Por Hugo E. Grimaldi
Quien no llega a fin de mes, seguramente tiene poco tiempo para ocuparse de los por qué y no se fija demasiado en las mediciones de precios del INDEC (6% promedio en enero) porque todos los días sufre en su bolsillo el deterioro de la moneda. Corre detrás de la zanahoria, pero sabe… ¡vaya si sabe! Sabe por experiencia que si tenía 100 pesos hace un año y compraba equis cosas, ahora necesita disponer de al menos $200 para conseguir lo mismo y sabe de sobra que su ingreso no creció hasta ese valor.
Sabe también que como los aumentos de salarios en pesos suben por la escalera, quien no llega a fin de mes necesita más trabajo o recurrir a algún ahorro que seguramente ya se comió. Quien menos tiene, poco tiempo dispone también para fijarse en el dólar, pero su valor era de $215 hace un año y ahora no está en los $430 que lo hubiese mantenido alineado: si él tuviese 1 mísero dólar guardado, también hubiese corrido a la inflación de atrás. El propio dólar oficial valía $112 y monedas y ahora cotiza a $ 192 (+71%) y entonces el preocupado argentino presiente que hay un atraso demasiado importante y que él es la variable de ajuste.
El de más abajo, aún con un sueldo, vive ahogado en la miseria que le provoca la inflación porque la mayor parte del ingreso se le va en comida, lo que más aumenta. Otro tanto le sucede a los beneficiarios de planes sociales y ni que decir de los jubilados y pensionados. Por su parte, el argentino medio lucha contra la disparada de los precios, pero además para no caer más abajo y como todavía tiene algunos consumos para sacrificar recorta salidas o la calidad de la prepaga o ahora manda a sus hijos a un colegio parroquial. Ya no hay clase media que haga colas de dos horas para comer, como se admiró el Presidente. Todos sospechan entonces, y con razón, que es el Estado el único que se beneficia con la inflación, vía licuación del gasto.
Ante el grave problema que tienen los bolsillos de los particulares, los manuales tienen varias soluciones en cuestiones macro (menores déficits, menor emisión, mayor ordenamiento fiscal) y en cuestiones micro para no caer en la simplicidad casi insultante de los siempre fallidos controles de precios, aunque se los promocione como “inteligentes”. Nunca falta tampoco el que cree de buena fe que los empresarios son los malos de la película porque buscan ganar más a costa de los demás y aunque no hacen gala de caridad cuando el contexto amenaza su subsistencia, habría que tomar en cuenta, de mínima y como componentes del precio final, sus costos, las distancias de los centros de distribución y los impuestos que se lleva el Estado.
Llegado a este punto, hay que considerar como un punto clave la mala praxis de los gobernantes, empeñados en planes que han fracasado una y otra vez. Como no escarmientan, los ciudadanos pobres y los de clase media para abajo se dan cuenta que no hay dosis de lo que intentan aplicar que los pueda salvar, si siempre se insiste con la misma medicación. Una parte del componente inflacionario es la expectativa y en ese rubro tiene prioridad la confianza; se sabe que es eso lo que marca el valor del dólar blue, el referente que está siempre en la cabeza de todos porque no hay moneda.
Hay un punto crítico adicional que le suma presión a la inflación de estos días que es comprobar con mucho dolor y desilusión cómo no hay quien se ocupe 24 x 24 horas del padecer de los bolsillos. Esa sensación venía creciendo y creciendo a medida que las peleas internas del oficialismo por el modelo recrudecía y se hace cada vez más grande a medida que avanza el año electoral. La crítica mayor se la lleva el gobierno nacional, un campeón a la hora de demorar soluciones.
En general, la opinión pública cree que el Gobierno no trabaja y que es insensible y no carece de razón, ya que en medio de todo este desquicio el presidente de la Nación está ocupado en saber, por ejemplo, si la Mesa Electoral que mandó a reunir le va a dar o no carta blanca para se presente en las PASO o si el kirchnerismo lo va a criticar o si van Cristina y Máximo a la Mesa o si asistirán los gobernadores, etc, etc. Ni una frase, aunque sea de circunstancias, sobre el padecer ciudadano.
En este culebrón gastan las energías Alberto Fernández y todos los que se ocupan de tejer para caer parados en las peleas internas, mientras lo único que hacen en realidad es abonar las sospechas de la ciudadanía que, casi con los brazos bajos y enormemente frustrada, observa cómo la zanahoria acelera y se torna inalcanzable, mientras siente que los gobernantes sólo trabajan para ellos mismos y que nunca caerán en la pobreza.