¿Tenemos que hablar de inteligencia artificial con nuestros hijos?

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Primero fue internet, luego los chats, los foros, los celulares, las redes sociales y las plataformas de video. A medida que fueron apareciendo nuevos espacios digitales que maravillaban al mundo adulto, por lo bajo -y casi como un descuido- los más chicos fueron haciendo uso de esas plataformas que habían sido creadas en universos tan alejados de sus intereses. Sin embargo, se convirtieron en poderosos encantadores de sus atenciones, mostrándoles nuevas formas de conectarse, de estar y de ser con otros en una realidad super mediatizada.

La relación entre infancias y adolescencias con la tecnología aún sigue intrigando al mundo académico, principalmente por las formas en las que éstas se convierten no solo en herramientas de comunicación, sino en lugares de interacción y de construcción de identidad de generaciones que ven en ellas un resguardo, una potencialidad, pero sobre todo: curiosidad. No es el celular ni la velocidad lo que les quita el sueño a los más jóvenes, es todo aquello que les permite hacer y ser con ese dispositivo.

Esta perspectiva de la tecnología que intenta superar la lógica determinista y tecnocentrista, debería motivarnos a pensar qué pasará cuando la inteligencia artificial sea un tema -si es que ya no lo es- de los más jóvenes. No como un tema de debate, sino como un nuevo lugar cotidiano con el que comenzarán a interactuar inevitablemente. La explosión que por estos días estamos viviendo con el auge de la inteligencia artificial está impulsada por el modo en el que en los últimos meses experimentamos cómo dicha tecnología se ha convertido en una herramienta de uso cotidiano. En menos de cinco días Chat GPT alcanzó el millón de usuarios y en menos de seis meses las principales empresas tecnológicas priorizaron sus lanzamientos vinculados a este tipo de asistencias y creadores de contenido. Es decir, todo indica que este año seremos testigos de una masificación de servicios en todo tipo de ámbitos: productivos, educativos, artísticos, y así una lista interminable.

La lógica por lo tanto indica que muy pronto nuestros hijos estarán creando con inteligencia artificial. Estarán haciendo tareas para la escuela o generando imágenes para expresar sus vetas artísticas de una manera inédita, con posibilidades que por ahora no tienen límites. ¿Qué haremos entonces como adultos? La pregunta reviste una complejidad también inédita, pues estamos ante un tema o objeto de debate del cual conocemos poco y mucho menos de sus alcances.

Pero ninguna tecnología nace aislada. Sería incorrecto darle a la inteligencia artificial una entidad capaz de “afectar” a los jóvenes y mucho menos pensar que pueden “determinarlos”. En primer lugar porque estaríamos pensando que ese grupo etario puede estar expuesto de manera diferente a los adultos y en segundo lugar, porque somos nosotros, los humanos, los que estamos creando y definiendo dichos entornos. Y la palabra “entorno” puede ser una puerta de entrada justamente para la reflexión de lo que se nos viene. En un reciente libro publicado por dos investigadores argentinos -Pablo Boczkowski y Eugenia Mitchelstein- se parte de la idea de que el entorno digital se suma a otros ámbitos sociales en los que ya convivíamos antes de la emergencia de las tecnologías de comunicación. Y además, se propone pensar la idea de totalidad, es decir, que existe un “sistema global de posibilidades técnicas y sociales interconectadas que interviene, directa o indirectamente, en casi todas las facetas de la vida cotidiana”. Los dispositivos y plataformas despliegan entonces, una infraestructura tan compleja que sus mediaciones interpelan desde la intimidad del individuo hasta sus relaciones con todo el entorno social.

Quizás entonces, comenzaremos a ver cómo se construyen relaciones en torno a la inteligencia artificial en la que los jóvenes tendrán su propia impronta. Y en ese cruce los adultos podremos participar principalmente desde la pregunta, es decir, con una actitud que nos involucre también a pensar en cómo nos interpelan juntos dichas mediaciones. ¿Qué será la verdad para los más jóvenes cuando estén ante una inteligencia artificial? ¿Cuán seguros podrán estar? ¿Cómo cambiarán los criterios de originalidad y de creatividad cuando se masifiquen sus aplicaciones? Y finalmente: ¿cambiará la noción de trabajo o de esfuerzo cuando aprendan a manejarla como expertos? Son solo un grupo minúsculo de intrigas que aparecen hoy, pero que desde ya pueden motivarnos a reflexionar qué haremos con un fenómeno que transformará, sin dudas, la manera de vincularnos con el mundo.

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