Hace 40 años, las elecciones del 30 de octubre de 1983 habían abierto un camino de esperanza para un país que trataba de salir, resiliente, de la negra noche de la dictadura. No sin inconvenientes pero con una mirada fresca. Así lo reflejaron los editoriales de nuestro diario de esos días, que alternaron entre la descripción de la magnitud de los problemas -uno de los mayores era el de la economía, con una agobiante deuda externa que hoy parecería de monedas- y el abanico de posibilidades de salir adelante que se desplegaba para los argentinos. “(El país) ha superado una etapa oscura, ajena a los principios esenciales de la organización de sus instituciones democráticas, para entrar en otra cuyo espíritu se identifica con la consolidación de su trayectoria hacia sus grandes destinos, intuida en los orígenes mismos del ser nacional”, arrancaba el texto editorial del 31 de octubre, titulado “El país en una nueva etapa”.

Los comicios habían señalado el camino elegido por los ciudadanos en un sistema que quería ponerse de pie tras haber gateado a duras penas, y se apreciaba una “elogiable tranquilidad… que podía considerarse un augurio positivo que anticipa el comienzo de épocas en las cuales la difícil reconstrucción, que habrá de constituir la base de los programas de gobierno de las nuevas autoridades, tendrá posibilidades de concretarse en los plazos imperiosos que se requieren”. En esos momentos aún regía, si bien devaluada, la dictadura y se trataba de establecer si el cambio de autoridades se produciría el 10 de diciembre, y la imagen del país, tanto en lo interno como en lo externo necesitaba una reconfiguración: en el editorial posterior del 3 de noviembre, titulado “La Argentina en el Mundo”, se haría un análisis de cómo habíamos concluido “por convertirnos en un país aislado, casi un paria entre las naciones del mundo”. En el texto del 31/10 se advertía que “nadie ignora que el país se encuentra en un estado de destrucción o postración aguda, al cabo de años de equivocaciones gubernamentales y de políticas erradas en todos los campos de la conducción. La crisis ha afectado, irremediablemente, tanto a la economía como a las estructuras morales sobre las cuales se cimentaba el Estado y no bastará, por cierto, mejorar algunos de los múltiples aspectos de una quiebra que para muchos es total”.

El planteo era que para que se produjera un mejoramiento real de las perspectivas tan disminuidas en esa hora era necesario “un reencuentro con todos los valores y un reajuste de todos los resortes de la producción, la política, la economía, la educación y, en fin, de todos los factores básicos del vivir cotidiano de la Nación y de sus habitantes”. Lo sustancial era conjugar esfuerzos para lograr un “clima de paz interior y tranquilidad social, que se requiere como condición imprescindible en la tarea de la reconstrucción nacional”. “Nada es imposible”, observaba el texto, porque junto a la recuperación de las instituciones se apreciaba que había predominado “un respeto general por las opiniones opuestas”.

Concluía, entonces, que pese a que era claro que la tarea sería larga y pesada, había suficientes elementos básicos para esperar que la nueva etapa tendría un trabajo en conjunto en pro de la solución de los problemas. “No bastará con reconstruir y recuperar lo que tuvimos en algún momento de nuestro pasado; será preciso, también, dar el paso adelante, engrandecer la república así en lo material como en lo espiritual: economía y cultura; política y ética, son términos de ecuaciones básicas, que con otras paralelas y de parecida dimensión conforman los cimientos de una programática futura para el engrandecimiento nacional”. El país quería dejar atrás la dictadura y así lo mostraba el editorial: “La Argentina ha recobrado su dignidad histórica y la fe en sus destinos y ese es el comienzo para una nueva época”.