Juan José Becerra: “Todas las inteligencias son artificiales”
Acaba de escribir Amor, novela en la que un compilador del año 2123 rescata unas notas sobre ese afecto humano muy extendido hasta las primeras décadas del siglo XXI. Becerra habla aquí de su nuevo libro y también sobre la Inteligencia Artificial y la literatura, la figura del autor y la recuperación de la oralidad en la escritura. “Empiezo a pensar que ser un autor no significa nada”, confiesa.
Por Flavio Mogetta
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
La Real Academia Española define al amor como un “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”. Amor, es el título de la última novela de Juan José Becerra. Una historia amorosa ambientada en el 2123, en la que un escritor decide contar la relación entre Marcial Ledesma y China del Río mientras van construyendo esa historia. La voz de ese autor no puede evitar (entro)meterse en ese vínculo de dos, como tampoco podemos evitar descubrir a un J. J. Becerra compilador, que en aquel remoto año decide publicar esa historia junto a otros documentos. “La literatura tiene eso de que podés ejercer el poder de la imaginación incluso para fantasear que podés vivir dentro de 100 años”, comenta al pasar el autor.
Claro que definir ese sentimiento que da título al libro puede resultarle no tan sencillo como a la RAE, porque es “un tema que ignoro olímpicamente” y que para hacer una “novela que hable de amor escribo 450 páginas”. Sin embargo, ensaya una respuesta creyendo entender que “es la única experiencia híbrida donde el factor platónico tiene efectos tan materiales como los que puede producir la vida real” y realiza una analogía con la idea de tiempo de San Agustín: “si no me lo preguntás, sé lo que es. Ahora si me lo preguntás, no sé qué decir. Esa es para mí la respuesta más correcta sobre el tiempo y sobre el amor, que pueden ser intercambiables porque por algo la gente se enamora y porque la ilusión megalómana ahí es la de competir contra el tiempo. Entonces el hombre proyecta fantasías materiales que se vinculan a la idea de lo indestructible y el amor mientras ocurre es indestructible, no hay con qué darle”.
-Hablaste del acto de escritura como pérdida y eso es de alguna manera es lo que le sucede a Julián Basualdo, el escritor en la novela; se pierde cuando empieza a escribir su libro.
-Eso es para mí bastante natural que ocurra, pasa muy seguido y negar esa situación, contar las cosas como si uno fuese una máquina me parece que no tiene ninguna correspondencia con el acto de contar. Me parece que la literatura bloquea al escritor, lo salva, lo rescata de intervenir con su propia intimidad, que es lo que debería estar a salvo. Entonces, este personaje narrador de la novela lo que hace es lo que le puede ocurrir a cualquier persona cuando cuenta algo. Contás, contás, contás, empezás a tomar partido sobre lo que contás, empezás a intervenir y lo que contás por alguna razón íntima empieza a incidir sobre vos y yo creo que al final es un personaje que termina muy enamorado de esa obra de arte que componen los personajes porque cree que son su producto y al mismo tiempo son personajes soberanos. Lo que más me está interesando últimamente es que los personajes, que obviamente tengo en claro que son de cartón, produzcan el efecto emotivo que puede producir una persona. Para mí se cae de maduro la relación entre vida y literatura, si no es escribir como una máquina y no tiene sentido.
-Mencionás escribir como una máquina y es inevitable la asociación con la Inteligencia Artificial, al punto que hasta se han lanzado concursos literarios que proponen escribir a través de ellas.
-Creo que todas las inteligencias son artificiales. Por ejemplo, las dos inteligencias que se encuentran acá en esta entrevista son artificiales en el sentido que son el producto de alguien o de algo, de la cultura, del lenguaje. Todas las frases que pronunciamos parecen propias, pero son frases que alguien ya ha dicho. Eso para encuadrar un poco lo que yo pienso de la situación. Ahora, si la inteligencia artificial viene mañana y me dice “tengo esta novela escrita y tiene la calidad o la emotividad o la grandeza de Anna Karenina o el Quijote o un cuento de Borges”, bueno ahí hablamos de que es útil para los propósitos de hacer literatura. Como es una inteligencia vinculada al lenguaje, subámosle la vara. O sea que, si vos me hacés una inteligencia artificial y los libros que hace son los de Andahazi, a mí eso no me importa, pienso que puede fracasar la inteligencia artificial. Si me decís que puede escribir un cuento de Carver o un poema de Viel Temperley, ahí podríamos empezar a respetar su principio de existencia.
-Entiendo que es posible abordar Amor como una novela híbrida, que por momentos se mofa de la mentada “literatura del yo”.
-Me parece que cuando más pérdida de autoridad en un libro se corresponde mucho con la libertad de ejecución de un plan de escritura. Cuando la persona que escribe se concentra en la figura del autor, que no es otra cosa que una figura de autoridad, hay algo como un poquito facho desde el punto de vista de la metodología de lo que sería el acto de escribir. Cuando abrís ese circuito cerrado hacia zonas que no son las que se corresponderían con tu modalidad original, con lo que vamos a llamar en el peor sentido “tu estilo”, se abren campos de muchísima libertad. Una de las cosas que tiene la literatura que es de las más tentadoras para ejercerla es la enajenación. Es decir, escribir de una manera que de ningún modo podría ser la tuya, enloquecer se con algún registro verbal, con un tipo de lenguaje que no son los usuales en uno. En la hibridez, en el mestizaje, hay como una pérdida de la concentración de autoridad.
-Eso de alguna manera cuestionaría la figura del autor.
-Desde hace rato vengo pensando en encuadrar la novela en situaciones de pérdida. Ya de grande empiezo a pensar en los fracasos que tuve en la literatura. Empiezo a pensar que ser un autor no significa nada, que hay un mercado de autor, que la literatura vive del mercado del autor y que, así como a mí ver mi primer libro me fascinó, ver el nombre en la tapa mezclado con un título y el libro en las librerías, esa escena primaria y casi infantil, ahora me empieza a producir no sé si molestia es la palabra, pero sí cierta crisis de fe. No tengo fe en la figura del autor, empezando por mí. Porque me parece que todo lo que hago lo hago por préstamos. Un poco lo que decíamos recién sobre la inteligencia artificial. Yo no tengo un lenguaje, el lenguaje que tengo es el lenguaje que me dieron, el que adopté. En esa situación me da un poco de vergüenza todo lo que rodea a la consolidación de la autoridad y la figura del autor.
-Una característica de tu escritura es el uso irónico que hacés del lenguaje.
-Me fue atrayendo la idea de que la literatura, que de alguna manera es como una escultura, que lo que vos escribís queda inscripto en una especie de piedra que es el papel, le hace perder vitalidad, fuerza biológica, al origen de lo literario, que es la voz. Me fue atrayendo en la medida en la que yo me fuera alejando de la escritura como escultura (no de la práctica de escritura), y deslizándome poco a poco a lo que sería un reconocimiento un poco más cercano de lo que sería mi voz en el sentido de cómo hablo yo en la vida cotidiana, en qué registros, qué es lo que me interesa a mí, cuál es mi modo de hablar vinculado al deseo. Y me di cuenta de que yo podía perder control, pero iba a ganar ese tipo de vitalidad, que la literatura anhela del momento anterior a convertirse en escritura. La literatura es una disciplina más o menos moderna, que nace con el acto de escribir. Pero existieron los cuentos de personas ante el fogón, esa escena primaria de la literatura donde lo que primaba era la voz y sus matices, los registros, y ahí había un arte. Un arte que se llevaba el viento hasta que aparecen los libros.
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Perfil
Juan José Becerra nació en Junín en 1965, es autor de los ensayos Grasa (2007), La vaca. Viaje a la pampa carnívora (2007), Patriotas (2009), Fenómenos argentinos (Planeta, 2018); de los relatos de Dos cuentos vulgares (2012); y de las novelas Santo (1994), Atlántida (2001), Miles de años (2004), Toda la verdad (2010), La interpretación de un libro (2012), El espectáculo del tiempo (2015), El artista más grande del mundo (2017) y ¡Felicidades! (2019).
Un caso*
Por Juan José Becerra
El amor fue un afecto humano muy extendido hasta las primeras décadas del siglo XXI.
El proceso de su desaparición fue acompañado de una transformación en el significado de la palabra amor, cuya primera acepción en los paneles de datos dinámicos de la Real Academia Española la describe desde 2034 como un “adjetivo inespecífico”.
Pero ¿qué fenómenos específicos produjo mientras existió? Para intentar responder esta pregunta, hemos rescatado el caso Quiroga-Castillo, al que consideramos el más representativo de los cerca de cien que han sido evaluados para esta colección.
El resultado es una literatura de reunión compuesta con materiales de diversas épocas.
El texto principal es Otra novela de amor (Incunables, 2023), de Julián Basualdo.
Es la historia de dos personas que vivieron en la Argentina entre los siglos XX y XXI: Ana Quiroga (Parque Leloir, 1979-Buenos Aires, 2077), llamada en la ficción China del Río; y Antonio Castillo (City Bell, 1975-Jáuregui, 2063), en la ficción Marcial Ledesma.
El libro vendió 140 mil ejemplares en el primer año, cifra a la que contribuyó el accidente que le costó la vida a Basualdo en enero de 2024 a la salida de la “Rotonda Ministro Gallardo”, de Bowen (Mendoza), rebautizada “Rotonda Julián Basualdo”.
En 2031 fue adaptado a una serie de seis capítulos para pantallas de telefonía en “chips” de tres minutos escritos, producidos y dirigidos por el Consorcio de Contenidos Núñez-Puig para Tesla Entertaiment.
Hallar un ejemplar de Otra novela de amor se volvió prácticamente imposible desde la ejecución del proyecto Paper Zero para la reconversión del papel en madera de carpintería y leña, firmado por los países del G-12 en la Cumbre de Dublín de 2079.
Según los registros del Museum of The Dead Books, de Abu Dabi, la eliminación de libros de papel entre 2080 y 2100 fue de alrededor de ciento doce millones de títulos en todo el mundo.
*Fragmento de Amor (Seix Barral).