El turbulento camino hacia la puja electoral de mayo

Muy pocos entienden todavía el precipitado regreso de Juan Manzur a la gobernación de Tucumán. Todos sabían que algún día debía retornar, pero no del modo como lo hizo. Tal vez aquella frase de Alberto Fernández, cuando visitó Tucumán para inaugurar obras energéticas, sea el resumen de lo que, en definitiva, sucedió. Manzur no le dio opciones y pegó la vuelta en un momento complicado para la vida interna del Frente de Todos. Los analistas políticos nacionales coinciden en un diagnóstico: el tucumano no pudo o no supo aprovechar la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación para posicionarse definitivamente en el mapa político nacional. Puede ser un líder territorial (de hecho, él mismo se ha fijado un objetivo: ganar por una diferencia amplia las elecciones provinciales), pero todavía le falta recorrer un amplio camino para entrar en la discusión de candidaturas hacia las elecciones presidenciales de octubre. Los 17 meses de estadía en la Casa Rosada no fueron suficientes para el posicionamiento del gobernador tucumano, más allá de la invasión de los afiches en Buenos Aires promoviendo a “Juan XXIII” desde la agrupación La Rucci. “Superman-zur” se fue sin pena ni gloria. Llegó con una expectativa que el Presidente no lo dejó concretar, ya que siempre lo vio como un competidor. El tucumano nunca pudo salir de la succión negativa de la gestión de Alberto, ni tampoco supo o pudo proyectarse como algo distinto dentro de un gobierno poco feliz, afirma el consultor Carlos Fara. Sin embargo, los más allegados al Presidente de la Nación subestiman al médico sanitarista, tal como pasó en la provincia, hasta ocho años, cuando pocos apostaban por él. En aquel momento, lo padeció José Alperovich, que estaba seguro de que su ex compañero de fórmula le daría el bastón de mando para declararse conductor partidario mientras Manzur se mantuviera en el sillón de Lucas Córdoba durante un mandato de cuatro años. Cuando un político asume el poder trata de mantenerse en él el mayor tiempo posible. Es una regla general. La alternancia es signo de tiempos pasados, de la prehistoria institucional argentina.

Los contactos del gobernador reasumido, tanto nacionales como internacionales, constituyen una verdadera telaraña de poder. Manzur teje a cada instante y espera: es un tiempista por naturaleza y un enigmático dirigente político del que resulta difícil establecer cuál será su próximo movimiento. Osvaldo Jaldo puede dar fe de ello, aunque en la actualidad y ante la inminencia de un proceso electoral para renovar el poder, volvieron a conformar una sociedad política de socorros mutuos. Manzur quiere renovar el título de líder territorial (“yo soy el jefe de campaña”, es la clara muestra de tal objetivo); Jaldo, cumplir su sueño de convertirse en gobernador electo como corolario de su carrera política.

El ex jefe de Gabinete no se despegó del celular, más allá del feriado largo de Carnaval. Estuvo pendiente de la cumbre sindical convocada por el máximo dirigente gastronómico, Luis Barrionuevo, en Mar del Plata. Hasta allí se dirigieron los principales referentes de la Confederación General del Trabajo (CGT), el movimiento obrero neurálgico del PJ, como le gusta decir a Manzur. El mensaje de los gremialistas ha sido más que claro: “no queremos ser el furgón de cola. Tenemos que revitalizar el peronismo que supimos hacer. Basta, hagamos sentir y valer el peso que tenemos”, reclamó Barrionuevo a los asistentes, entre ellos los cosecretarios generales de la CGT, Héctor Daer y Carlos Acuña, dos aliados y amigos del gobernador provincial. Pensar en una medida de fuerza a las puertas del cierre de mandato no es la mejor de las estrategias. Pero la cumbre fue un mensaje a la Rosada de que, sin el tucumano, no hay red de contención ni para un lado ni para el otro. Las paritarias serán duras en todo el territorio de una Argentina que promedia el 6% de alza en su Índice de Precios al Consumidor (IPC). Cualquier acuerdo en la negociación tendrá una cláusula gatillo de actualización trimestral o semestral, en función de las precarias condiciones económicas. “La inflación en Argentina no es descontrolada... La gran destrucción de la capacidad adquisitiva se dio durante la gestión del macrismo. En tres de los cuatro años del Gobierno anterior se deterioró la cantidad de empleo y se demolió la capacidad adquisitiva de los salarios”, expuso la ministra de Trabajo de la Nación, Raquel Kelly Olmos. La culpa es del otro; jamás propia. Hay muy poca capacidad de autocrítica. Nadie se hace cargo del indicador que, desde hace varios años, se ha convertido en una verdadera fábrica de pobres.

La alternancia de poder en los últimos tres turnos electorales tuvo que ver con esa sensación de frustración de la sociedad argentina ante las medidas adoptadas por los gobernantes, sin distinción de banderías políticas. Ni en el Gobierno ni en la oposición han mostrado capacidad de generar un plan antiinflacionario.

La gestión baila al ritmo del año electoral, pero lo peor que puede hacer un Gobierno que quiere renovar la confianza del votante es dormirse en los laureles. Las promesas no tienen efectividad. Importan los hechos, la acción, porque a las palabras se las lleva el viento y la propia dirigencia se dedicó a devaluarlas con tanta celeridad como sucede con la moneda nacional.¿Qué certezas puede tener la sociedad al proyectar el país que desea si la incertidumbre y la falta de liderazgos claros embarga a todas las coaliciones electorales de la Argentina? En el país no hay una figure que garantice una salida a tanta crisis. En las provincias, a su vez, los oficialismos se consolidan con la vieja receta de mantener los sueldos estatales al día, tratar de hacer un plan de obras visible y sostener la recaudación. El problema se ahonda cuando la actividad privada no puede proyectar sus actividades porque la macroeconomía se encargó de encarecer los costos de producción. Hoy le pasa al sector citrícola y tal vez mañana le puede suceder a la actividad azucarera. Las zafras están cerca y encontrarse con conflictos en la previa de la convocatoria electoral no es una buena noticia para la dupla Manzur-Jaldo o Jaldo-Manzur, más allá que la oposición siga navegando en un tormentoso mar de dudas.

Los ojos de la Casa de Gobierno ya no deben posarse tan solo hacia la sede radical, mucho menos hacia el municipio capitalino. La doble función de gobernar y hacer política electoral a la vez le implicará gestionar soluciones en el quinto piso del Palacio de Hacienda, justo al frente de la Casa Rosada, donde tiene su oficina Sergio Massa. Los industriales citrícolas ya hicieron un planteo al ministro, pero hasta ahora no tuvieron eco, más allá de que, en los últimos meses, esa cartera brindó soluciones a varias economías regionales. Manzur tendrá que tocarle la puerta a su ex colega de gabinete. O bien, apelar directamente al Presidente, con el fin de evitar reclamos callejeros de obreros y de productores en las rutas tucumanas.

En el oficialismo creen que el 14 de mayo ganarán las elecciones locales, incluso en la capital. La oposición todavía no encontró la brújula que la conduzca a las urnas, en unidad. En Buenos Aires, a los dirigentes de Juntos por el Cambio no les desagrada la idea de apostar a la capital como punto de sustentación política nacional en caso de vencer en las generales de octubre. Más allá de estas especulaciones, es bueno traer a colación la frase que acuñó un dirigente peronista de peso: “no hay que comerse la cena en el almuerzo”.

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