante definición por penales, aquietadas las intensas emociones vividas, se hace necesario poner palabras que ayuden a tramitar esta intensa pasión que desbordó a la inmensa mayoría del pueblo argentino.

No voy a intentar dar explicaciones futboleras ni a introducirme en consideraciones políticas, económicas o sociales, ni a los oscuros negociados y la corrupción en la elección de la sede en la lejana, desértica y opulenta Qatar. Sí pretendo introducir algunas cuestiones que desde lo subjetivo den cuenta de este fenómeno social que se metió en el corazón de los argentinos.

Sigmund Freud, el creador del Psicoanálisis, explica que un grupo, o la masa social, se constituyen cuando cada uno de sus miembros cambia su ideal del yo por un ideal común a todos y como consecuencia se identifican entre sí formando un todo compacto. Ese objeto común a los miembros de la grupalidad puede ser el jefe, un líder, una idea, a la que todos idealizan juntos. Así se constituyen los grupos, los equipos, los pueblos, las religiones, los ejércitos, formando una unidad que los hace hermanarse entre sí y diferenciarse de los que no son parte de ese grupo.

La Scaloneta se constituyó en un grupo homogéneo que luchó y batalló por un objetivo común. Lo que mostraron partido a partido es su inclaudicable lucha por conseguir la gloria, escamoteada desde hace 36 años a los argentinos. Liderados dentro de la cancha por el genio, el talento y el liderazgo de Messi, ídolo de esos muchachos desde que eran niños, conducidos técnicamente por Lionel Scaloni, quien supo amalgamar este grupo humano mostrándole las virtudes de un trabajo colectivo, enseñándoles a nunca bajar los brazos. Así, este equipo fue superando cada adversidad que se le puso en el camino: las derrotas impensadas, los goles errados, esos penales no concretados.

Este conjunto de muchachos fue haciendo de su sufrimiento fuente de coraje, de la falta y los errores la construcción de nuevas estrategias. Lo que mostraron con sus gestos y actitudes es coraje, valentía para enfrentar tanto en el juego como en las afrentas que proponía algún rival. Y apareció también la irreverencia de Messi mostrando en su respuesta “irrespetuosa” la fibra de quien se planta frente a los agravios hacia su persona. Gesto coherente con la garra que asumió en el campo de juego, con su varita mágica encendida en cada gambeta que encaró, en cada pase milimétrico en que habilitó a algún compañero sirviéndole en bandeja el gol, en cada pelota que lanzó entre las piernas de sus adversarios con destino de red, en cada penal ejecutado dejando sin chances al arquero rival. Estos gestos y actitudes contribuyeron a que cada uno de los integrantes del equipo rindiera en su máximo nivel y tuvieran expresiones superlativas en su juego, desde las heroicas atajadas del Dibu Martinez, la entrega inclaudicable de De Paul y las ansias de gol de Julián Álvarez, hasta el notable rendimiento de los jugadores en su tarea y función específica.

Este trofeo obtenido no fue producto del azar. Fue el resultado del trabajo de Scaloni y de su equipo técnico. La planificación, las estrategias para cada partido, la selección de los jugadores fueron el resultado de un tiempo de trabajo que no dejó lugar a la improvisación.

Y es todo eso lo que enamoró al pueblo argentino. Y ese ideal de los muchachos fue la ilusión de todo un pueblo que en sus casas, en calles y plazas, tanto en el sufrimiento como en los festejos, se identificaron con esta selección con la esperanza de este triunfo tan deseado. El triunfo de la Selección nacional no significó solamente el triunfo deportivo, sino que constituyó la posibilidad de tener viva la esperanza, de unir a un país en un ideal compartido, de amalgamar en un todo aquello que aparece fragmentado. Se transformó en una metáfora de lo que necesitamos como país, en símbolo de lo que debemos conseguir.

Estos hombres que se jugaron en la cancha no se erigieron como ídolos inalcanzables, sino que se mostraron en su cualidad de hombres lanzados a la apuesta de la vida. Hombres que disfrutaban como niños ante en un partido ganado, que lloraron ante los obstáculos, que cantaban y bailaban en el vestuario, que encarnaron esa canción que tantas veces cantamos todos juntos uniendo la magia de Maradona, los pibes de Malvinas, la genialidad de Messi, a la esperanza de un futuro de gloria. Este grupo de hombres llevó a cabo una gesta uniendo su propio triunfo a la esperanza de todo un pueblo. Si tal como dice el Psicoanálisis el deseo es el deseo del Otro, este grupo soñó y realizó el deseo de todos los argentinos: alcanzar un destino mejor superando las fracturas, las grietas, los egoísmos, los intereses mezquinos.

Van pasando los días y el velo de la pasión y el triunfo se va disipando. Como alguna vez cantó Serrat cuando la noche de San Juan termina: “Vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas”. El éxtasis de toda fiesta es efímero. Cuando se acaba volvemos a lo cotidiano en sus ansiadas alegrías y el inevitable dolor de existir. Siguiendo las palabras de Alejandro Dolina, podemos decir que durante este tiempo hemos suspendido la incredulidad y nos hemos entregado a la fe poética, “que consiste en creer que un gol de Messi nos va a mejorar la vida, y en la medida que lo creamos, a la vida un poco la va a mejorar”. Coincidimos con esta afirmación y decimos que esta fiesta que nos trajo este maravilloso equipo, con su técnico y conductor, junto a la magia y los goles de Messi, nos mejoró la vida y nos posibilitó vivir estos días con un poco más de felicidad.

© LA GACETA

Alfredo Ygel - Psicoanalista. Director de la diplomatura “Prácticas del Psicoanálisis en instituciones” de la Facultad de Psicología de la UNT.

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