Es muy posible que todos alguna vez hayamos llamado a una puerta sin querer que nos atiendan. También hemos contestado rogando que no quieran hablar con nosotros. Seguramente hemos invitado a gente que no hubiésemos querido que esté en nuestra reunión y, claro, también hemos asistido a lugares donde no queremos de ninguna manera estar y al que muy posiblemente nuestro anfitrión hubiera prescindido gustoso de nuestra presencia.
El domingo habrá gente que no vote, queriendo hacerlo (por distancia o hartazgo), ciudadanos que sufragarán por quien no hubieran querido que gane y no faltarán otros que se arrepentirán de que su voto consagre un presidente que de ninguna forma lo representa. Serán algo así como los que llaman sin querer que los atiendan, los que atienden sin querer hablar.
Las recetas de la vida social tienen formas que no son mentiras aunque sean insinceras. La democracia argentina ha puesto esta encrucijada que se dirimirá en tan sólo siete días a por lo menos el 35 por ciento de los argentinos. Hay un 30 por ciento que ya se ha pronunciado por Javier Milei y un 35 que lo ha hecho por Sergio Massa. Los restantes seguramente serán los que terminen definiendo quién será el nuevo presidente de los argentinos. Unos serán pragmáticos que avizoran el futuro mejor y otros serán principistas incapaces de no responder a sus valores. No obstante, según nos ha acostumbrado nuestra joven democracia de 40 años todos estarán equivocados sin dejar de tener razón. Quizás lo más paradójico será que pocos dirán que votaron al ganador. Por vergüenza, tal vez, y tendrán razón.
Hemos repetido hasta el cansancio que los debates no definen elecciones; tampoco hacen cambiar los votos. Sin embargo -y los debates recientes así nos han enseñado-, han sido de una ayuda importantísima para aquel ciudadano preocupado por esta instancia institucional del país. Ha descubierto mentiras, ha encontrado miedos, ha descifrado inseguridades, ha desnudado incapacidades, pero por sobre todo ha encontrado empatías entre él como votante y el candidato, individuo capacitado para ser electo.
Hace tiempo que una importante mayoría de los electores no vota racionalmente, sino emocionalmente. Busca encontrarse con el candidato que mejor le cae, con el que simpatiza más o con el que su corazón le dicta. Hace tiempo que no se sufraga después de un sesudo análisis de cuál es la idea o el proyecto que va a ayudar a transformar el país. Prueba de estos conceptos han sido las votaciones de este mismo año donde sucesos que muestran disvalores, actos de corrupción o simplemente agresiones no hacen mella en los votantes. Por eso el debate de esta noche va a ser trascendental para millones de argentinos. Va a estar el futuro presidente de la Nación frente a nuestros ojos y se va a comunicar como pueda con cada uno de los televidentes. Uno de los dos debatientes va a seducir o va a tocar emocionalmente a quien lo vea. Seguramente van a llegar “coucheados” (adjetivo que no ha podido ser sinónimo de “preparado” y que ha heredado algo de “camuflado”) y también habrán estudiado lo suficiente para no hacer papelones. Pero el ojo emotivo de los electores van a detectar otras cosas que ninguno de los dos esperó. Por eso -aunque la prensa grite- ya no importan las plataformas ni los grandes discursos, ni los proyectos grandilocuentes. El votante, cuando está en el cuarto oscuro, decide en base a sus emociones. Sobran los expertos que nos enseñan sobre esto.
Después del debate habrá un gran trabajo en las redes sociales para que uno y otro candidato subraye lo que siente que hizo mejor para conquistar el voto y lo que cree que el otro hizo mal para que nadie se anime a votarlo.
Un ejemplo muy claro quedó plasmado con la intervención de Juan Schiaretti en los debates. Para muchos su exagerado cordobesismo fue la muestra cabal de que no tenía capacidad para gobernar el país, que le faltaban dotes de estadista. Para otros fue la sincera representación de un buen gobernante. La relación entre los votantes es individual y empática; por eso, finalmente, Schiaretti ganó miles de votos después del debate y logró un 7 por ciento de los votantes, mientras que en las PASO había obtenido la mitad.
Esta noche, Milei y Massa no van a sorprender a nadie. El líder de la Libertad Avanza va a tratar de mostrar que está en condiciones de gobernar y de diluir aquellas locuras que lo catapultaron para llegar a estas instancias pero que ya no le sirven para sentarse en el sillón presidencial. Milei va a tener que disimular aquello de la venta de órganos, la mismísima dolarización y la portación de armas. Hasta va a tener que tener preparada una explicación de qué es la casta que antes abarcaba a todos y ahora sólo a los kirchneristas.
Massa, en tanto, tiene que disimular su pasado porque tiene tantas aristas que pueden enamorar y desilusionar a la vez a la misma persona. Su doble juego puede ser su gran arma o su propia cicuta. Ser del gobierno pero no serlo así como pertenecer al equipo de Alberto y Cristina pero esconderlos va a ser muy complicado de explicar esta noche.
Aquellos que entienden de política dejan en claro que hoy se verá a un candidato defender un liberalismo económico fuerte que propone reducir al mínimo el rol del Estado en una economía de mercado. A su lado estará discutiendo otro que propondrá seguir en la senda de un estado de bienestar de un país con vocación industrialista que dejó el peronismo. Uno y otro se arrojarán chicanas con la inflación y la pobreza y con la dolarización y con la desaparición del Banco Central. Milei arrojará dardos de un pasado envenenado y Massa devolverá con balas de futuro fantasioso.
Será inevitable que se note la grieta que todos vienen tratando de disimular. Seguramente se esbozará la diferencia kirchnerismo -antikirchnerismo; al fin y al cabo con esa antinomia se ha justificado el arribo del barco de Juntos por el Cambio -aunque averiado- al puerto de la Libertad Avanza. Pero la dicotomía sobre el pasado volverá a aflorar. Milei -tal cual lo planteó su candidata a vice, Victoria Villarruel,- propondrá la revisión de lo que fue la revisión del pacto democrático que selló Raúl Alfonsín antes de los excesos que propuso el kirchnerismo. En ese aspecto, Massa querría mirar para otro lado pero deberá defender posturas ideológicas que lo pusieron en el atril desde el que estará hablando. De repente han recrudecido con fuerza antinomias que estaban silenciadas o superadas por algunos sectores de la sociedad. En los sondeos de opinión también estas discusiones quedan reservadas a un sector social que empieza despedirse de la actividad pública. En la agenda de los jóvenes la preocupación por el medio ambiente, el calentamiento global y la falta de agua les atraviesa más el corazón que aquellas cuestiones, incluso a 40 años de la recuperación de la democracia.
Números y palabras
Las encuestas también han vuelto a ser protagonistas en estos últimos días. Ya no son la verdad revelada ni tampoco los gurúes que anticipan lo que va a ocurrir. No obstante reflejan las sensaciones que movilizan a los electores. La consultora Celag, que dirige el español Alfredo Serrano Mancilla, fue la que estuvo más cerca anticipando los resultados de las PASO ha determinado que Massa llega al debate con un 1 por ciento a favor, pero aún habría que ver cómo se comporta un 8 por ciento que se define como indeciso. Celag advierte que un alto porcentaje de argentinos siente miedo con relación a lo que pueda hacer Javier Milei en el cargo de Presidente. Contradictoriamente (adverbio que parece definirnos a los argentinos en estos tiempos), otra importante mayoría cree que Milei es la persona capacitada para vencer a la inflación, asesina serial de millones de argentinos.
En su encuesta de noviembre, Jorge Giacobbe hizo su acostumbrada consulta sobre los sentimientos que generan hechos y candidatos en la sociedad. El resultado de las elecciones generales dejó principalmente el sentimiento de “Esperanza”. Pero también muchos argumentaron haber sentido Decepción y Tristeza. A la hora de definir a quienes se enfrentarán esta noche y, definitivamente, el domingo que viene, los encuestados diferon que Massa es: Mentiroso, Panqueque, Corrupto y que simboliza la Esperanza. Cuando definieron a Milei respondieron: Loco, Esperanza y Cambio. También aparecieron, aunque en menor medida, palabras como Miedo o Malo. La encuesta de Giacobbe augura que Milei obtendría un 48 por ciento de los votos y que Massa un 43 por ciento. Los indecisos en este caso llegan al 5,5 por ciento. A la hora de revisar algunas rarezas, este consultor encontró que el 59,6 por ciento de los encuestados sostiene que Massa es lo mismo que el kirchnerismo. Sin embargo, el 38,4 por ciento cree que “es algo distinto”.
Vendas agujereadas
La Justicia es la institución que debería aportar equilibrio, tal cual lo propone su balanza y las vendas que tapan los ojos de su simbólica y emblemática figura. Sin embargo. en la facultad de Derecho de la Universidad de Lomas de Zamora el presidente de la Corte, Horacio Rosatti, manifestó su deseo de que el próximo gobierno “marque un camino de unidad y de unión nacional para poner el país en marcha”. Esas palabras fueron interpretadas como una crítica velada a Milei, ya que el titular del Máximo Tribunal utilizó palabras casi textuales a las de Massa. Esta interpretación podría parecer suspicaz o intencionada, pero su comprovinciano y ministro de la Corte, Ricardo Lorenzetti, advirtió públicamente que los jueces “deben abstenerse de opinar, sugerir o dar la impresión de que hay alguna inclinación que afecte su imparcialidad”. Y agregó que se corre el riesgo de violar “el estándar mínimo de independencia e imparcialidad de la Corte Suprema”. “El populismo judicial que es cambiar según sopla el viento es inapropiado como modelo judicial”, agregó. Este incómodo episodio pone a prueba una vez más la solidez de las instituciones argentinas y tal vez sea más grave que algunas internas políticas.
Ecos del balotaje
El balotaje del domingo que viene y la gran incertidumbre con la que se llega a esa instancia atraviesa a Tucumán y preocupa al actual gobernador, Osvaldo Jaldo. El mandatario ha recibido la promesa del ministro de Economía (el mismísimo candidato a Presidente) de que el gobierno nacional garantizará con fondos, si es necesario, el pago del medio aguinaldo y el sueldo de diciembre. Fue una bocanada de oxígeno para Jaldo, que heredó un presente griego presupuestario y fiscal de parte de su desdibujado ex coequiper. Jaldo, mientras acomoda las huestes de su ejército para la batalla final, no pierde oportunidad para abrir el paraguas ante una eventual victoria de Milei. Por ello sostiene -y repite- que como gobernador tiene la obligación de llevarse bien con el próximo presidente, sea quien sea. Paralelamente, reproduce en su gobierno una lógica parecida. La no renovación del pacto fiscal, social y todos los nombres que fue teniendo el acuerdo con municipios obliga a que los intendentes tengan que pedir de rodillas ayuda financiera al tesoro provincial en cualquier momento. Una lógica que impera desde el reinado de José Alperovich, que ya parece del siglo pasado pero que tuvo como arietes centrales a muchos de los que aún están en el poder, incluido Jaldo.
Existe otra derivación local del reñido desenlace del duelo presidencial. Si ganara Milei, Juan Manzur deberá conformarse con ocupar la banca que tan dócilmente le reservó Pablo Yedlin. Esa perspectiva no le augura días sonrientes; por el contrario, preanuncia un sombrío horizonte para los próximos cuatro años, que tendrá en Tucumán un rígido control del poder provincial en manos de Jaldo. ¿Podrá aquel fiel escudero en el que se convirtió Miguel Acevedo zafar del puño de hierro del tranqueño en favor del devaluado “canciller”? En cambio, si gana Massa, Manzur mantendrá intacta la esperanza de tener un espacio en el gabinete nacional, que le otorgue una nueva oportunidad para recuperar el poder y el protagonismo perdidos.
Esta elección será la primera que tendrá como responsable central a Jaldo; para ello tiene previstas reuniones con ganadores y perdedores del terruño comarcano y no se cansa de repetirles los riesgos y el desierto que les espera si no triunfa el oficialismo. En los conteos previos que hacen los massistas anotan a Tucumán como uno de los últimos bastiones del norte. Jaldo lo sabe y seguirá con lupa el comportamiento de cada localidad, especialmente la recuperada Capital.
Suéltame, pasado
Estos primeros 10 días de nuevas autoridades en la provincia han puesto nuevos debates y nuevas preguntas en las mesas de los bares. Empresarios que llegaron desde Buenos Aires insisten en la pregunta ¿Quién es Jaldo? La respuesta apurada y café de por medio indica que el nuevo mandatario intenta a gran velocidad desmarcarse del pasado reciente del alperovichismo y del manzurismo que él elogió y compartió. Los ministros destacan sus exigencias y su vértigo a la hora de trabajar. Algunos sostienen que sólo se trata de “escobita nueva barre bien”, como solían decir los abuelos. Su política de gobierno y su llamado a la unidad han complicado la vida en la oposición y en algunos dirigentes que se han convertido en sus ministros. El ex legislador radical José Ricardo Ascárate es el caso más emblemático. Él sostiene que quiere hacer y que nunca pudo eso en su última etapa política pero a la vez desafía la ley de la gravedad política cuando pide suspender su radicalismo. ¿Es posible dejar de tener una identidad política por un tiempo, mientras dure un cargo? La lógica diría que no, pero la realidad y las contradicciones argentinas pueden ratificarlo.
Lo mismo ocurre con la conformación de los sistemas que hacen las cajas políticas que se pondrán en juego el próximo domingo y que siempre están presentes aunque todos lo nieguen. Federico Masso dijo en un reportaje en LG Play que como ministro ganará más que como legislador, pero las remuneraciones legislativas y los nombramientos son algo que legisladores -especialmente oficialistas- guardan bajo siete llaves. Lo mismo ocurre en el Congreso, donde hay quienes llegan a nombrar parientes para tener cómo pagar el alquiler o la cuota para comprar un departamento.