El viaje democrático: a Riera, el caudillo silencioso, no había forma de derribarlo

Había sido gobernador en 1950 y volvió a imponerse por un amplio margen, al amparo de un peronismo que pisaba fuerte en el norte.

CONTENDIENTES. Fernando Riera (PJ) y Julio César Romano Norri (UCR). CONTENDIENTES. Fernando Riera (PJ) y Julio César Romano Norri (UCR).

Miércoles 14 de septiembre de 1983. El Congreso del PJ se reúne en el salón de actos de la Sociedad Sarmiento para definir el candidato a Gobernador. Pero no se decide nada; un escándalo frustra la sesión. La jugada estaba cantada, porque el queso no se cortaba allí, sino en Mendoza primera cuadra. Allí, a la casa de Fernando Riera, acude la dirigencia en masa. El caudillo silencioso termina de acomodar los tantos y el domingo siguiente, en la sala Caviglia, Riera es consagrado por aclamación. Peronismo en estado puro.

La Unión Cívica Radical, fiel a su tradición, había ido a internas. Se celebraron el 11 de septiembre, con victoria de Julio César Romano Norri sobre Eduardo Poliche. Más allá del efecto contagio de la eufórica campaña alfonsinista, los radicales no dejaban de ser conscientes del favoritismo del PJ en uno de sus bastiones nacionales. Pero estaban decididos a dar la batalla.

Y quedaba un tercer factor en la carrera electoral. Celestino Gelsi, siempre disruptivo en sus movidas estratégicas, se mantuvo escindido del tronco radical del que había nacido décadas atrás para presentarse con su partido Vanguardia Federal. Confiaba en la “marca Gelsi”, en la memoria de una gestión que ya había cumplido 20 años, se imaginaba como el tercero en discordia. Además, tironeaba con la UCR el peso presidencial en la boleta: tanto Romano Norri como Gelsi respaldaban la candidatura de Alfonsín.

El escenario se completaba con otros ¡12! postulantes al sillón de Lucas Córdoba: Carlos Aguirre (por los desarrollistas del MID), Manuel Avellaneda (del Partido del Centro), Juan Carlos Langella (por la UCeDe de Alvaro Alsogaray), Rodolfo Succar (del socialismo popular), Pablo Fontdevila (Frente de Izquierda), Ricardo Corvalán (PO), Francisco Billone (MAS), Eustaquio Benítez (nacionalista), Julio Campillo (del Partido Intransigente de Oscar Alende), Héctor Bravo (de la Alianza Socialista), Exequiel Ávila Gallo (de Bandera Blanca) y Alberto Farías (Partido Federal).

En ese Tucumán que fue a las urnas el 30 de octubre las huellas del pasado reciente eran llagas en la piel. Una provincia azotada por cierre de ingenios -apenas habían pasado 17 años-, emigración masiva, violencia setentista, la sombra del Operativo Independencia y una dictadura implacable. Las esquirlas de la crisis económica nacional pegaban fuerte en la provincia, gobernada por el contador público Mario Fator, un funcionario santiagueño de neto perfil técnico puesto por los militares con la única misión de entregar con algo de orden el poder.

Se elegían Gobernador (no estaba la figura del vice en la antigua Constitución), intendentes y legisladores para cubrir el viejo sistema bicameral: un Senado de 20 escaños y una Cámara de Diputados de 40. En el caso del Gobernador el sistema era indirecto, con miras a la conformación de un Colegio Electoral, aunque la amplia diferencia en el escrutinio convirtió ese paso en un trámite. Distintas serían las cosas cuatro años más tarde, pero esa es otra historia.

La elección ratificó los cálculos previos. Riera superó a Romano Norri por más de 14 puntos (51,8 % a 37,1%), una victoria cimentada en el aluvión de votos recibidos en el interior de la provincia. La UCR se hizo fuerte en la capital, tanto que Rubén Chebaia se alzó con la intendencia. A la luz de los resultados quedó claro que la tracción alfonsinista no alcanzó para desbancar a Riera, batacazo que habría sido impactante, pero sí para levantarle el perfil al radicalismo. La referencia previa era la elección a Gobernador de 1973, cuando las diferencias a favor del peronismo habían consagrado a Amado Juri por números mucho más amplios.

¿Y qué fue de Gelsi? La polarización registrada a nivel país con Alfonsín-Luder se calcó en Tucumán y Vanguardia Federal quedó tercera con un exiguo 6%. No llegó a sumar 30.000 votos. Gelsi llegó a la sede del partido aquella noche, se paró en la puerta y sólo lanzó una frase: “con este bodrio no se puede hablar”.

Gelsi lamentaba el fracaso en su intento de ser Gobernador por segunda vez. Riera, en cambio, volvía a abrazarse a un cargo que había desempeñado allá lejos, de 1950 a 1952. Y también se cobraba revancha por la elección de 1962, que había ganado en buena ley pero fue dejada sin efecto por presiones militares.

“No tiendo la mano del vencedor soberbio, sino que estrecho las manos de los amigos adversarios. Vencedores y vencidos debemos estar preparados para trabajar juntos”, sostuvo Riera con su habitual y ascética calma, inmune a la algarabía peronista que lo rodeaba. Asumiría semanas más tarde, con 68 años y una carga de experiencia política en las alforjas que resultaría insuficiente para resolver los problemas que lo aguardaban. Pero todo a su tiempo.

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