Premio Nobel de Literatura del año 1956, español de pura cepa, exiliado en 1936 de su tierra natal, a la que nunca regresó, y autor del libro que fue como una Biblia (en el decir de María E. Walsh) para nuestra infancia: “Platero y yo”. Él se llamaba Juan Ramón Jiménez (1881-1958) y supongo que muchos de los de mi generación habrán de esbozar una sonrisa al recordar su obra cumbre, y que nos fue familiar en los años de nuestra escolaridad. Tempranamente, con prosa poética, aprendíamos a comprender el texto con metáforas incluidas. De niño, Juan Ramón Jiménez había recibido muy buena educación (Colegio Jesuita) y a pesar de que creía que por su talento iba a dedicarse a la pintura, pronto abrazó las letras y su actividad literaria, obra de gran belleza, iba a llegar a ser de las más importantes de la poesía española del siglo XX. En 1916, se casó con una catalana, Zenobia Camprubí, mujer muy culta, quien fue famosa después por traducir la obra del poeta hindú Rabindranath Tagore, otro premio Nobel de Literatura, el del año 1913. Jiménez pudo visitar nuestro país en 1948 y fue apoteóticamente recibido dando sendas conferencias en Av. Corrientes de la ciudad de Buenos Aires. Es que ya se lo consideraba un grande e iba a ser reconocido después como un clásico de todos los tiempos. La Unesco eligió el 23 de abril como Día Internacional del Libro con el propósito de fomentar la lectura, la industria editorial y la protección de la propiedad intelectual y el derecho de autor. Y fue ese día, y no otro el asignado, puesto que justo alrededor de esa fecha, cuatro siglos atrás (1616), el 23 de abril fallecieron 3 grandes escritores: Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso De La Vega, pilares de la literatura universal. Se celebra el día del libro porque ello reivindica el buen hábito de leer: por curiosidad, por aprender o por simplemente deleitarse con el acto de la lectura. Marcelo T. de Alvear dijo: “El libro es un registro imperecedero del pensamiento y la vida de los individuos y las sociedades, vínculo indestructible de las generaciones de todas las razas, lenguas y creencias”. En el 2011, la Unesco eligió a la ciudad de Buenos Aires como la Capital Mundial del Libro por la calidad y variedad de acciones que promueven la actividad literaria en una ciudad que cultiva la lectura y la creación como una de sus principales actividades simbólicas. Diversos estudios nos demuestran que cuanto más leen los niños mejor se desempeñan en la lectura y la escritura. Promoviendo nuevas generaciones de lectores desarrollaremos mayor comprensión y, también, en la medida que se ejercite la lectura, fomentándola desde la infancia, lograremos una generación más culta, y solo así saldremos adelante como sociedad y como país.
Juan L. Marcotullio
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