Si nuestra vida es el cumplimiento de lo que Dios quiere de nosotros -como Elías, que se encaminó al monte Horeb por mandato de Dios, como los Apóstoles, que cumplen lo que Jesús les ha dicho, aunque el viento les era contrario-, nunca nos faltará la ayuda divina. En la debilidad, en la fatiga, en las situaciones más apuradas, Jesús nunca falló a sus amigos. Y si nosotros no tenemos otro fin en la vida que buscar su amistad y servirle, ¿cómo nos va a abandonar cuando el viento de las tentaciones, del cansancio, de las dificultades en el apostolado nos sea contrario? Él no pasa de largo.
Cuando los Apóstoles oyeron a Jesús se llenaron de paz. Entonces, Pedro dirigió a Jesús una petición llena de audacia y de valentía: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. Y el Maestro, que se encontraba todavía a unos metros de la barca, le contestó: “Ven”. Pedro tuvo mucha fe, y cambió la seguridad de la barca por la confianza en las palabras del Señor: bajando de la barca, comenzó a andar sobre las aguas hacia Jesús. Fueron unos momentos impresionantes de firmeza y amor.
Pero Pedro dejó de mirar a Jesús y se fijó más en las dificultades que le rodeaban, y al ver que el viento era tan fuerte se atemorizó. Olvidó por un momento que la fuerza que le sostenía en medio del agua no dependía de las circunstancias, sino de la voluntad del Señor, que domina el cielo y la tierra, la vida y la muerte, la naturaleza, los vientos, el mar...
Pedro comenzó a hundirse, no por el estado de la mar, sino por la falta de confianza en Quien todo lo puede. Y gritó a Jesús: ¡Señor sálvame! Y enseguida, Jesús, extendiendo la mano, lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”
Cristo es el asidero firme al que debemos agarrarnos en momentos de debilidad o de cansancio, cuando veamos que nos hundimos. ¡Señor sálvame!, le diremos con fuerza en nuestra oración.
¡Vivir de fe! Pedro caminó confiado sobre un mar furioso mientras hizo caso a Jesús, pero perdió pie y se asustó cuando miró la fuerza de las olas y el viento. También nosotros nos hundimos cuando dejamos de confiar en Dios y nos fijamos en las dificultades del ambiente.
Pero Jesús no abandona si le llamamos. Pedro, al ver que se hundía, acudió al Maestro pidiendo ayuda, ayuda que no se hizo esperar: “Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?”
¡Llamemos al Señor como Pedro y recuperaremos la seguridad! La fe nace y crece en el trato con Dios, como ocurre entre nosotros. ¿Por qué o cuándo confiamos en alguien? Cuando le conocemos y advertimos que es alguien de quien nos podemos fiar. “La fe viene por el oído”, dice S. Pablo (Rm 10,17).
Una fe madura requiere una catequesis continua, una familiaridad con la Escritura Santa por la oración y el estudio.