Por Raúl Vargas
Para LA GACETA - CÓRDOBA
Las revelaciones de Andrea Robien Skinner, hija de Alice Munro, premio Nobel 2013 y esposa de su abusador, reinstalan una vieja pregunta: ¿se puede separar a la obra del autor? Si la respuesta es un no rotundo podemos caer en un rastrillaje moral que termine relativizando la estética con parámetros éticos. Si es un sí absoluto, puede llevarnos a convertir a la crítica o al canon en generadores de privilegios que coloquen a ciertos creadores por encima de las varas que rigen la conducta del resto de los mortales. La pregunta es llevada al título de un libro de 2022 de Gisele Sapiro, socióloga, especialista en Literatura comparada y discípula de Pierre Bourdieu. “Sí y no”, dice Sapiro y encara una travesía a lo largo de reflexiones, definiciones y casos que ofrecen matices. De Maurras y Celine a Peter Handke y Polanski. Aparece constantemente el riesgo de los excesos de las políticas de cancelación y de atropellos a la libertad de expresión. La calidad de una obra poco tiene que ver con la calidad humana de su autor, su belleza no depende de las condiciones morales de su creador. El problema aparece cuando las fechorías de este último cuentan, como condiciones de posibilidad, con su consagración artística. Un director de cine, por ejemplo, que abusa de aspirantes a actrices amparado en su prestigio, que actúa además como factor inhibitorio de denuncias y como elemento propiciatorio de la reiteración de sus acciones. La fama de Munro tapó el eco de las denuncias que en su momento hizo su hija.
El caso Polanski
El otorgamiento, en 2020, del premio César como mejor director a Roman Polanski, acusado por abuso sexual por varias mujeres, instaló la controversia. “El reconocimiento es una forma de afirmar que la violación no está tan mal”, dijo Adele Haenel, actriz nominada como mejor actriz en la misma edición de los premios. El argumento es que los galardones ayudan a perpetuar el modus operandi del abusador. Así como a un médico o a un abogado se les sacaría la matrícula por tocamientos irregulares o violación del secreto profesional, un artista debería sufrir algún tipo de sanción por parte de su gremio ante excesos en su conducta, más allá de las consecuencias legales.
Esto entra en el plano del autor, ¿pero qué debería hacerse con la obra? ¿Sacar, por ejemplo, los libros de Munro de los planes de estudio de literatura en Canadá? Depende, sugieren algunos.
Si la obra no se mezcla con los aspectos reprobables del autor, no habría razón para hacerlo. Los libros filosóficos de Heidegger siguen integrando la bibliografía de carreras de Filosofía en diversas facultades alrededor del mundo, independientemente de su adhesión en su momento al nazismo o de sus expresiones antisemitas en algunos escritos (como sus Cuadernos negros).
En el caso de Munro, plantean algunos críticos, es difícil deslindar la lectura de algunos de sus cuentos -en “Dimensiones” cuenta la historia de una mujer cuya pareja mata a sus hijos- donde se cruzan temas y personajes inevitablemente asociables a los abusos que su hija hizo públicos. El caso del escritor francés Gabriel Matzneff, plantea Sapiro, es un extremo sin lugar a grises. En sus escritos se narran, con poco maquillaje, los abusos del autor. O -descubrimiento más reciente que estaba a la vista de todos- la descripción que hace Neruda de una violación que él protagoniza en Confieso que he vivido.
Ocaso de Woody Allen
Golpe de suerte, su última película, fue estrenada solo en trece cines de los Estados Unidos. El prestigio de Allen fue eclipsado en su país desde que se hicieron públicas las denuncias de su hija Dylan Farrow. Desde entonces le cuesta encontrar financiamiento para sus filmes, estrellas de Hollywood que quieran participar en ellos y difusión. Las fronteras entre vida del autor y obra encuentran en su caso puntos complejos. ¿Cómo ver una película genial como Manhattan, protagonizada por el propio director, quien encarna a un hombre de 42 años que se enamora de una chica de 17, y no asociar la historia con las controversias que rodean a la vida del artista?
Guy Sorman encendió una polémica en 2021 al contar que su amigo Michel Foucault abusaba de niños en Túnez. Lo contaba después de 50 años. “Es como un dios en Francia”, decía en una entrevista publicada en The Sunday Times. “No hay que cancelar nada, pero hay que verlo con doble mirada. Tengo una gran admiración por su trabajo, no estoy invitando a nadie a quemar sus libros sino simplemente a entender la verdad sobre él y cómo él y algunos de estos filósofos usaron sus argumentos para justificar sus pasiones y deseos. Pensó que sus argumentos le daban permiso para hacer lo que
quería”, reflexionaba.
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Raúl Vargas - Ensayista.