“Puedo decir, como Rousseau, que mi nacimiento fue mi primera desgracia”. La apesadumbrada afirmación reflejó el desconsuelo que embargaba a Juan Bautista Alberdi por haber perdido a su madre a los pocos meses de haber nacido, como consecuencia de las heridas que ella sufrió durante el alumbramiento. Alberdi nació un día como hoy, 29 de agosto, pero de 1810; la fecha invita a evocarlo, en especial por aquellos que bregan a diario, con dedicación y empeño, en la búsqueda de justicia conforme a Derecho.

En aquellos días de 1810, el clima de la pequeña aldea de unos 5.000 habitantes que era San Miguel de Tucumán lindaba entre la euforia y la incertidumbre a causa de las noticias llegadas desde Buenos Aires. Tras la crisis institucional desatada en España por el encarcelamiento de Fernando VII se había instituido el primer gobierno patrio, formando una Junta integrada por criollos.

La adhesión a la causa revolucionaria traía sus consecuencias sobre ese Tucumán que subsistía gracias a la dinámica y enérgica actividad comercial entre el Río de la Plata y el Perú. Súbitamente, ese movimiento se vio restringido. Por las calles de tierra, en las que era imposible circular después de alguna lluvia, y entre el caserío de techos bajos de la “ciudad arribeña”, hacían su ingreso Juan José Castelli y el Ejército Auxiliar del Perú. Su destino: las altas tierras del norte, con la intención de sostener las proclamas del Cabildo porteño. A pesar de los inconvenientes comerciales, la población tucumana se mostraba casi en su totalidad a favor de lo sucedido en mayo.

Salvador Alberdi, uno de los comerciantes más importantes de la ciudad, se sumó al proceso revolucionario sin dudarlo. Oriundo de España, poseedor de una gran biblioteca, se afincó en estas tierras luego de contraer matrimonio con Josefa Aráoz y Valderrama, quien pertenecía a una de las familias más prominentes de la región. Establecieron su hogar junto al antiguo Cabildo -donde está la Casa de Gobierno-, en lo que hoy es 25 de Mayo casi esquina 24 de Septiembre.

LA CASA DE LA FAMILIA ALBERDI. Este dibujo representa cómo lucía hacia 1857. Estaba ubicada en 25 de Mayo primera cuadra, casi en la esquina con 24 de Septiembre.

Al enviudar, Salvador quedó a cargo de la crianza de sus hijos y de la atención de la tienda. Su hijo menor y futuro ilustre tucumano lo recordaría como el hombre que “además de servir a la causa de América con su dinero, le sirvió con sus luces, explicando a los jóvenes de su tiempo, en sesiones privadas, los principios y máximas del gobierno republicano de acuerdo con el ‘Contrato Social’ de Rousseau”.

Salvador tuvo una destacada participación en la organización de los preparativos para la defensa de la ciudad el 24 de septiembre de 1812, cuando Manuel Belgrano decidió enfrentar al enemigo realista y logró detener su avance, salvando la causa independentista. Esto llevó a Salvador a entablar una estrecha amistad con el joven abogado devenido General, por lo que se frecuentaban casi a diario. Juan Bautista acompañaba a su padre en muchos de esos encuentros, a punto tal que en su vida adulta rememoraba las caricias y el cariño del que era destinatario por parte de Belgrano.

Homenaje a Alberdi: doble actividad

“El campo de las glorias de mi patria es también el de las delicias de mi infancia. Ambos éramos niños: la patria argentina tenía mis propios años. Yo me acuerdo las veces que jugueteando entre el pasto y las flores veía los ejercicios disciplinares del ejército. Me parece que veo aún al general Belgrano, cortejado de su plana mayor, recorrer las filas; me parece que oigo la música y el bullicio de las tropas y la estrepitosa concurrencia que alegraba esos campos… Más de una vez jugué con los cañoncitos que servían a los estudios académicos de sus oficiales en el tapiz del salón de su casa de campo en la Ciudadela”.

Más recuerdos

La devoción por el General dejará profundas huellas en la vida de Alberdi. “La figura venerada y querida de Manuel Belgrano inspiró el sentido de la integridad nacional, y de los únicos medios valederos para defenderla: la capacidad, el honor y la disciplina. El general que quedó en la miseria, pero tuvo el gusto de ceder toda su fortuna para que concurriese a los grandes trabajos de la educación popular”.

Fue ese niño el que recordaría que en el seno de la familia la revolución era como religión de la casa. Por eso vivió entre la multitud la algarabía y los llantos generados por la declaración de la Independencia el 9 de julio de 1816. “Aún llegan a mis oídos, los ecos de la música”, citaba al evocar el baile de esa misma noche, cuando valses y minués acompañaban las horas de alegría, así como los repiques de las campanas.

Una herencia de Alberdi se repartió en la Casa Histórica

La pena lo invadiría nuevamente a temprana edad ante la muerte de su padre, nombrado regidor decano del Cabildo de Tucumán. Con tristeza se acordaría de esa sesión: “don Bernabé Aráoz, mi tío, debía ser investido de facultades extraordinarias. Al tomar la pluma para firmar el acta de ese nombramiento, mi padre se sintió enfermo, dejó la pluma sin firmar, se retiró a su casa y murió en la misma noche de ese día. No era enemigo del dictador, sino de la dictadura”. Quedando totalmente huérfano, fue su hermano Felipe y su hermana Tránsito quienes se encargaron de su educación y cuidado.

Educación superior

Un decreto de 1823 del gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez, ofrecía a cada provincia seis becas de estudios en esa ciudad, con los gastos pagos. Juan Bautista, dada su vivacidad e instrucción, y también de sus lazos familiares, se hizo merecedor de uno de esos cupos. Así, antes de cumplir 14 años, el adolescente que soñaba con ser músico partió a completar su educación lejos del hogar. “Pero conservando el sello y carácter que recibió de la sociedad de Tucumán, en la aurora de nuestra revolución de la Independencia, en que yo vine al mundo”. Atrás quedaban las vivencias de los años más belicosos de su querido terruño, el de la permanente presencia del Ejército del Norte y las sangrientas contiendas de caudillos.

CON 38 AÑOS. Dibujo del tucumano Ignacio Baz, en 1848.

Louise Glück escribe, al final de su poema “Regreso al hogar”: “Miramos el mundo una sola vez, en la infancia, el resto es memoria”. Resuena como un laudo universal al empeño de aquel hombre obsesionado con el fin de la anarquía, esa que con tenacidad combatió desde su pluma y en el ámbito de las ideas, permitiendo establecer un firme orden institucional. Nos indicó el camino hacia un gobierno representativo, republicano y federal, que aunque oscilante en las coyunturas políticas de las distintas épocas, es la meta a la que con la libertad ya consumada por nuestros antepasados debemos llegar.

(Fuente: “Alberdi y su tiempo”, Jorge M. Mayer)