Hace unos días un editorial del “Washington Post” creyó -o, más bien, quiso hacernos creer que creía- haber encontrado el agujero al mate al atribuir al argentino pobre la culpa de nuestras penurias económicas, en un sesgo dirigido, como es costumbre en los medios hegemónicos, a mantener “al pobre en su pobreza, al rico en su riqueza y al señor cura en sus misas”. Sostiene que el “misterio” de la pobreza en la Argentina se devela con solo reparar en que los pobres odian al rico que llegó a serlo por medios lícitos, mientras exculpan a quienes se enriquecen en la función pública. La falacia de esta especial modalidad de “pobrismo” parece ser el último grito de la moda en materia de penetración ideológica (hermana gemela de esa otra enorme mentira que es la de la meritocracia) elaborada por la elite para mantener el statu quo. Absolutamente nadie que se halle en sus cabales o no sea una pluma comprada agotados ya sus otros medios retóricos puede proponer que “los argentinos” alienten semejante estupidez. No es cierto que el pobre odie al rico “honesto”; de hecho el pobre-pobre (no, quizás, el clase media montado a la escalera del ascenso económico) ni presta apenas atención a la diferencia de ingresos y nivel de vida, aunque sí es verdad que no odia como debería a los políticos corruptos y al sistema socioeconómico que los mantiene inmersos en la miseria. Su mente fue manipulada en su ignorancia, de tal modo que considera que esto hasta llega a hacer al orden natural de las cosas. El articulista miente en lo esencial y lo hace por partida doble al hacer peculiar esa “manera de pensar” al argentino únicamente cuando no puede dejar de constarle que los pobres de todo el mundo responden en general al mismo patrón de conciencia.

Clímaco de la Peña

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