El golpe que aniquiló el sueño de un país federal

“En Primera Plana (semanario fundado por Jacobo Timerman en 1962), en su edición del 30 de junio (de 1966), había un artículo de su corresponsal en Madrid, en el que Perón, el ex presidente exiliado, declaró: “Yo estoy de acuerdo con el movimiento militar, porque el nuevo gobierno terminó con una situación catastrófica”. Pero Perón indicó que “podía apoyar el programa de gobierno, aún no presentado, siempre y cuando el programa apoyara el interés del pueblo”.

Este párrafo forma parte de uno de los documentos secretos y reservados de la Central de Inteligencia Americana (CIA), el Departamento de Estado de EEUU y la Embajada norteamericana en Argentina, desclasificados décadas más tarde, rotulado “Airgram-9, 6 de julio de 1966. Tema: Reacción de los círculos políticos a raíz de la revolución”.

Este cable de inteligencia fue elaborado por Ellwood M. Rabenold, Consejero de Relaciones Exteriores de la Embajada, ocho días después del golpe cívico militar (la “revolución espiritual”), encabezado por el general Juan Carlos Onganía, que destituyó al presidente radical electo, Arturo Illia.

En el mismo cable se consigna más información del respaldo de Perón al golpe y de otros dirigentes y sindicalistas peronistas, como Augusto Vandor, Rodolfo Tecera del Franco, Guillermo Patricio Kelly, José Alonso, de todo el arco Isabelino, que “apoyaba más enfáticamente que el vandorismo”, y de la CGT en su conjunto, que emitió un comunicado: “El derrocamiento del gobierno por parte de las Fuerzas Armadas será justificado por la historia…”

La CIA también precisa que “la Unión Cívica Radical del Pueblo, del presidente Illia, sorpresivamente ha tomado una dócil actitud con respecto al derrocamiento”. Las condenas fueron pocas y aisladas, como la del gobernador de Misiones, que fue arrestado; la juventud radical de Córdoba (protagonista luego del Cordobazo que derrotaría a Onganía); la UCR de Santa Fe; y la de Buenos Aires, que anunció que pasaría a la clandestinidad.

El MID de Arturo Frondizi emitió un comunicado felicitando a las Fuerzas Armadas. Illia aún no había dejado su despacho.

Este es uno de los 16 informes de la inteligencia estadounidense, de 72 páginas, que se incluyen en la exhaustiva y rigurosa investigación histórica titulada “Arturo Illia: un sueño breve. El rol del peronismo y de los Estados Unidos en el golpe militar de 1966”, muy trabajada por los historiadores y politólogos de reconocimiento internacional, Celso Rodríguez y César Tcach.

Aunque los autores nunca se conocieron, pese a que ambos se doctoraron y enseñaron en universidades norteamericanas, tras el fallecimiento de Rodríguez, su esposa argentina, Nelly Rodríguez, quien tradujo los documentos de inteligencia, le entregó a Tcach el trabajo inconcluso de muchos años de su marido, quien lo finalizó y publicó en mayo de 2006. Luego él también falleció.

El historiador estadounidense Robert Potash, considerado uno de los indiscutidos especialistas sobre historia de los golpes militares argentinos, analizó la investigación y elaboró una enriquecedora introducción.

Potash, académico de Harvard, alcanzó tanto prestigio en el campo de la historia Latinoamericana, que fue nombrado miembro de las academias nacionales de Historia de Argentina y de México.

Horadado desde todos los frentes

Se desprende, tanto de la pormenorizada y profunda narrativa de Tcach, que abarca los años previos al gobierno de Illia, los menos de tres años de gestión, el golpe en sí mismo, y los sucesos posteriores, como de las nueve entrevistas que realizó Rodríguez a protagonistas de ese momento, además de los cables de la CIA y la Embajada a los que pudo acceder por contactos diplomáticos, que a la mayoría de los argentinos nos contaron otra realidad. ¿Quiénes? Los políticos, los militares, los sindicalistas, los empresarios, los periodistas y los medios más influyentes de la época. Es decir, fuimos, mayoritariamente, embaucados por el poder real.

Lejos de ser un presidente lento, anodino e ineficaz, falsa imagen que se fue construyendo puntada a puntada para una opinión pública manipulada hacia la insatisfacción, fue un hombre de tremenda acción y coraje para enfrentar contubernios, conspiraciones, negociados y traiciones, no tanto hacia él como persona o funcionario -ni siquiera tenía Secretario de Prensa-, sino a la Nación y al pueblo argentino.

Horadado por las internas de su propio partido radical, con Frondizi como uno de sus cabecillas, pese a que Illia lo defendió en el golpe del 62; las sangrientas grietas del peronismo y de la CGT, principalmente entre el maquiavélico vandorismo, que decía pretender la institucionalización del peronismo, y el isabelismo, que defendía la autocracia de Perón; las hondas diferencias dentro del partido militar, entre demócratas y golpistas (azules y colorados); más una permanente desestabilización y exagerado alarmismo de los medios de comunicación y de los sectores más conservadores de la sociedad civil, con nombres muy conocidos que luego formarían parte del gabinete de Onganía y, más tarde, de Jorge Rafael Videla, la continuación del plan original.

Los cables del personal de la CIA con asiento en Buenos Aires revelan el escandaloso doble discurso de la clase política y sindical argentina, que en público gritaban “fuera yanquis”, mientras en privado eran estrechos colaboradores del Departamento de Estado norteamericano.

No podemos extendernos aquí en nombres, son demasiados, pero muchos son recordados como activos revolucionarios de la década del 60 y del 70. Un ejemplo es el de Oscar Alende, fundador del Partido Intransigente, a quien los espías catalogan como un valioso colaborador, que consideraba a EEUU como “un ejemplo a seguir”, según el “Airgram A 414”, del 26 de octubre de 1963 (13 días después de la asunción de Illia), y hablaba pestes de sus ex correligionarios, proporcionó fichas y datos sobre personas que podrían apoyar el golpe, como Aramburu, Frondizi o Cueto Rúa.

Este “observador experimentado”, según los agentes, sería protagonista más tarde de la Alianza Popular Revolucionaria, junto al Partido Comunista y a Horacio Sueldo, miembro fundador del Partido Demócrata Cristiano y candidato a vicepresidente en la fórmula con Alende, en el 73.

Muy pocos nombres, partidos y sindicatos se salvan de este fichaje de doble moral. Uno de ellos, profundamente republicano, demócrata y honesto, era Arturo Illia. Los espías, y luego los investigadores, no le encontraron una sola fisura. Y allí comienza la historia del golpe y caída.

La tortuga que ocultaba al león

A poco de asumir, Illia renacionalizó la industria petrolera, con lo que despojó a Estados Unidos de un negocio descomunal y estratégico en medio de la Guerra Fría; recuperó el control de la industria farmacéutica; y estableció medidas para normalizar el salario digno, lo que implicaba redistribuir y democratizar la caja sindical entre los trabajadores.

Listo, con estos tres frentes abiertos -entre otros varios-, la mesa estaba servida para que germinara el operativo esmerilamiento.

Pese a que está consignado en la investigación, aunque de forma dispersa, agregaremos por cuenta propia un cuarto asunto central, y aquí ingresa en la agenda Tucumán y el norte postergado desde hace 70 años.

Como fue planteado en “Historia de un camino sin destino” (LA GACETA, 22/04), sobre la tesis (1946) del magistral Enrique Anderson Imbert y la necesidad de que Tucumán dejara de ser el fondo de Buenos Aires y volviera a ser el frente del norte, volviendo su mirada hacia la cordillera y el Océano Pacífico, Illia estaba convencido de que Argentina no podía encorsetarse en los puertos del litoral atlántico, dominados por Buenos Aires, sino que debía pactar con Chile una salida hacia el Pacífico, con el horizonte puesto en Asia, a cambio de facilitarle a Chile un puerto en el Atlántico para que pudiera expandir sus productos hacia la otra mitad del mundo.

La centralidad de este salvoconducto debía ser Córdoba, y acercar así al Pacífico al centro y norte argentinos, y avanzar luego en otras conexiones norteñas hacia el oeste, desde Tucumán o Salta.

En pocos meses hizo rápidos avances sobre esta estrategia geopolítica y económica, profundamente federal, y mantuvo reuniones con su par chileno Eduardo Frei, con quien abonó una excelente relación y justas coincidencias. Se vieron por primera vez el 28 de octubre de 1965, en Mendoza. “Necesitamos un puerto en el Pacífico y le ofrecemos uno en el Atlántico. Ustedes lo precisan para sacar el cobre y nosotros para los granos. Además, aquí está en juego la integración latinoamericana”, declaró Illia ese día.

Unos años después, los mismos que lo derrocaron serían quienes estuvieron al borde de llevar a los argentinos a una guerra catastrófica con Chile. Estaban defendiendo el Canal de Panamá

Éxitos y fracasos concretos

Afirman que los gobiernos que hablan mucho, no hacen, y los que hacen, no hablan.

Illia era ese tipo de hombre, sin vocero, sin operadores de prensa y con toda prensa azotando su espalda. Hacía y hablaba poco. Ya era un pecado capital en esa época.

Así convirtió a la Argentina en el primer país en el mundo occidental moderno en comerciar con China Popular, mientras aún gobernaba Mao Tse Tung.

El país le vendió en 1964 el excedente de una cosecha excepcional de trigo. No fue sino seis años después cuando pudo hacerlo EEUU. Richard Nixon tuvo que viajar a China, uno de los mercados más codiciados, hoy, de los dos hemisferios. Para ahorrar gastos, Illia hizo esta operación millonaria sin moverse de la Casa Rosada.

Este cuarto tema estratégico que traemos a colación le generó a Illia nuevos frentes externos, con Estados Unidos liderando (ya se lo había despojado del petróleo y ahora se tenía la osadía de comerciar con China), y también varios frentes internos, conformados por la alianza industrial-sindical del conurbano bonaerense, y por el centralismo empresario-político porteño, que veía a este cordobés como una amenaza para sus negocios y para su hegemonía partidocrática, que comandaba y comanda a 23 provincias desde Plaza de Mayo.

Raúl Alfonsín fue el máximo heredero de esta estrategia federal y del mismo modo intentó avanzar sin éxito en estas políticas, con el traslado de la capital como caballo de batalla. Fue además uno de sus más fieles seguidores y alumnos.

Illia también consiguió, recuerda el escritor y periodista

Agustin Barletti, el proyecto de electrificación del Ferrocarril Trasandino entre Mendoza y Polvaredas, y el mejoramiento del camino internacional entre Mendoza y Las Cuevas, obras aptas para cualquier tipo de carga.

La conexión con el Paraguay se vio fortalecida con la terminación de la ruta 12, que une el sistema mesopotámico con la ruta internacional de Curitiba a Asunción, y la finalización de la ruta nacional 11, entre Resistencia y Clorinda. Con la pavimentación de la ruta nacional 34, entre Rosario y Santiago del Estero, se permitió un mejor transporte de nuestros productos a Bolivia.

La “situación catastrófica” de Argentina, que denunció Perón para justificar el golpe, fue que durante la presidencia de Illia el PBI creció al 10,3% anual; se redujo la deuda externa; el 24% del presupuesto de educación fue el más alto de la historia; obtuvo el mayor triunfo diplomático sobre Malvinas; sancionó la Ley del Salario Mínimo Vital y Móvil; casi sin inflación bajó el gasto público; y la tasa de desempleo era del 4,4%.

Imaginamos que los cables de este siglo de los agentes de la CIA sobre los funcionarios, sindicalistas y empresarios actuales deben ser muy similares: genuflexión y sometimiento ante la billetera de Buenos Aires, doble discurso y doble moral, traiciones y transfuguismos permanentes, traición a la Patria, enriquecimiento ilícito, endeudamiento, empobrecimiento de las clases media y trabajadora, federalismo declarativo y unitarismo real, inflación, falta de estrategia geopolítica, inversiones paralizadas, etcétera.

Lo vive el pueblo argentino en carne propia, pero confirmará algunos detalles inverosímiles, trágicos y desgarradores, cuando los espías desclasifiquen sus informes en un par de décadas.

(Producción con colaboración especial de Jorge Olmos Sgrosso)

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