“Uno cree ver en ella a una santa”, sentenciaba un Juan B. Terán acongojado por la muerte de la Madre Mercedes Pacheco. Corría 1943 y Tucumán lloraba la partida de una de sus hijas más queridas y abnegadas. Pero como suele suceder, el paso del tiempo va descascarando los recuerdos, de modo tal que los admirados protagonistas de ayer retroceden casilleros, en muchos casos hasta esfumarse de la memoria colectiva. Contra la sombra de ese potencial olvido se movió Graciela Jatib y por eso transformó la vida de la Madre Mercedes en un libro. Un área de reserva para la obra y el pensamiento de una tucumana que, como lo vaticinó el fundador de la UNT, transita el camino de la santidad.

Jatib es licenciada en Filosofía, docente -ejerció, justamente, en el Colegio Mercedes Pacheco- y una entusiasta delineadora de perfiles cristianos. Había trabajado sobre la figura del Cura Brochero, ya elevado a los altares, y la semana pasada presentó este libro en el que analiza memorias, apuntes y cartas de la Madre Mercedes. Una figura fascinante e inspiradora, a la que Jatib abordó desde múltiples aristas.

- ¿Cómo y dónde empezó esta historia?

- La Madre Mercedes nació  en Ciudacita (Chicligasta) en 1867, un tiempo en el que las mujeres no tenían derecho a la palabra, no podían vivir solas, no podían caminar solas por las calles y recién empezaban las políticas públicas para incluirlas en las aulas. Fue hija de Carmelo Pacheco y de Justina Díaz, una historia medio entreverada porque aparentemente se trató de un casamiento por imposición del padre de ella. Mercedes tuvo dos hermanos, una era Ormencinda Pacheco, que según dicen vivió en Aguilares hasta los 106 años.

- ¿Y a partir de allí?

- Carmelo muere cuando Mercedes era muy chica y su madre vuelve a casarse. Se trataba de una mujer muy débil que necesitaba una figura masculina cerca, pero fijate que con el correr de los años la Madre Mercedes se convertiría en amparo de su mamá, porque Justina se separó de ese segundo marido. Los roles se invirtieron. Pero también es importante señalar que se trataba de una familia con dinero, porque al final, tras la muerte del padrastro, la Madre Mercedes terminó heredando todos los bienes.

- Debió tomar una decisión trascendente entonces...

- Podría haber tenido una vida de lujos y de viajes, era una mujer muy agraciada y vinculada a la alta sociedad. Sin embargo, tenía el objetivo del bien común albergando a la niñez desamparada, pero también a las mujeres. Creo que fue una gran feminista sin que se hubiese inventado la palabra. Lo que la Madre Mercedes les proporcionaba a las mujeres era un oficio que les permitía legitimarse, ganarse la vida, y además no ser señaladas moralmente. Ella emprendió una tarea de reivindicación de las mujeres oprimidas.

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La adolescencia de la Madre Mercedes estuvo marcada por las desavenencias con su padrastro, que era una persona despótica y violenta. Se educó en San Miguel de Tucumán como pupila, primero en el antiguo Colegio Hermanas de Jesús -luego, ya en manos de las Adoratrices, pasaría a ser de las Esclavas- y después en el Huerto. Ya recibida, la situación tan tensa en el hogar la llevó a vivir durante algunos períodos en la casa de Tomasa Padilla de Uriburu, hasta que llegó un año clave: 1886. Fue el de la muerte de Justina y también el de la epidemia de cólera que azotó la provincia. Allí, la señorita Pacheco empezó a convertirse en la Madre Mercedes.

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- ¿Qué sabe de ella en esa etapa?

- Comenzó su vida pública andando a caballo por la campiña tucumana, asistiendo a los enfermos. El cólera se cobró la vida de un tercio de la población tucumana, produciendo una orfandad a la que la prensa de la época se refería como “la niñez desamparada”. Entonces emergen personajes como Elmina Paz, Guillermina Leston y la Madre Mercedes haciendo frente a la situación y fundando asilos.

- En su caso particular, ¿cómo fue ese proceso?

- Se la puede encuadrar como una transgresora, porque se animó a cosas como vivir sola o junto con una huerfanita. Es más, sus amigas le decían “van a hablar mal”. Pero Mercedes alquila una casa humilde en Maipú al 500 y se instala con esa niña, después se va cambiando a cinco lugares diferentes porque le van quedando chicos los espacios a medida que se suman las niñas asiladas.

- ¿Cómo era su vida entonces?

- Para sostener esa obra creciente funda un taller de artes y oficios, y sin haber aprendido nunca corte y confección empieza a hacer vestidos para la alta sociedad. A su madre la preocupaba que ella pudiera equivocarse y Mercedes le respondía: “nunca me salió mal un vestido”. Por supuesto, ella le atribuía ese don de la costura a la inspiración del Espíritu Santo. En el colegio hay una especie de museo que podría abrirse en algún momento al público; guarda piezas de ebanistería que ella realizaba con manos que eran prodigiosas. Incluso armaba cigarrillos y de ahí salían unos centavos más. También salían a vender empanadas y chorizos por el centro de la ciudad.

- Pero no alcanzaba...

- Claro, ella mantenía amistades y vinculaciones importantes. Por ejemplo, hay un gran benefactor de la obra que fue el ministro León de Soldati. Él le conseguía subsidios.

- ¿Cuál era el concepto con el que trabajaban esos asilos?

- Ella cuenta en sus memorias que permanentemente iban señoras a pedirle niñas del asilo para llevarlas a trabajar como sirvientas en su casa. Siempre se negó y hasta hubo una polémica en los diarios porque quisieron cerrar el asilo. A la niñez, la Madre Mercedes la amparaba, la protegía y la dignificaba, es por lo que luchaba.

- ¿Qué sabemos de la sede que hoy ocupa la obra?

- En ese solar de Laprida al 700 funcionaba una especie de centro cultural llamado Sociedad Amigos de la Educación, lo dirigía Julio Ávila. Ese es el espacio que se le otorgó a la Madre Mercedes y ahí se mudan durante el primer trimestre de 1896. Hacia 1901 el asilo contaba ya con alrededor de 90 niñas y se produce un episodio llamativo. El gobernador Próspero Mena la envió a Buenos Aires a entrevistarse con el presidente Julio Argentino Roca. Ella le llevó una recomendación y un poncho que se había tejido en el taller. Y Roca, que sabemos que era anticlerical, se conmovió ante la personalidad de ella y le concedió una subvención.

- ¿Cómo desarrolla la Madre Mercedes su costado religioso?

- En ella hay un sentimiento profundo de amor a Dios. Cuando debe tomar una decisión leemos en sus memorias que se ampara en el silencio, en la devoción al Sagrado Corazón. Es una mujer de una profunda espiritualidad. Su estampa no puede resultar obsoleta ni anacrónica para la juventud ni para la sociedad actual. Toda su vida es ejemplificadora a partir de su prédica del bien común sin ruido, porque nunca buscó luces ni vanagloria.

- ¿De qué manera se consolida su obra?

- Tenía decidida la creación de una nueva congregación y en 1906 el obispo Pablo Padilla y Bárcena le dio el permiso. Así nace la Congregación Hermanas Catequistas Misioneras de Cristo Rey. Mercedes Pacheco tenía 39 años y murió a los 76, en 1943, o sea que le quedaba mucho camino por recorrer. Esa historia tiene que ver con las fundaciones que fueron expandiéndose por todo el país y por el exterior: desde Catamarca, Salta y Buenos Aires a Uruguay y Paraguay. En La Plata hay cuatro fundaciones. “La niñez desamparada no tiene límites, tengo que ir a amparar otras orfandades”, solía decir. Precisamente, ella se fue a vivir a La Plata y terminó su vida en Buenos Aires, en la calle Anchorena.

- ¿Siguió conectada de cerca con Tucumán?

- Hay cartas enviadas desde Buenos Aires en las que se pelea con las hermanas de la Congregación porque en el taller de artes y oficios les habían dado los telares en consignación y querían quitárselos. Ella las llama cobardes y les dice “si yo hubiese estado ahí esto no hubiera pasado”. En ese caso, para solucionar el problema intervienen Ramón Paz Posse y Federico Álvarez de Toledo, que era interventor federal en ese momento. Hice toda una investigación de los personajes que ampararon a la Madre Mercedes, todos muy pintorescos y muy éticos.

- ¿Qué van a encontrar los lectores en este libro?

- El análisis de las memorias de la Madre Mercedes y de las cartas a las hermanas de la Congregación. En todo momento les pedía que leyeran los estatutos, que cuidaran la obra. Hay una carta conmovedora, una de las últimas, donde solicitaba que pusieran una cama más en su pieza para cuidar a una niña llamada Elenita. Es decir que ella empieza y termina su vida de la misma manera: protegiendo a una huerfanita. Me parece un periplo ejemplificador y emocionante. Juan B. Terán la describió como una gran evangelizadora, contaba que lo conmovía el amor que le tenían los niños cuando él iba de visita al asilo.

- ¿Realmente alcanzará la santidad?

- Los restos de la Madre Mercedes están en el colegio y hay un episodio que muy poco se conoce. Cuando se cumplieron 50 años de su muerte, en 1993, se abrió el féretro. Los docentes estuvimos presentes y vimos que el cuerpo estaba intacto. Es más; había una monjita que la había conocido y se desmayó. La incorruptibilidad del cuerpo se considera uno de los vestigios de la santidad. Luego, en el año 2000, Juan Pablo II la declaró Sierva de Dios. A la Madre Mercedes se le adjudican milagros y en El Vaticano tienen que probarlos. Se supone que podría ser la primera santa tucumana; Elmina Paz también está en ese camino.

- ¿Qué representa la Madre Mercedes Pacheco para Tucumán?

- Representa un camino de esperanza, de fortaleza, de coraje. Representa el amor, el agradecimiento. A tiempos de tanta confusión como fueron las épocas en las que ella vivió podemos engancharlos con este momento histórico. Con la fuerza de la fe y el amor, la Madre Mercedes veía el rostro de Dios en los otros. Es decir, para ella el Reino de Dios está presente en cada historia, en cada rostro doliente de la sociedad. Creo que es la mirada que debemos tener para construir una patria más justa y más humana.