2022 se encaminaba a ser un año para el olvido en materia de innovación tecnológica. La fuerte crisis financiera que impactó a los gigantes de Silicon Valley no mostraba signos de quiebre total, pero sí de contracción y de postergación de proyectos disruptivos. Sin embargo, a fines de noviembre un servicio abierto a todo el mundo despertó ilusiones de un avance sin precedentes en materia de inteligencia artificial. La aparición de ChatGPT, una plataforma de chat automático creada por OpenAI, certificó que 2022 marcó un hito. Por fin, después de tantos de discursos utópicos sobre el poder de las máquinas, pudimos ver cómo un robot respondía de manera concreta preguntas de todo tipo: cómo se hace pan, cuáles fueron los presidentes de Argentina, qué hay que tener en cuenta a la hora de comprar un auto. Preguntas azarosas con respuestas sin titubeos de una plataforma que por ahora está abierta y que ya encontró asidero en múltiples aplicaciones, al menos en la industria de la creación de contenidos.
Sin embargo, el sismo producido por ChatGPT terminó resonando en una de las empresas que venía invicta de conflictos en 2022. Esta semana, The New York Times publicó un artículo en el que calificó la aparición de estos chats de robots como un “código rojo” para el negocio de búsqueda de Google. En dicho texto, Nico Grant y Cade Metz definieron que esta “ola” de aplicaciones que utiliza inteligencia artificial podría reinventar o incluso reemplazar al motor de búsqueda que hasta el momento no había encontrado alternativa o competencia alguna. Esta alerta, según el medio norteamericano, fue lanzada dentro del propio Google, donde sus directivos temen que este nuevo servicio se convierta en un “enorme cambio tecnológico”. En síntesis, Google podría estar a punto de conocer a una verdadera competencia en el negocio de ordenar la infinita información que existe en internet y resolver las dudas de los usuarios. La preocupación es tal, que un ejecutivo de Google describió los esfuerzos como decisivos para el futuro de la empresa, apuntan los autores del artículo.
Google es un gigante de verdad y su preocupación no es técnica, sino más bien de negocio. De hecho, la empresa ya posee un chat inteligente y quizás sea superior a ChatGPT. Sin embargo, aún no encontró cómo adaptar a esta tecnología su modelo de negocio basado en la oferta de anuncios que representó más del 80 por ciento de su negocio, según detallan Grant y Metz. Si un usuario hiciera una consulta como hoy hace una búsqueda el resultado será una sola respuesta y con ello se reducirían los anuncios pagos que muestra Google y también los cientos de sitios web que aparecen como alternativas de clicks. En dichos sitios, Google también tiene desarrollados modelos de publicidad. Por lo tanto, una respuesta unívoca sería perjudicial para el modelo que hoy desarrolla la empresa. OpenIA, en cambio, no tiene dicho modelo y en todo caso, hoy su robot está aprendiendo con cada nueva consulta que le realizan en su chat. Las respuestas deberían ser más “inteligentes” en el tiempo. Pero además, como también señala el Times, Google correría riesgo en un modelo interactivo en el que el chat puede salirse de control y fomentar discursos de odio o bien brindar información falsa. Cualquiera de estas dos posibilidades afectarían la imagen de una empresa que ya cuenta con más de 20 años en la industria, siempre líder.
Pero este posible escollo que podría tener Google con respuestas inexactas no es menor. El fervor de ChatGPT se ha visto afectado en los últimos días por las respuestas incorrectas que arroja cada tanto su robot. De hecho, esto lo puede comprobar cualquier usuario. Basta con afinar la pregunta para que la inteligencia artificial ofrezca solo respuestas genéricas. Por eso, el 2023 puede ser el año en el que dejemos de lado nuestra sorpresa por estos servicios y veamos cuál es realmente su capacidad performativa.
A diferencia de otras promesas tecnológicas como por ejemplo el metaverso, ChatGPT nos muestra efectivamente una aplicación concreta de su plataforma. Con ella se pueden redactar correos electrónicos, hacer un resumen de un texto, realizar cálculos y hasta escribir líneas de código que luego pueden ser utilizadas para programación. Su capacidad técnica, entonces, no está en cuestión, sino más bien sus implicancias económicas, éticas y culturales. ¿Significarán realmente un cambio en la manera en que buscamos?¿Nos preocupará la validez de sus respuestas?¿Quién se preguntará por quiénes están detrás de dichos algoritmos a los que posiblemente aceptemos como un oráculo digital? Son solo algunas preguntas para abrir un debate al que esperemos llegar sin que sea demasiado tarde.