Miriam Lera pensaba una y otra vez en cómo hacer para que sus alumnos pudieran escucharla. En medio del aislamiento estricto por la pandemia de covid-19, buscaba alguna opción como maestra para enseñarle a los chicos no solo a través del celular, ya que algunos no podían acceder todo el tiempo a este recurso. Fue así que decidió pedirle al dueño de una radio un espacio cada día. Cambió el pizarrón y la tiza, por un micrófono, y así pudo llegar a la casa de cada alumno para garantizar su derecho a la educación.
Esa no fue la única vez que Miriam se las ingenió para conectarse mejor con sus estudiantes. A esta docente de 52 años, que trabajó y sigue trabajando en distintas escuelas de Amaicha del Valle (después de 28 años sigue siendo suplente) siempre le gustó la idea de hacer cosas distintas, de enlazar a sus alumnos con la comunidad y de permitirles que puedan conocer otras realidades. El año pasado, por ejemplo, se propuso que los pequeños conocieran el mar, algo que para muchos de ellos parecía sueño imposible. En más de una oportunidad, ha convertido las ruinas de Quilmes en una gigantesca aula abierta donde los chicos pudieron tomar clases teniendo en vivo y en directo la historia que debían estudiar.
A una maestra le robaron su bicicleta y sus alumnos le compraron una nuevaUna docente que inspira: Lera, finalista de un importante premio
Por estas y otras tantas razones, la "seño" Miriam es una de las seis finalistas del destacado premio “Docentes que inspiran”. Fue elegida entre más de 2.100 postulantes por un jurado compuesto por seis reconocidas ONG educativas de la Argentina. Esta es la cuarta edición del galardón que otorgan Zurich Argentina y Clarín, en reconocimiento a las historias de docentes excepcionales, que dejan una huella en sus estudiantes y en la comunidad.
En Amaicha, donde Lera nació y se crió, hay establecimientos escolares a los que asisten muchos niños en situación de vulnerabilidad social y económica. Es lo que a ella más le duele. Pero cuando los ve grandes, que han terminado sus estudios y están haciendo un terciario o van a la universidad, es la mayor satisfacción, reconoce la docente que actualmente, está al frente de cuarto grado A y B en el área de matemáticas y ciencias naturales en la escuela Claudia Vélez de Cano.
Docentes que inspiran: entrevista con Miram Lera
- ¿Por qué elegiste ser maestra?
- Soy nacida y criada en Amaicha. En la misma escuela en que hoy estoy enseñando hice toda la primaria. La secundaria la hice en Santa María, donde también cursé un terciario para ser docente. Yo quería estudiar y eso era lo que mi papá me podía brindar. El era albañil y mi mamá, repostera. En esos años, muchos de los que queríamos seguir estudiando y creciendo teníamos la opción de ser docentes y Santa María era lo más cercano. Fue una carrera muy sacrificada por el solo hecho de viajar de Amaicha o Santa María, muchas veces a dedo. En esos años no había fotocopiadora, no teníamos internet, solamente los profesores y los libros. Con el paso de los años fui descubriendo mi vocación y lo que es la docencia, que el maestro se hace en el aula, en las experiencias diarias. Hasta el día de hoy yo aprendo, y lo que más aprendo es de mis alumnos.
- ¿Cómo fue la experiencia con la radio?
- Cuando se decretó la cuarentena en 2020, teníamos los cuadernillos que nos daba el gobierno y aunque muchos chicos sí contaban con celulares para hacer la tarea, la verdad yo sentía que faltaba algo. No estaba la explicación del docente. Yo necesitaba hablar con los chicos, estar en contacto con ellos. Pensé que me tenía que involucrar más. Entonces, en aquel momento estaba formando parte de la comunidad indígena, y se me ocurrió utilizar la radio para llegar a todos. ¿Cómo la vas a hacer Miriam?, me preguntó el dueño de la radio. Y le contesté que lo haría como si estuviese en el aula. Enseguida un operador se ofreció para hacer la parte técnica y nos largamos en esta aventura.
¿Cuál fue el principal desafío que tuviste con la radio?
- No era simplemente ir y leer, sino era transportar la clase del día. En ese momento yo tenía segundo grado y los chicos tenían que aprender a leer y a escribir. Debía pensar en cómo iban a aprender los grupos silábicos, cómo iba a armar una palabra, cómo armar una oración y después un texto. Tuve que aprender sobre la radio; me ayudó mucho el operador Ramón Ayala, quien lamentablemente falleció de covid. Hablaba siete minutos y venía un recreo musical; así dividíamos para que fuera más dinámico.
- ¿Y se notaba que los chicos aprendían?
- Si, después del programa ellos me podían mandar una devolución por mensaje de celular, también salían al aire si tenían alguna duda o podían leer si se animaban. Recuerdo un día que me visitaron autoridades del Ministerio de Educación y se emocionaron al escuchar a los chicos. También hacíamos los actos patrios en el programa radial. Los niños han aprendido mucho de esta experiencia, y yo también. Además, fue todo un desafío salir de casa en un momento que nadie salía, las calles estaban desiertas; había mucho miedo. Nadie se quería arriesgar a salir y enfermarse. Mi mamá me decía que tuviera cuidado, que me fijara quién más usaba el micrófono, que lo limpiara.
¿Cuál es el recuerdo más lindo que te quedó de esa etapa?
- Lo lindo de cuando hice radio es que no era solo para mis alumnos; llegaba a muchos pueblos aislados, a familias enteras que me escuchaban. Gente grande me mandaba mensajes diciendo que las clases los llevan a su infancia. Hasta hubo albañiles en las obras de construcción que aprendieron un montón y me agradecieron por haberles enseñado.
- Actualmente, ¿qué es lo que más te preocupa de tu trabajo y qué cosas te duelen como docente?
- Más que todo la parte social. Se ven muchas carencias entre los alumnos. Amaicha es un pueblo humilde; generalmente muchos de los papás de mis alumnos son albañiles, algunos artesanos, algunos ceramistas. Son papás que la pelean en el día a día. La escuela donde enseño es jornada completa y se les da de comer a los chicos. Yo les digo a ellos que aprovechen y coman bien en la escuela, cosa que sea el plato fuerte del día, porque después van a su casa y algunos no tienen para comer. Hace poco uno de los niños me dijo: nosotros a la noche no cenamos. Son cosas que duelen y mucho porque ellos nos cuentan su realidad. Desde nuestro lugar como docentes hacemos lo que podemos, a veces terminamos ayudando a la familia, vemos qué se puede hacer. Nuestro trabajo va mucho más allá del aula. En la pandemia, por ejemplo, aunque los chicos no venían a clases, nos ingeniamos para hacerles llegar una vianda: venían algunas madres a cocinar y así logramos que no se cortara esa ayuda.
- ¿Qué futuro tienen los chicos cuando terminan en la escuela ahí? ¿Tienen posibilidades de seguir estudiando?
- Acá hay un terciario, pero es para preparación de docentes. Eso limita mucho a quienes tienen deseos de hacer una carrera. No todos quieren seguir magisterio. Desde hace unos años, hemos logrado, después de hablar con la fundación Juan XXIII, que dictaran una capacitación relacionada a la salud, para hacer agentes sanitarios. El primer año que abrió hubo 47 inscriptos. Ahora también hablamos para que se dicte la carrera de música.
- ¿Cuál es la mayor satisfacción que te da tu trabajo?
- Para mí, no es solo ir a la escuela, dar mi clase y volver a casa. Mi mayor logro es cuando veo que el niño puede asimilar todo lo que uno le transmite. Pero además del aprendizaje, cuando pueden asimilar los contenidos con alegría esa es mi gran satisfacción. Cuando pueden aprender jugando, preguntando, saliendo a distintos lugares y conociendo. El niño el año pasado, por ejemplo, les dije: ‘nos vamos a Mar del Plata’. No lo podían creer. Trabajamos varios meses junto a los padres para juntar dinero y lo logramos. ¿Sabes lo que era? Ver esas caritas de felicidad cuando sus pies y sus manos tocaron el mar. Fue hermoso verlos correr y disfrutar en la playa. No se si algún día muchos de ellos volverán el mar. Hay que darles esa posibilidad, aunque muchos piensen que no tiene nada que ver con la escuela. Para ellos eso ha sido un gran aprendizaje. Ellos esperan mucho de nosotros, los docentes. Vienen de la casa con todas sus cositas, sus historias, muchas veces tristes. Y quieren encontrar algo lindo en la escuela. Entonces, ¿por qué no lo vamos a sentir bien? ¿Por qué no le vamos a tocar la cabecita y regalarles un cariño? ¿Por qué no le vamos a hacer reír?