Cuando se habla de femicidios, el análisis suele centrarse en la tragedia individual: una vida que se pierde, una familia que queda devastada. Pero ¿qué sucede si pensamos en el impacto colectivo que tienen estas muertes? Cada mujer asesinada no solo es una pérdida personal, sino también una fractura en el tejido social. Las preguntas que emergen desde la sociología son amplias y, muchas veces, incómodas: ¿qué significa para una sociedad perder, una y otra vez, las contribuciones potenciales de tantas mujeres? ¿Cómo se mide el costo social de estos femicidios? ¿Estamos perdiendo mucho más de lo que creemos cuando una mujer es asesinada?

Según Maria Eugenia Navarro, psicóloga de la Casa de las Mujeres, “ya preguntarnos acerca del costo social de un femicidio es entender que se trata de una problemática que excede el orden de lo privado”. En su opinión, el femicidio no es un hecho aislado, sino “el último y trágico eslabón de una larga cadena de violencias”. Ella destaca el papel clave del marco jurídico, que en 2012 permitió “dejar de hablar de ‘crímenes pasionales’ para decir femicidios”, un avance que visibilizó estos crímenes como “crímenes de odio” y los colocó en el orden público. Este hecho sacó la problemática de la esfera privada y la instaló en la sociedad.

En los últimos años, el número de femicidios en Argentina ha dejado una marca indeleble en la sociedad. Según los datos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, casi 2.500 mujeres han sido asesinadas en la última década por razones de género. Este tipo de violencia no solo significa la pérdida de una vida, sino que también supone una pérdida colectiva en términos de lo que esas mujeres podrían haber aportado a la sociedad. Navarro subraya que cada 29 horas una mujer muere en Argentina “por el solo hecho de ser mujer”. Si pensamos en lo estrictamente económico podemos remitirnos al estudio que presentó la fundación “Promoviendo derechos por la igualdad de género” en 2018 ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Tomaba a 161.618 mujeres que habían declarado haber vivido violencia doméstica y los costos que generó la atención médica equivalía a U$S 808 por cada mujer. Sin embargo, la importancia de esta cifra no radica solo en el número, sino en lo que implica para la sociedad. ¿Qué sucede cuando una comunidad se enfrenta a la muerte repetida de mujeres por causas de violencia de género? Cada muerte deja una cicatriz no solo en la familia inmediata, sino en todo el entramado social.

Investigan un presunto femicidio en la Villa Obrera de Tafí Viejo

En Tucumán, por ejemplo, tres femicidios que ocurrieron este fin de semana en apenas 24 horas han dejado en evidencia esta realidad. En Tafí Viejo, una mujer de 25 años fue asesinada por su pareja, y en El Naranjo, una mujer de 46 años fue estrangulada, mientras que en Gobernador Piedrabuena otra mujer perdió la vida en manos de su esposo. Estas muertes no solo interrumpieron proyectos y sueños, sino que también afectan el entorno inmediato de estas víctimas. Hijos que quedan huérfanos, amigos que pierden un pilar en sus vidas, y comunidades enteras que deben lidiar con el miedo y la inseguridad que generan estos crímenes.

Respuestas institucionales

En este contexto, también es necesario pensar en las respuestas institucionales. Aunque existen avances en términos legislativos y de recursos, los números demuestran que aún no es suficiente. Cada vez que ocurre un femicidio, surge la pregunta de por qué el sistema sigue fallando. En algunos espacios como “La Casa de las mujeres Norma Nassif”, que tienen su postura política determinada, sostienen que las políticas del gobierno actual pueden favorecer esta situación porque niega la desigualdad de género, y al mismo tiempo cierra programas y dispositivos que tenían como fin erradicar este tipo de violencia; ponen como ejemplo más claro el cierre del Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidades.

Conmoción en El Naranjo por un presunto femicidio seguido de suicidio

Desde una perspectiva social más amplia, estas pérdidas no se limitan a las personas cercanas a la víctima. La sociología apunta a que cada individuo cumple un rol dentro de su comunidad, y cuando alguien es asesinado, se trunca un aporte que podría haber sido clave para su entorno.

Pensar en los femicidios desde el impacto colectivo abre una nueva dimensión en el análisis de estas tragedias. No solo se trata de mujeres asesinadas, sino de una sociedad que se ve dañada con cada muerte. La falta de seguridad, el debilitamiento de la confianza comunitaria y las redes de apoyo rotas son solo algunas de las consecuencias que deja cada una de estas pérdidas.