Miradas: De la vieja Copa Libertadores ya casi no queda nada

Seis triunfos, un empate y cinco derrotas para los equipos argentinos en la apertura de las copas Libertadores y Sudamericana, un DT ya en la cuerda floja (el Chacho Coudet tras la derrota inesperada de Atlético Mineiro) y la caída también sorpresiva de Flamengo, campeón en crisis (los equipos brasileños van por la hazaña de cinco títulos seguidos, Flamengo fue el campeón 2019 y 2022 y Palmeiras en 2020 y 2021). Hubo también piedras de fanáticos de Tigre que equivocaron el micro de Sao Paulo y atacaron a sus propios jugadores y el VAR, siempre el VAR. En territorio Conmebol, eso sí, es un VAR al menos con diálogos públicos que atenúan sospechas. Y, finalmente, la decisión de Conmebol de aumentar los premios: para los equipos más débiles un triunfo, además de los puntos, equivale ahora a 300.000 dólares en caja (100.000 en caso de la Copa Sudamericana, no es poco para nuestra economía en crisis).

Lo del VAR, sabemos, sucedió especialmente con el penal de Franco Armani cobrado a River, que es líder en la Liga Profesional, pero lució excesivamente flojo aun en la altura de La Paz y fue claramente superado por The Strongest (3-1). Mucho más débil fue el anfitrión de Boca, el venezolano Monagas, pero el empate sin goles terminó siendo un buen resultado después de que el equipo todavía en manos de Mariano Herrón terminó con nueve jugadores por dos expulsiones (ambas correctas).

A esta altura, a la telenovela mediática sobre quién será el DT de Boca solo le falta resucitar al Toto Lorenzo. Fue insólito ver las pantallas deportivas de estos días: exactamente al mismo momento cada una daba un nombre distinto para la sucesión de Hugo Ibarra, y cada una invocando sus propias “fuentes”. ¿No sería mejor decir sencillamente que “Boca no decidió aun quién será su nuevo entrenador?”. Imposible. El rating no lo permite.

Es una Copa que lleva el nombre de Libertadores, como recuerda el muy buen libro del colega Alejandro Droznes (“Libertadores de América”) en honor al José de San Martín que llegó del sur para liberar a Argentina (entonces Provincias Unidas del Río de la Plata), Chile y Perú y al Simón Bolívar que bajó desde el norte para hacer lo propio con Venezuela, Nueva Granada (la actual Colombia) y la Gobernación de Quito. El abrazo célebre de 1822 en Guayaquil, una tierra entonces que Bolívar reclamaba para su proyecto ambicioso de la Gran Colombia (una Sudamérica grande y unida) y que San Martín en cambio recordaba que había pertenecido a Perú, mientras pujaba la opción de independencia. San Martín cediendo espacio porque precisaba a Bolívar para completar la independencia de Perú, pero Sudamérica que igualmente terminó con cada país soberano (como quería San Martín). De todo eso, y del fútbol claro, va tratando el bueno libro de Droznes.

Porque también está el inicio de la Libertadores en 1960, tiempos de doping, arbitrajes sospechados y en los que ir a jugar de visitante podía ser tan difícil como cruzar los Andes. Tiempos de excesivo far west. Droznes recorre la región, como lo hicieron los libertadores y lo hacen ahora los equipos, y llega a Asunción, sede permanente de la Conmebol. Alguna vez le preguntaron a Julio Grondona por qué Asunción: “porque en Paraguay todavía se escribe con lápiz”, cuentan que respondió Grondona. Se podía borrar más fácil. Luego, claro, estalló el FIFAGate.

Todo fue cambiando. La modernidad y el dinero impusieron a la Libertadores nombre de neumático estadounidense y también de banco español (coincidente cuando River y Boca debieron mudar su final de 2018 a Madrid). Fue la última señal poderosa de dominio argentino. Esa final jugada un 9 de diciembre, mismo día, pero de 1824, de la batalla de Ayacucho, la última que liberó al continente. Seguirían en la historia muchas batallas más. Dentro y fuera de la cancha.

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