El reciente fallecimiento de Silvina Luna puede servir para poner nuevamente en discusión los mandatos sociales sobre la imagen personal, la orden (implícita o explícita) de responder a un imaginario de los cuerpos que se aleja de la variedad real que se ve a diario en las calles, el paradigma de la eterna delgadez, que cuando es roto es castigado.
Desde la experiencia personal, Natalia Marcet construyó su unipersonal “Gordas”, bajo la dirección de Ana Woolf. La obra se presentará esta noche, desde las 22, en La Colorida (Mendoza 2.955). “Habla de la bulimia y la anorexia, de los desórdenes de alimentación y de muchísimas cosas más que se desprenden de una historia personal. Habla del dolor, de la discriminación, del ensimismamiento y de la soledad a la que nos condena una sociedad exitista y excluyente, de la desesperada carrera por pertenecer a un orden hegemónico que nos aplasta, nos comprime. La angustia que nos genera sabernos ‘echadas y echados’, de un paraíso que nos prometieron, pero que nadie experimentó”, le dice la autora y protagonista a LA GACETA.
- ¿Qué te llevó a hacer una obra sobre las problemáticas alimentarias?
- Surge de una necesidad personal y política. Personal ya que, durante todos los años de tratamiento con internación de día, en la medida en que me iba recuperando, pensaba de qué manera podía contribuir para poner luz en una patología generada por una sociedad que nos da cada vez menos espacio y demanda más de nosotras y de nosotros, sin discriminación de género y clase. Y esa necesidad siempre es política, porque planteársela y darle curso implica un posicionamiento determinado, que va a contrapelo de la imposición de un modelo único hegemónico, de una sociedad que nos pide todo el tiempo mostrarnos perfectas/ os, disponibles y encajando en el molde que nos impone. Un modelo que implota. Nos explota por dentro.
- ¿Cómo fue tu reacción?
- Mi caso se caratuló como crónico. Decidí internamente y que haría, por primera vez en mi vida, todo lo que fuera necesario para recuperarme. Conté con una familia que se puso al hombro mi tratamiento y que además se contaba con el recurso económico (aclaro que nunca dejé de hacer terapia). Rápidamente el síntoma se corrió y llegó el momento de trabajar con un vacío interno, sin fondo, que me llevaba a la anestesia del síntoma. En ese proceso, muchas compañeras de tratamiento se quedaron en el camino, o aún hoy -24 años después- siguen luchando . El director me pedía que diera testimonio de recuperación. Recuerdo que me hablaba de crear una red que nos entramara y nos sostuviera en y desde la recuperación. Pero no lo hice: no podía con la sola idea de andar por el mundo diciendo “se puede”, cuando sabía en carne propia que a veces, como en mi caso, los testimonios pueden ser contraproducentes.
- De tu negativa inicial, terminaste llevándolo a escena...
- Siete años después de mi recuperación, estábamos en Noruega en el Grenland Friteater con Ana. Veníamos de estar en la Festugge, en el Odin Teatret. Yo seguía buscando qué hacer con mi vida y mi hambre artística. Ana me dijo: ¿“hacemos algo con lo de la bulimia”? Ella sabía que había 80 cuadernos escritos en estado de vómito catártico durante la enfermedad y el tratamiento, en un yo narrativo febril, del que me pregunto hoy dónde estaba cuándo lo escribí. Fue en estado de trance, de una temporada en el infierno. Mi pregunta era si la cosa empeoró o mejoró desde el momento en que me enfermé, la que nos sigue acompañando cada vez que salimos a escena. Era 2006 y estaban de moda los foros, espacios de intercambio entre personas que, estando en carne viva, hablaban de estrategias para no ser descubiertas por su entorno al realizar los síntomas, comparaban sus cuerpas/os, entre otras cosas. Mi padecimiento parecía impactar en un montón de otros silenciosos, provocados por una sociedad patriarcal, consumista, y cosificadora, que nos quiere encerradas/os, obsesionadas por la imagen y así, en la carrera por desgrasarnos, perdiendo nuestro poder personal. Creímos en ese momento y lo seguimos creyendo, que el teatro puede, desde la metáfora, universalizar un Yo íntimo, volviendo sobre la comunidad desde la que surge interpelándola. Desde hace 16 años que estoy con “Gordas” en escena y he recorrido distintas geografías en diálogo con públicos variopintos en edad, clase, género, etnia, y nacionalidad.
- Fueron pioneras...
- Cuando nosotras comenzamos no se hablaba de biodrama ni de autoficción. En un festival en Colombia, un crítico dijo que se trataba de un “psicodrama de corte morenista” (por Jacob Levy Moreno). No entendí muy bien qué quiso decir, pero creo que la escenificación del dolor, puesto en el cuerpo de una mujer en forma metafórica, lo excedió. En otro me crucé con Lorena Peña, una performer peruana, que había hecho “Vivir para comer”, en la cual se proponía desde sus acciones generar en forma literal el padecimiento en el espectador que ella misma había sufrido. Desde el teatro, uno de los grandes temas de los que siempre estamos hablando es del dolor.
- ¿La situación está mejor ahora que antes?
- Existen colectivas y colectivos que luchan contra la gordofobia, pero la presión es mayor. Las redes sociales nos colocan en la carrera de mostrarnos las 24 horas, los siete días de la semana, los 365 días del año “felices, espléndidxs, divinxs, disponibles, de labio pintado, de pelo planchado, de imagen plana e irreal”. Entonces ahí creo que esta paradoja de la “hipercomunicación”, donde ahora todo circula, sigue siendo usada de una forma en la que terminamos creando nuestra propia condena: “hipercomunicados pero incomunicados”. Nos seguimos vinculando desde la apariencia plana y no desde el verdadero encuentro, cuerpo a cuerpo, cuerpo con cuerpo, que sigue siendo la verdadera salida. Mi esperanza está en los espacios donde se propicia el estar en el propio cuerpo y tomar la palabra, para salir del silencio. El teatro es uno de ellos, para que esto suceda. Me preguntarás: ¿el teatro cura? Y te respondo: “no solo”. Pero sí da las herramientas para despertar, generar la pregunta y dar las armas para tomar la palabra y pedir ayuda a las y los profesionales expertas y expertos en el asunto. No se sale sola ni solo. La patología en soledad, se profundiza. El teatro sigue siendo ese espacio revolucionario donde el encuentro con el propio cuerpo/voz y el de la otra/otro nos devuelve el poder perdido de pertenencia comunitaria.
- ¿Cuál es el peso de la mirada del otro?
- No sé si tengo respuesta, pero me viene decirte que es el peso que vos le des. Y ahí es donde tenemos que trabajar. Porque deconstruyendo la presión de la mirada del otro, se pueden comprender las infinitas variables que componen esa mirada. Debemos trabajar en el fortalecimiento personal y vincular.
- ¿Ser bulímico o ser gordo son condenas en la sociedad de la imagen?
- Cuando comencé mi tratamiento, repetía todo el tiempo “soy bulímica”. Mis terapeutas me aclararon algo que fue determinante. “No sos bulímica, no es tu esencia, estás bulímica; por lo tanto, esto es transitorio y podés dejar de estarlo”, me dijeron. Aclarado esto no podemos equiparar “gordo y bulímico”. La bulimia es una patología, la gordura es una forma corporal, entre tantas, que en esta sociedad en su construcción epocal y cultural es discriminada. Está asociada al fracaso, a la haraganería, al estar fuera del sistema.
- En otra entrevista dijiste que en la obra hay “una elección estética que va de la mano de una ética”, ¿qué significa?
- El día de su preestreno, el primer final que habíamos elegido contaba mi recuperación. Al finalizar, Else Marie Laukvik, una histórica del Odin, se acercó y nos preguntó “¿por qué perdonan al espectador?”. Y agregó: “que se queden con el infierno”. Comprendí que si uno de mis objetivos era la prevención, debía desprenderme de mi historia personal y universalizar el infierno. Un ética que va de la mano de una estética porque al metaforizar el dolor, hay una responsabilidad social y política, y esto va de la mano de una ética de trabajo y de vida, de un posicionamiento que no es simpático, ni acarrea masas, pero es el que elijo. “Gordas” ha sido y es algo importante. Revulsivo. Provocador. Que abre interrogantes. Que corroe prejuicios y esquemas. Que nos pone en carne viva.
- ¿Hay espacio para el humor en la obra?
- Claro. ¿Cómo no reírnos de nuestras miserias, de cuán miserables podemos ser, de cuán crueles podemos ser desde nuestra impune ignorancia? Desde el chiste del pueblo, desde el sobrenombre, desde la etiqueta, desde el ingenio de los morbosos y crueles “piropos”. La dramaturgia está construida de esa forma. Que te comiences riendo para que en un momento te des cuenta que eso que te provoca risa, como el chiste o el sobrenombre que le pusieron a la vecina o al vecino, son de una crueldad feroz. Y te dejes de reír. La idea es que a partir de allí surja , el espacio de la conciencia. El humor, puede ser muy cruel. El chiste fácil sobre el cuerpo de la otra/o. EL chiste fácil sobre una característica. El humor, como operación estética llevada al teatro puede ser una herramienta poderosa, corrosiva. Que nos enfrenta y nos desafía. Y ahí me paro. Ahí nos paramos.