El 19 de mayo es un nuevo aniversario del natalicio de un eminente medico clínico de habla hispana, tal vez el más importante de su tiempo, y me refiero al doctor Gregorio Marañón. En Madrid, no en vano, lleva su nombre el Hospital Público General Universitario, en homenaje a su memoria, y es uno de los cinco hospitales en España ubicado entre los 100 mejores del mundo. Marañón fue un gran médico internista, pensador, escritor y humanista. Y fue considerado en el siglo pasado el padre de la endocrinología en la Península Ibérica. Autor del “Manual de Diagnóstico Etiológico” (1946), fue este uno de los libros más difundidos en todo el mundo por su enfoque en el estudio de las enfermedades, siempre jerarquizando y honrando a la clínica médica. El ilustre profesional solía decir: “la mejor herramienta del médico es la silla”, recordándonos con ello la importancia que tenía la humanización y el contacto cercano con el enfermo. Siguiendo esa línea, diremos que los profesionales de la salud escuchamos muchas veces de la boca de nuestros maestros la expresión que la clínica era la soberana, ¿y a que se referían estas palabras? Pues bien, a que en la trinchera médica todo síntoma, ya fuera dolor, queja, malestar o fiebre, no debía ser soslayado nunca, ya que las bases médicas no habían mutado, y una anamnesis (léase interrogatorio) y un examen físico habían de imponerse siempre. En un contexto, como el que tuvimos que vivir en Tucumán con el dengue (y que nuestra provincia dio la nota como la que más casos registró), pudimos confirmar la importancia y vigencia de esta vieja expresión y visualizamos a diario que todo paciente que llegaba al consultorio con fiebre, cefalea, dolor ocular, decaimiento, trastornos gastrointestinales, hipotensión o deshidratación, podía ser compatible con la temible virosis ocasionada a través de la picadura del mosquito Aedes Aegypti. Porque a falta de pruebas de laboratorio confirmatorias, se iniciaba igualmente el tratamiento y se instrumentaban las acciones de bloqueo, fumigación y prevención en la zona de donde venia el supuesto infectado. La clínica médica, madre de todas las especialidades, nos daba la mano a la hora de identificar muchos nuevos casos. Hace muchos años en el siglo V a.C. (Hipócrates, padre de la medicina occidental) afirmaba en su intención de individualizar cualquier proceso de enfermedad que: “no existían enfermedades, sino enfermos”. 25 siglos después, Gregorio Marañón hacia suyo el pensamiento hipocrático dando al mismo el valor de su actividad. Con el dengue sucedió también así y nos manejamos mucho con la clínica, que por lo tanto vaya pues nuestro mayor reconocimiento y agradecimiento (como así también lo fue con la pandemia por Covid-19) a cada uno de los que en hospitales, CAPS, consultorios clínicos o de infectología pusieron todo de sí y con real vocación, tal como lo hacía Gregorio Marañón, para que siempre el enfermo tuviera su adecuada y humanizada atención, ya que en definitiva, “no es la profesión la que ennoblece al ser humano, sino el ser humano el que ennoblece a su profesión”. Hago votos, finalmente, porque en cada uno de los médicos siga anidando un Gregorio Marañón en su corazón.
Juan L. Marcotullio
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