Por Asher Benatar para LA GACETA
- ¿Fue desde adolescente aficionado al cine?
- Sí, mucho, pero mi pasión se dirigía hacia la literatura. Por eso, habiendo elegido la dirección cinematográfica, elegí en mis comienzos historias literarias. Cuando leí a Cortázar me di cuenta de que ésa era la obra de la que yo habría querido ser autor, así como él me confesó que habría querido ser el director que yo era.
- Aspiraciones cruzadas.
- Algo así.
- De entre las historias que Cortázar tenía publicadas, ¿usted se fijó un orden de filmación? Digo, porque fueron cuatro cuentos.
- Primero pensé en “Circe”, un cuento que me había impresionado mucho, pero lo dejé en suspenso porque tenía cierta semejanza con una relación sentimental que yo estaba viviendo. Adelantándome a su pregunta, le contesto que la señorita en cuestión no me invitaba a comer bombones rellenos de cucarachas. La semejanza era espiritual. Entonces pensé en “Cartas de mamá”, una historia que mezcla diversos planos de fantasía, es decir, cine fantástico psicológico. Tenía una estructura que me atrajo mucho. De esta manera me encontré plagiando en imágenes el estilo de Cortázar.
- No era un lenguaje fácil.
- Para nada. Los franceses dicen que de la Argentina partió la imitación de ese lenguaje, cosa extraña porque ellos, tanto Robbe Grillet como Alan Resnais, confiesan que se basaron para dos de sus obras en La Invención de Morel, de Bioy Casares. Pienso que la situación es por lo menos extraña. En lo que a mi concierne, me resulta difícil concebir influencias de autores franceses a su vez inspirados en un artista argentino.
- ¿Cómo reaccionaba el público?
- Digamos que no agotaba las localidades.
- ¿Cómo percibía usted que los asistentes no llegaban a captar el lenguaje propuesto?
- Porque abandonaban la sala. Lo hacían de a poco. Al principio uno, luego dos. Tan acostumbrado estaba que, cuando se estrenó Don Segundo Sombra me sorprendió que la gente se quedara hasta el final. En cambio, los críticos siempre me elogiaban, lo que me llevó a pensar, siguiendo a Borges, que algo debía estar haciendo mal.
- ¿Alguna vez lo abuchearon como a Antonioni?
- Diría que no, pero algo parecido ocurrió con Intimidad de los Parques, en Lima. Cuando se habla de esto recurro a mi paraguas marca Víctor Hugo. El día del estreno de Hernani, en París, destruyeron la sala. Me parece un antecedente ilustre.
- ¿Qué pasó con Intimidad de los parques?
- En Intimidad… yo reunía dos cuentos de Cortázar. Lo llevé de la Grecia original a Machu Pichu. Si bien la historia no era hermética, reconozco que era difícil. Fue una de las pocas veces que mis obras tuvieron productores. Eran peruanos. Con gran temor por el lenguaje fílmico utilizado, decidieron hacer una presentación anticipada en un cine de barrio. La película se proyectó. Al terminar, primero hubo un silencio desconcertado, luego indignación.
- Se dijo que incendiaron el cine.
- No llegaron a tanto, solamente destrozaron las butacas. Aunque, le aclaro, de ser ellos, yo habría sido de la idea de quemar la sala. Estrenarla en un cine del Puerto del Callao había sido una decisión muy arriesgada.
- ¿Cómo fue que pasó de ser director “maldito” a director exitoso?
- Ni lo uno ni lo otro. Mis películas primeras no tuvieron un gran éxito de público pero fueron celebradas por la crítica. En el otro extremo, excepto Don Segundo Sombra, la asistencia de público fue buena pero no significó récords. Me volqué a Don Segundo Sombra tal vez porque había cumplido un ciclo: el de irracionalidad, el de la audacia en las propuestas, el de la espontaneidad, pero en varias escenas de Don Segundo se advierte que el director de cine anterior no ha desaparecido. A lo sumo tiene menos protagonismo.
- ¿La edad de la razón?
- Algo por el estilo. Con Torre Nilsson comentábamos que un director de cine es tal durante cuatro o cinco películas. Luego deja de serlo en la forma primitiva. Cuando se convierte en director de cine todo el mundo se entera, de modo que no tiene otras posibilidades de ganarse la vida. Ergo, tiene que cuidar esa posición, cuesta más arriesgarse, uno ha adquirido obligaciones. Sería lindo, pero no es fácil mantener la irresponsabilidad con que se comenzó. Conozco pocos nombres que han sido consecuentes con sus convicciones artísticas primitivas. Uno de ellos es Fellini; otro es Bergman, cuya última obra, Saraband, es una maravillosa despedida; otro, Chaplin. Podríamos agregar a Orson Welles, aunque no estoy muy convencido. Había llegado hasta cinco, pero ahora el quinto no lo recuerdo.
- En mayo, en París, la Cinemateca Francesa exhibirá una versión restaurada de La Cifra Impar. Será un homenaje. Transcurrieron 50 años. ¿Le sorprende esa vigencia?
- En parte sí. Todo envejece. Lo que en un momento sorprendió ahora es moneda corriente. Por eso este homenaje, porque estamos invitados los que participamos de aquella aventura, me sorprende, sí, y también me enorgullece. Además, creo que La cifra Impar se lo merece.
- ¿No le gustaba el título originario del cuento?
- No es eso, es que iba a inducir a engaño. El espectador que acudiera el cine pensando ver algo tierno y hasta lacrimógeno, iba a encontrarse con un lenguaje extraño a sus costumbres cinematográficas y eso constituiría una deshonestidad. No buscada, por supuesto. La ironía que lleva el título Cartas de mamá, es para la literatura. Cortázar lo defendió desde el principio y estaba en su derecho. La cifra impar por lo menos es sincera. Título extraño para una película que también lo es.
Don Segundo Sombra
- Don Segundo llevó mucho público ¿Y Rosas?
- Don Segundo llevó más de dos millones de espectadores. Mucho. Rosas bastante menos. No era el tiempo para ese tema. Había un pensamiento colectivo de ideología más unitaria y la obra no era muy unitaria que digamos. Yo temía que la prohibieran y el temor no era descabellado. El proceso de calificación comenzaba con una primera reunión compuesta por muchos militares, algo así como 200, encargados de dar su juicio sobre el aspecto político. Si era aprobada, seguía su camino en las oficinas del lamentablemente célebre Paulino Tato. En el aire había un clima de prohibición. Hasta que me llevaron a la oficina del Jefe del Estado Mayor, el que en última instancia decidía. En la conversación, cuando intuí que estaba por comunicarme la prohibición, le recordé que yo había pertenecido al Regimiento de Granaderos. Antín, exclamó, no sabía que era usted. Y así fue cómo la película pasó.
- ¿Cómo fue trabajar con la historia de Güiraldes?
- Muy agradable. Con diferencia de décadas percibí una afinidad llamativa. Ninguno de los dos tenía la menor idea de lo que era el campo. Para encarar una película que se supone gauchesca es hasta peligroso. Pero parece que el tener erudición sobre el campo no fue importante.
- ¿Güiraldes no conocía nada sobre el campo?
- Nada. Cuando llegó de Francia, a los 12 años, al ver un ombú, lo primero que preguntó fue Qu’est-ce que c’est? En su último libro, Bioy Casares cuenta que, tiempo atrás, conjuntamente con Borges, habían decidido hacer una adaptación de Don Segundo. Por una cosa u otra el proyecto no fue adelante, y cuando Bioy y Borges vieron la película, este último dijo que era una suerte que la adaptación no se hubiera realizado porque si no habrían impedido que se filmara una obra de arte como la de Antín. Repito las palabras de Borges.
- ¿Qué siente cuando ve, después de muchos años, una de sus películas?
- Trato de no hacerlo, salvo que sea una obligación. Un premio, un homenaje. Es como una especie de vergüenza por mostrar la desnudez. Se pone mucho de uno en una película.
- ¿Qué reflexión hace al pasar revista a sus películas?
- Que filmé doce títulos, que en total habrán costado 50 o 60 millones de pesos. Con ese dinero, yo, que quería ser escritor, habría podido hacer ediciones de un lujo nunca visto. Inclusive con tapas doradas a la hoja.
- ¿No pensó en volver a dirigir?
-Dos veces. La primera fue antes de ser nombrado Director del Instituto de Cinematografía, cosa que ocurrió cuando asumió Alfonsín. La segunda fue en el 95. Las dos son grandes novelas: Adán Buenosayres y Rayuela. La primera no se pudo por cuestiones políticas, teníamos un gobierno militar, creo que el presidente era Lanusse, y no recibí apoyo. Para Rayuela tampoco recibí apoyo, pero en esta oportunidad por parte de Aurora (Bernárdez, ex esposa y albacea testamentario de toda la obra de Cortázar). Creo que fue una lástima, yo pensaba hacer una obra interactiva.
© LA GACETA
PERFIL
Manuel Antín nació en 1926, en Chaco. Publicó tres libros de poemas, escribió dos novelas y estrenó dos obras teatrales. Dirigió doce largometrajes y numerosos documentales, Comenzó filmando obras de Julio Cortázar con quien desarrolló una entrañable amistad. Fue Director del Instituto Nacional de Cinematografía entre diciembre de 1983 y julio de 1989. Allí arrancó su gestión impulsando la eliminación del ente dedicado a la censura durante de la dictadura.
En 1991 fundó la Universidad del Cine, institución de la que egresaron directores como Pablo Trapero, Mariano Llinás y Pablo Georgelli. Entre múltiples distinciones, recibió el Premio Torre Nilsson de la Cinemateca Argentina, el Gran Premio Anual del Fondo Nacional de las Artes y el Gran Premio de Honor de Argentores. Era miembro de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina