Numerosas candidaturas, escasísimos programas

25 Marzo 2023

El proceso electoral en marcha en Tucumán vuelve a ratificar que lo que se pone en juego para un número relevante de postulantes no es el destino colectivo, sino la ocupación, el medio de vida y el “cargo” para los próximos cuatro años. Esto se percibe en el discurso y en los mensajes. Sí, es cierto, se eligen representantes, y es importante que quienes pretenden liderar a la comunidad sean personas conocidas por el electorado -algo que luce reñido con la superabundancia de candidaturas que fomentan los acoples-, pero 40 años de democracia han enseñado que sin un programa concreto no se puede aspirar al progreso general; al buen gobierno público y a la salud de las instituciones del Estado de derecho.

Lamentablemente desde 1983 a esta parte se ha deteriorado hasta desaparecer el concepto de “la plataforma electoral”. En la mayoría de los casos no se sabe para qué se quiere o se busca el poder. Este desconocimiento atenta contra el acto de voluntad consciente y solemne que supone el voto. Una revisión rápida de la actividad proselitista ya instalada en el espacio público muestra que los candidatos ni siquiera esbozan una propuesta o un eslogan mínimo, sino que se limitan a consignar su nombre al lado del de otro dirigente aliado que aspira a un cargo más alto. La otra tendencia es el ataque al rival con acusaciones de delitos que se han vuelto parte del paisaje de degradación por la sencilla razón de que, las elecciones se suceden, y el sistema judicial no se ocupa de esclarecerlas.

¿Para qué sirve la campaña si no es para conocer las intenciones y proyectos de los que se proponen ganar los comicios? ¿Acaso no es evidente que la complejidad de los problemas que presenta la realidad, desde el narcotráfico y la pobreza extrema hasta el cambio climático, demanda posiciones firmes y estrategias muy inteligentes en una coyuntura de escasez de recursos? Por desgracia las preocupaciones de un número relevante de quienes se proponen liderar esta realidad tan cruda no pasa por armar equipos de trabajo y elaborar propuestas de reforma, o por debatir planes con los otros contendientes. El escenario ofrece la impresión de que se cree que basta con llegar y tener el poder para que haya cambios. O, lo que es más grave, de que sencillamente no se anhela ninguna clase de transformación.

La tendencia a dejar de lado la exposición de las ideas ensucia la política, y extiende un manto de sospecha sobre un sistema establecido con muchísimo esfuerzo y después de un sufrimiento inenarrable. ¿Por qué? Porque, al liberar a los candidatos de comprometerse con ciertos objetivos y de poner de manifiesto un rumbo, implícitamente se borra la posibilidad de exigir, hacia el futuro, una rendición de cuentas. Esta imposibilidad de contrastar la promesa con los actos alimenta distorsiones severas -entre ellas la mentira y el cáncer de la corrupción- que en última instancia liquidan el ideal republicano del funcionario como servidor público.

A esta altura del debilitamiento de los partidos políticos puede parecer ingenuo que se ponga el ojo en la desaparición de la plataforma. No se trata de nostalgia por tiempos pretéritos, sino de un reclamo esencial para salvaguardar el cometido del sufragio popular. Cuanto más informado sea ese voto, mayor poder tendrá su emisor y mejores efectos surtirá. En ese sentido, decir qué se quiere o se piensa hacer con la autoridad y los atributos obtenidos por medio de las urnas, y cuáles son las convicciones que animan la candidatura es una obligación básica del postulante.

¿Hay que darse por vencido y resignarse a que la campaña sea una pelea interna y externa por “los lugares” en disputa sin otra finalidad que ocuparlos? Aceptar esa anomalía como regla equivale a empobrecer la democracia hasta un límite peligroso puesto que se trata de un sistema que descansa en el mejoramiento continuo. Los retrocesos no son inocuos, y alimentan la tentación del poder omnímodo y absoluto. Vale recordar que la democracia no termina cuando se termina la oportunidad de votar cada cierto tiempo, sino que la democracia muere cuando muere la posibilidad de sacar a los malos gobernantes.

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