¿Cómo se hace una obra de teatro a ciegas? Eso se preguntaba hace algunos años Natalia Martínez, la directora, guionista y actriz de las obras “Tu pecado no quedará impune” para adultos y de “Mi mundo imaginario” para niños. Todas parte de “Impacto”, un grupo de teatro independiente salteño que realiza obras poco convencionales. “Vi una obra así en Córdoba y ahí me fascinó la propuesta, entonces decidí hacerlo en Salta en 2018”, dijo emocionada Martínez.

Unos minutos después de lo estipulado, la directora, junto a uno de los actores, guiaron al público por las escaleras de la sala Osvaldo Fasolo del Centro Cultural Virla, y les entregaron pulseras y un antifaz para que se colocaran antes de entrar a la sala. Las risas nerviosas y expectantes de las personas eran lo único que llenaba el ambiente. Luego dieron las indicaciones. Al llegar a la puerta, todos debían colocarse las máscaras, posicionarse en dos filas y agarrar del hombro a la persona que tenían adelante para que el personal de la obra pudiera acomodarlos en los asientos sin incidentes.

Las primeras voces de la obra comenzaron y con ellas de a poco se iba descubriendo el argumento de la historia: una familia disfuncional con un pecado que iba a ser cometido por un integrante de la misma. Música de fondo, pisadas cercanas, golpes, aromas que simulaban los de un hogar y muchos elementos no visuales que se sentían totalmente reales eran solo algunas de las cosas que el público podía percibir a primera instancia.

Una familia que tenía que mantener las apariencias, pero puertas adentro había violencia familiar y de género. Las voces de los actores guiaban la narrativa que mostró rápidamente esa violencia. Todo empezó con una discusión que terminó escalando en golpes que podían sentirse a través de los sonidos.

“Tu pecado no quedará impune” es incómoda, la tensión se respiraba en el ambiente y se volvía más pesado a medida que los conflictos de la historia se intensificaban. “Me sentía como si estuviera en medio de una pelea real, era incómodo porque estaba presente y no podía verla, ni hacer nada. Ni siquiera irme de”, dijo Alejandro, uno de los espectadores que fue acompañado de su mujer. “Cada golpe se sentía muy cerca y era muy extraña esa sensación de sentirte incómodo e indefenso ante algo así”, añadió Milagros, la pareja de Alejandro.

Teatro a Ciegas: viajes en la oscuridad que iluminan sentidos

El segundo acto fue un poco más ameno y el público tuvo más protagonismo. En esta parte de la historia el hijo de la familia se casa y los espectadores se transformaron en los invitados a la ceremonia. Los actores hicieron que estos se levantaran y pongan sus manos mirando hacia el cielo, ahí podían sentir cómo el velo de la novia pasaba por sus manos. También, durante el vals, se podía sentir el roce de la cola del vestido de la novia chocando con las piernas y manos de aquellos que asistieron a la obra. “Me sorprendió mucho sentir el velo y el vestido”, dijo Macarena, otra “oyente” de la obra

Durante “el baile” de la boda, aparecieron mozos que repartían comida y bebidas al público, además de poner música y hacer que entren a la pista de baile. Se sentía real, porque de cierta forma lo era, la obra había logrado que los espectadores entren por unos minutos dentro de la escena.

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Mientras, la violencia que había empezado con golpes, gritos y discusiones fue llevada a otro nivel. Ahora, la vida de algunos personajes estaba en juego y muchos espectadores la sentían. “No entendía de dónde venían los ruidos, no entendía dónde estaba parada en la sala y la incertidumbre de no saber qué era lo próximo que iba a sentir me mataba”, contó Paula al final de la obra, recordando uno de los momentos más impactantes de la obra. Fue cuando los espectadores sintieron en carne propia el disparo de un arma y supieron (sin la necesidad de ver nada) que acababan de presenciar un asesinato, ficticio, pero un asesinato al fin.

Líquido desconocido

Una puerta que se caía y corridas por toda la sala ponían a los espectadores en medio de un conflicto del que no podían escapar. Por último, las caras de los espectadores se empaparon de un líquido desconocido tras sentirse un estruendo. Sí, otro asesinato para cerrar la historia.

Como si nada hubiera pasado, las luces se encendieron y el silencio que inundaba la sala desapareció y Natalia Martínez pidió que se quitaran los antifaces lentamente para ver el espacio que los rodeaba y a los protagonistas de la obra. “Fue muy fuerte, me emocioné, bailé, me asusté. En algunos momentos me sentí tan angustiada que hasta me dieron ganas de gritar. No me imaginaba que iba a ser así cuando vine y estuvo muy bueno”, concluyó Erina, una de las chicas que fue a “sentir” la obra con su novio.

“Fue todo muy rápido, como si realmente estuvieras envuelto en una situación así, ni siquiera puedo explicar como me sentí o cómo pasó, simplemente ocurrió”, dijo Santiago García, uno de los más jóvenes de la sala.